“La actualidad de lo bello” de Hans Georg Gadamer

“La actualidad de lo bello” de Hans Georg Gadamer((Edición en español:  “La actualidad de lo bello – El arte como juego, símbolo y fiesta”, Hans‐Georg Gadamer. Introducción de Rafael Argullol. Ediciones Paidós. I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona. Barcelona ‐ Buenos Aires – México. 1a edición, 1991.))

Christine Schramm

Observaciones preliminares

El concepto de lo bello adquiere un significado especial puesto que la belleza es un camino hacia la armonía.

Se puede encontrar lo bello, entre otros caminos, a través del arte, que es una de las caras de la pirámide de la civilización, y que debe plasmar el Ideal de lo Bello. Por lo tanto, enfrentar lo que se entiende por arte e impulsar el mismo, supone un aspecto trascendental de la vida.

El arte es una forma de libre expresión del hombre que puede vivificar el sentido de la belleza que, a su vez, supera el aspecto intelectual del hombre. El arte entonces es una posibilidad de entrar en contacto con lo Verdadero, lo Ideal, a través de un camino intuitivo y hermenéutico.

Otro aspecto interesante para el Instituto se encuentra en el mito de Hermes mismo. Entre los primeros trabajos del joven dios se cuenta el de la construcción de una lira con el caparazón de una tortuga. Este instrumento musical, además de estar en relación con el sonido y el lenguaje, lo está también con el arte, que fue transmitido a los hombres a través de Hermes. La lira se convirtió en símbolo de Apolo, el padre de las Musas, que la recibió de manos de Hermes como regalo.

Lo bello y el arte son temas  que la filosofía occidental siempre se ha investigado. Ya desde los Presocráticos aparece este tema una y otra vez en el pensamiento occidental. Platón juntó en un sólo concepto racional accesible, todas las alusiones esporádicas a lo bello que se habían expresado hasta ese momento, desde Homero, pasando por Hesíodo y los Pitagóricos, hasta Jenofonte. Para él, el plano de lo bello, que, partiendo de lo visible, incluye el concepto de armonía, llega hasta el plano de lo espiritual. Platón demuestra un correlación de lo bello con lo bueno, y otorga a lo bello su significado  que va más allá de una función puramente estética.

En sus diálogos, se encuentran numerosas alusiones a la función, poder y efecto de lo bello sobre el alma humana y a su afán de unirse a lo bello a través de Eros, convirtiéndose en la condición básica previa para el conocimiento de la verdad.

El filósofo alemán Hans Georg Gadamer (1900 – 2002), adscrito a la tradición platónica, en su obra principal “Verdad y Método – Fundamentos de una hermenéutica filosófica”, sitúa al arte en el inicio, lo presenta como el primero de los tres escalones en el camino hacia el descubrimiento de la verdad. Esto lo enclava en la tradición platónica, que atribuye a lo bello una función ontológica.

En el libro de Gadamer “La actualidad de lo bello – El arte como juego, símbolo y fiesta” resume sus planteamientos fundamentales e intenta aunar el arte de la época moderna con el de la era clásica.

En esta obra entonces, podemos advertir el esfuerzo “hermético” de un filósofo moderno tendiendo un puente entre dos mundos aparentemente contrapuestos. Además, encontramos también la descripción de actitudes interiores y logros que el hombre necesita para entender los mensajes del arte. Según mi punto de vista, estos supuestos son en general interesantes indicaciones referidas a los pasos evolutivos del ser humano que pueden aplicarse a otros ámbitos de la vida.

La actualidad de lo bello”  de Hans Georg Gadamer

En la introducción se despliega la cuestión de lo que hoy se presupone a la hora de definir lo que es el arte. Con sus deducciones, Gadamer demuestra cómo los acontecimientos históricos han conformado nuestra actual comprensión del arte.

