El renacimiento comenzó en Colonia

Cómo la mística alemana originó una nueva comprensión del hombre, de la dignidad humana y de un mundo nuevo

Heribert Holzinger. Traducción de María Paz de Benito

Resumen: En los siglos XIII y XIV, Alberto Magno y el maestro Eckhart, inspirados en la antigua tradición hermética, definieron la razón (intelecto) como algo divino, dando así a la dignidad humana un nuevo fundamento. Durante los siguientes cien años, los dominicos formados en Colonia regentaron todas las instituciones educativas importantes del Sacro Imperio Romano Germánico, dominando la vida intelectual y filosófica. Estas ideas, que también se difundieron en lengua alemana, inspiraron el importante movimiento filosófico-religioso de las beguinas y los begardos e influyeron en la sociedad de todo el Imperio, pero especialmente en las áreas de la ribera del Rin. Las mismas ideas llegaron a Nicolás de Cusa y Pico della Mirandola e inspiraron, más tarde, el Renacimiento.


El Renacimiento comenzó en Colonia en 1248 cuando Alberto Magno fundó el Studium Generale dentro de su orden, la dominica, en Colonia, y que más tarde se convirtió en la Universidad de Colonia. Los dominicos que fueron formados allí, dirigieron durante cien años todas las instituciones educativas de importancia, dominando así la vida intelectual y filosófica en el Imperio. Alberto y sus discípulos enseñaron la dignidad del hombre: «Nuestra razón no considera la metafísica en cuanto a que sea humana, sino en cuanto algo divino en nosotros. Como Hermes Trismegistus dice acertadamente en el libro que escribió sobre el dios de los dioses para su amigo Asclepio, el hombre es el vínculo entre Dios y el mundo»((Albertus Magnus, Metafísica I, 1, 1, ed. B. Geyer, Münster i. W. 1960, pág.)).

Así pues, la razón humana es razón divina. El hombre puede sacar a la luz lo mejor de sí mismo y también crear un mundo mejor. ¡Qué contraste con la imagen del hombre que hasta ese momento prevalecía en la visión cristiana medieval! Por ejemplo, en el siglo XII, el papa Inocencio III apunta sin ambages:

«El hombre está hecho de tierra, concebido en la culpa y nacido para el sufrimiento. Él actúa mal, a pesar de que le está prohibido, comete abominaciones que no le convienen y pone su esperanza en cosas vanas, cuyo final además es aún incierto. Termina como pasto de las llamas, como alimento de los gusanos, o se pudre…»((Papa Inocencio III, Tratado De miseria humanae conditionis, 1195)).

El Renacimiento de la Alta Edad Media

El ambiente de novedad que se respiraba en Europa en tiempos de Alberto Magno era fascinante