En la Antigüedad se entendía el arte desde sí mismo, ya que la deidad misma tomaba forma en una obra artística y se revelaba en ella. El arte era entonces una parte integral de la comunidad y la sociedad, engendrando además su legitimidad. Sin embargo, después de la Socrática el arte perdió su derecho automático a la verdad, y desde entonces ha tenido que fundamentar su legitimidad. El arte encontró un nuevo sentido y legitimidad en el Cristianismo, cuándo únicamente se le podía utilizar para representar contenidos de la revelación cristiana. La renovación humanista del arte griego y romano del Renacimiento volvió a reclamar la antigua legitimidad.

En el siglo XIX, tuvo lugar una ruptura decisiva con la Antigüedad y se abrieron caminos del arte totalmente nuevos. Acompañado de convulsiones políticas, conmociones científicas y consecuentes cambios sociales, al arte tuvo que definirse de nuevo. La hasta ese momento natural relación entre el artista y sus semejantes no volvió a sobreentenderse. La vigente legitimidad cristiana o la humanista también perdieron su validez. A partir de ese momento, el artista tuvo que crearse él mismo su propia “comunidad”, situándose entonces más en el centro de la atención. Esto llevó al tan especial estatus del artista en los tiempos actuales. Supuso además un proceso en el que todas las formas conocidas de arte empezaron poco a poco a desintegrarse, hasta desaparecer completamente, surgiendo así el Arte Moderno que todos conocemos.

A Gadamer le es importante recalcar, que nuestra forma de entender el arte se basa en la renovación humanista del arte griego y romano y que, condicionados por esa visión tradicional, no tenemos un enfoque natural del arte moderno, incluso ninguna posibilidad de comprensión del arte en general.

Dentro de su propósito de encontrar el significado de arte y belleza para el hombre en esas dos formas de expresión tan opuestas, de extraer lo común de entre lo diferente, está la intención de abrir nuevas vías de acceso al ideal de belleza y también al arte moderno.

Referencias a otros filósofos para el desarrollo de sus teorías sobre lo bello

A lo largo de la obra, Gadamer hace referencia a varios filósofos para fundamentar sus teorías.

Como filósofo de extracción platónica, el mito o parábola del Auriga y el carro alado, que aparece en el diálogo Faidros de Platón, asume un puesto clave. En él se describe que las almas, montadas en un carro tirado por caballos, transitan por los cielos, donde se les abre la visión de lo verdadero, la esncia vista desde arriba. Pero como los caballos del alma humana son ingobernables, ésta se precipita hacia la tierra, habiendo adquirido sólo una breve visión del orden divino. De modo que así viven las almas sobre la Tierra, alejadas de la verdad y conservando únicamente un vago recuerdo de ella. A través de la experiencia de lo bello y del amor, a las almas les empiezan a crecer las alas de nuevo. Gracias a la belleza, los hombres logran recordar de forma duradera el mundo verdadero. Este es el camino de la filosofía, pues para Platón la belleza que más atrae es la manifestación de lo ideal, de la verdad y autenticidad incontrastable. En medio de todas las imperfecciones de este mundo, la belleza demuestra que lo verdadero no es inalcanzable para el hombre.

Esto es un mensaje fundamental relativo a la actualidad de lo bello y a la evolución del hombre que no debe olvidarse nunca.

Kant es otro referente para Gadamer en el desarrollo de sus teorías. Kant abordó la cuestión de si hay algo categórico, irrefutable en la experiencia de lo bello, algo que no sólo sea atribuible a un gusto subjetivo de un individuo. Para aclararlo, Kant usa el ejemplo de la naturaleza, de lo “bello sin significado”, como él lo llamaba. Nosotros llamamos bellas a cosas que vemos en la naturaleza y que no poseen en sí ningún significado para el hombre. Son expresiones de juegos de formas y colores que el hombre percibe con satisfacción estética. Crean un “placer desinteresado”, pues no tenemos en ellas ningún interés práctico por lo que representan. Kant fue el primero que formuló la independencia de lo estético, que para él se manifiesta en lo bello de la naturaleza.

En el arte sin embargo se da la tensión entre lo que percibimos y el significado que intuimos en una obra de arte. Esto le añade un ‘plus’ a la obra de arte que realmente no se puede determinar. Kant encontró una respuesta a ello en lo que se puede llamar el “punto de vista del genio”((I. Kant, Crítica del juicio, Cap. 59, § 49.)). El genio, para él, es “una fuerza de la naturaleza, ‘el favorito de la naturaleza’ le llama él, es decir, el que ha sido favorecido hasta tal punto por la naturaleza que, como ella, crea algo que parecería hecho según reglas, pero sin adaptarse conscientemente a ellas; más aún: algo que sería totalmente nuevo, creado según reglas no concebidas todavía. Eso es el arte: crear algo ejemplar sin producirlo meramente por reglas.” ((Hans‐Georg Gadamer, La actualidad de lo bello.)).

Otra consideración de Gadamer es, que el término ‘arte’ ha adquirido su significado y actual sentido hace sólo 200 años. En el siglo XVII todavía se le asociaba automáticamente al concepto de ‘Bellas Artes’. Y es que, el concepto de arte, techné, abarcaba en sí mismo desde Aristóteles “el saber y la capacidad del producir”, lo que es común a la producción del artesano y a la creación del artista. La verdadera cuestión es entonces, cómo se diferencia, dentro de ese concepto genérico de conocimiento productivo, el ‘arte’ de las artes mecánicas. La respuesta de los antiguos, que aún nos debe dar que pensar, es que se trata de ‘mimesis’, de un hacer imitativo, de una imitación de algo bello, sea ello visible o intelectual. Ya que la representación, en el sentido de mimesis, siempre es más débil y limitada que la realidad misma, sobra todavía algo que queda para figurárselo libremente, permitiendo entonces la experiencia exclusiva que se le abre al hombre en contacto con el arte.

Nos encontramos en la situación paradójica de que, si hablamos del arte clásico, estamos hablando de obras que, por aquellos entonces, no se entendían como arte sino como representación de un ámbito de la vida, fuera éste religioso o mundano, junto a sus elementos más significativos. Pero en el momento en el que el arte adquirió su significado actual, y el arte se convirtió en ‘el arte’, comenzó la gran revolución artística(( “… convirtiéndose el arte en arte, es decir, en musée imaginaire en el sentido de Malraux, desde que el arte no quiso ser ya nada más que arte, comenzó la gran revolución artística, que ha ido acentuándose en la modernidad hasta que el arte se ha liberado de todos los temas de la tradición figurativa y de toda inteligibilidad de la proposición, volviéndose discutible en ambos lados: ¿es esto todavía arte? …” Ibíd.)). Esta revolución ha llevado a que el arte se haya liberado de todos los temas de la tradición figurativa y de toda inteligibilidad de la proposición, volviéndose discutible en ambos lados: ¿es esto todavía arte? El esfuerzo de Gadamer es precisamente ese: hermanar esta paradoja alegando el mensaje ontológico en el arte y mostrar modos de acceso a él.

A ello se añade que el concepto de estética surgió por primera vez en el siglo XVIII como una disciplina filosófica. La casi automática relación entre estética y arte se fundamenta en nuestra educación tradicional, que está marcada por el Humanismo y que, por lo mismo, cierra nuestros ojos a poder percibir lo bello en el Arte Moderno. En la Antigüedad, se veía en lo bello un significado más allá de toda estética, algo vinculado con el ser.

¿Tres condiciones que llevan a la experiencia de lo bello a través del arte?

De los planteamientos y críticas mencionadas arriba sobre nuestra forma actual de entender el arte, Gadamer desarrolla su teoría para encontrar la verdad a través del arte, la cual presenta y explica de la siguiente manera:

El JUEGO y el papel que juega la participación (en el juego) para vivir una experiencia de arte.

El SÍMBOLO, es decir la capacidad de poder reconocer.

La FIESTA, como el epítome de una comunicación recuperada y la unidad de todos con todos.

La búsqueda de la esencia de estos tres conceptos debe abrir al hombre nuevas formas de acceder al arte. Para lograrlo, la participación activa es lo más importante. En este sentido, estos tres conceptos representan calidades, características de un encuentro con algo que permite fundamentar (encontrar) el ser interior y que puede ser transferido a otros niveles.

El Juego

Gadamer ve en el juego una función elemental de la vida humana sin la cual no se puede entender la cultura. Incluso la práctica de una religión contiene un elemento de juego en el culto.

¿Cuáles son los elementos fundamentales del juego entre los hombres?

En las formas más elementales del juego está implícito el ir y venir, el vaivén de un movimiento que se repite continuamente. Es un auto movimiento que no está unido a un objetivo determinado, tal y como podemos observar también en la naturaleza misma. Incluso en el lenguaje mismo podemos encontrar esta característica, en expresiones como por ej. el “juego de luces” o “ el “juego de las olas”. El movimiento, en el juego, es siempre un movimiento por y para sí mismo, un ir y venir, que para Aristóteles es la característica de todo lo que vive. Movimiento es también un fenómeno derivado del exceso. Y precisamente en la repetición del movimiento es donde radica la identidad del juego.

Otra característica del juego humano es la de ser una acción que aparentemente no está vinculada a ninguna meta o fin. A pesar de ello, el juego alberga una gravedad, una seriedad propia, sagrada, pues se escapa a la realidad de la vida. Quien no se toma en serio el juego, es un ‘aguafiestas’. En sentido amplio, se trata de la cualidad de una acción que está más allá de la racionalidad, en la que el razonamiento sin embargo se autoimpone reglas.  Esta racionalidad libre de fines que es propia del juego humano, y que también encontraremos en el arte, es un rasgo característico de este fenómeno que nos seguirá ayudando para entenderlo.

El juego además exige siempre participantes, jugar exige siempre un ‘jugar‐con’; participantes que se involucren. Incluso el espectador se ve involucrado, como por ej. los espectadores cuando ven un partido de tenis y mueven las cabezas al mismo tiempo. Esto añade al juego el elemento comunicativo, que se puede extender también a los participantes de un culto o ritual así como de una obra de teatro. Aquí es donde Gadamer ve una relación con el arte moderno. Éste se esfuerza cada vez más en romper la distancia con los espectadores y hacerles participes de la representación.

Pero el juego exige también la búsqueda de una identidad hermenéutica, es decir que el arte tiene que representar, defender algo. La identidad y significado en el juego reside en las reglas que la razón misma se ha autoimpuesto. Al espectador se le pide identificarla y reconocer la identidad a través de la participación. Justamente esta última es la que le da el sentido a la obra y la convierte en una unidad. Esto es lo que la libera del concepto de obra de arte de armonía clásica, abordando un plano más profundo.

Esto significa que sólo el que participa, el que genera su propia energía ‘jugando, actuando-con’, puede llegar a extraer alguna experiencia con el arte. Por una parte tiene que haber algo en la obra que se haya de comprender y que también quiera ser entendido. Y por la otra, cada obra necesita un compañero de juego, un participante, que encuentre su propia respuesta. Sólo con esta actitud se puede llegar a una experiencia en contacto con el arte, y el ‘co-participante’ es el espectador o bien el oyente.

Gadamer subraya aquí que la persona misma tiene que activarse, que se la reta a realizar un acto sintético personalmente, a través del cual relacione y una diferentes elementos. Eso es lo que significa leer una obra de arte, descifrarla, y sólo cuando se la ha ensamblado se ve claramente su significado. Para Gadamer, esta condición vale no sólo para el arte moderno sino para toda forma de arte. Se necesita siempre un esfuerzo de reflexión, un trabajo mental, para comprender algo desde la propia identidad de la misma obra.

Todo ello desafía a la persona a que ejecute un movimiento hermenéutico, es decir, que emprenda una búsqueda de significado. Esto depende de nuestra percepción interior, la cual no es simplemente el resultado de la suma de diferentes sensaciones, sino que exige reconocer el mensaje que se esconde detrás. Siempre que veamos algo tenemos que pensar algo, ya que se trata de un juego libre y una búsqueda de significado.

El símbolo

Gadamer introduce el concepto de símbolo como segunda condición para entender el arte. Precisamente el arte moderno, en su amorfismo, es una alusión a lo indeterminado. Apoyándose en el significado etimológico de símbolo, que en el antiguo griego significaba “tablilla de recuerdo”, es decir, un medio en ó con el que se reconoce algo ya anteriormente sabido, Gadamer traslada la idea al arte y lo bello. A menudo, lo bello no se muestra a primera vista sino que una obra proporciona una pista para algo más profundo. Se trata de un símbolo, de un fragmento que contiene en sí mismo el mensaje de un todo, y con ello de algo íntegro(( “…. el símbolo, la experiencia de lo simbólico, quiere decir que este individual, este particular, se representa como un fragmento de Ser que promete complementar en un todo íntegro al que se corresponda con él; o, también, quiere decir que existe el otro fragmento, siempre buscado, que complementará en un todo nuestro propio fragmento vital. No me parece que este «significado» esté ligado a condiciones sociales especiales —como es el caso de la religión de la cultura burguesa tardía—, sino, más bien, que la experiencia de lo bello y, en particular, de lo bello en el arte, es la evocación de un orden íntegro posible, dondequiera que éste se encuentre.” Gadamer, La actualidad de lo bello)).

Esto puede llevar a descubrir y experimentar lo bello que contenga una obra. La búsqueda de lo bello es aquí la evocación de un posible orden integral. En esto se basa la función del arte: puede llevar a experiencias que nos revelen la totalidad, la integralidad del mundo, el puesto del hombre en el mundo y también su mortalidad frente a lo transcendente. Para ello sin embargo, es necesario entender y reconocer, cultivar, educar los sentidos para lo bello. Una obra adquiere sentido para nosotros sólo a través del discernimiento y la reflexión.

Gadamer llega por este camino a una definición de lo bello en el arte: a través de la percepción sensorial se hace visible, se manifiesta una idea que uno puede contemplar desde fuera. Una obra de arte es una ‘conformación’((Deberíamos, a fin de evitar toda falsa connotación, sustituir la palabra «obra» por otra, a saber, la palabra «conformación». Esta significa que, por ejemplo, el proceso transitorio, la corriente fugitiva de las palabras de una poesía se ve detenida de un modo enigmático, se convierte en una conformación, del mismo modo que hablamos de una formación montañosa.” Ibíd)) en la que el significado se introdujo en lo material tangible. Aquí es donde enlaza con la idea de Platón sobre que lo bello es lo ilimitado atrapado en lo limitado.

El arte entonces va más allá del concepto de sentido de la corriente idealista. Muestra la plenitud del Ser, revelándolo y ocultándolo al mismo tiempo. El Ser está atrapado en la obra de arte misma, es decir, que no hace simplemente referencia a él, por lo que la experiencia de lo bello indica siempre un crecimiento, un aumento de Ser.

Lo especial en el arte es que, a través de sus representaciones, nos lleva a detenernos. Nos desafía a aprender a escuchar y nos quiere arrancar del desoír y desatender cotidiano.

Ambos por lo tanto, juego y símbolo, son formas de auto representación y un crecimiento de SER. El arte siempre exige de nosotros un esfuerzo y un trabajo de construcción para descubrir y encontrar lo que tiene que decir una obra. Preguntarse, ante una obra de arte, únicamente lo que representa o bien simplemente contemplarla desde el punto de vista del placer estético no nos dejará nunca comprender su mensaje.

Fiesta

La fiesta es el tercer concepto necesario para vivir una experiencia artística. Gadamer elabora las características de una fiesta y las relaciona con la experiencia de la obra de arte y de lo bello.

Una fiesta expresa siempre comunidad y posee la cualidad de celebración. Cada fiesta une a las personas unas con otras en un objetivo común y supera el aislamiento del individuo. Cuando se está en contacto con el arte se necesita comunidad y una unión para que la visión limitada de la persona pueda ser superada.

Las fiestas se celebran y, por lo mismo, están unidas a una acción. Y para vivir el arte también se necesita una acción, una intención que nos conecte a una obra de arte. Esa acción de ‘festejar’ no se debe entender como un ‘trabajo a cumplir’ sino que siempre irá unida a la expresión de “celebrar una fiesta”. Claramente, celebración es una palabra que explícitamente suprime toda idea de una meta hacia la que se estuviera caminando. La celebración no consiste en que haya que ir para después llegar. Al celebrar una fiesta, se la encuentra siempre y en todo momento ahí. Y en esto consiste precisamente el carácter temporal propio de una fiesta: se la ‘celebra’, y no se la distingue por la duración o escalonamiento de una serie de momentos.

Las fiestas tienen su propia estructura temporal y, por lo demás, están determinadas por su retorno, su repetición. No están supeditadas a la característica temporal del ‘tiempo empleado para algo’, de eso que Gadamer llama “el tiempo vacío”, el “tiempo que hay que llenarlo con algo”. No. Las fiestas tienen más bien su propio tiempo y provocan que se detenga el otro tiempo vacío’. En este sentido, festejar es un detenerse y una suspensión del tiempo programado. Esto se revela en ese silencio solemne que también es característico a una celebración. Gadamer ve aquí una paralelismo con la profunda emoción que se siente en contacto con una obra de arte. Ese detenerse proporciona una experiencia del tiempo que para el hombre correspondería a la eternidad, pudiéndose entrever lo verdadero, lo integral, el todo.

Para Gadamer, se debe contemplar la obra de arte como un organismo vivo, un ser con el que el hombre entra en contacto y se une a él. En la música se puede ver de manera especialmente clara esa característica de un organismo vivo, porque cada pieza musical o cada texto tiene su propio tempo, exige un ritmo debido que corresponde a su ser, a su esencia. Pero éste sólo se puede percibir con el oído interior, con el que podemos escuchar algo totalmente diferente a lo que oye el sentido del oído.

Sólo cuando podemos escuchar una obra de arte con el oído interior o verla, descubrimos su esencia y su mensaje, lográndose una comunicación de alma a alma y abriéndosenos una visión de lo que ES. Esto sin embargo supone también un trabajo de reflexión, un trabajo mental. Lo percibido tiene que ser transcendido para que surja el entramado ideal.

Conclusión

Gadamer demuestra claramente en esta obra, cómo nuestra educación tradicional impide una visión de la esencia del arte. Se necesita una reflexión filosófica que penetre en la esencia de las cosas.

Su intento de encontrar lo común a las formas de arte antiguo y moderno lo llevan a tres conceptos que me parecen importantes como herramientas generales para el que busca e investiga.

La actitud de jugar representa la importancia de convertirse en participante, en co-jugador de la vida, de abrirse e involucrarse para identificar las reglas ocultas. También Hermes, en su mito, expresa lo lúdico a través de su característica de astucia y sagacidad. El liberarse entonces de la gravedad de la vida y al mismo tiempo tomársela en serio permite al hombre superar su visión racional de utilidad práctica y abrirse a formas intuitivas de conocimiento.

Aprender a contemplar una obra de arte como símbolo que nos puede llevar a una totalidad y a la esencia, es un ejercicio hermenéutico para nuestra forma de enfocar el mundo. Buscar el ser, la esencia en lo visible, y reconocerla cada vez más profundamente, representa un desarrollo evolutivo. El arte nos abre caminos para ejercitar esa capacidad y educarnos en ella.

En la fiesta, como tercer elemento, se exige que entremos en real comunicación con una obra de arte y nos unamos con ella. Eso exige desarrollar el oído y la vista interior, detenernos y hacer una pausa para aprender el lenguaje de una obra de arte y, con ello, ejercitarse en el lenguaje del alma.

Los tres pasos exigen del hombre un esfuerzo tanto activo como de reflexión, pudiendo así derribar los límites de la razón intelectiva. Al hombre se le abrirán entonces puertas para adivinar la verdad a través del camino intuitivo.

El arte pues no perderá actualidad jamás y, además, pertenece justamente a nuestro tiempo, en el que las obras de arte han adquirido formas tan difíciles de abordar, y que así podrán ser redescubiertas en su real significado ontológico.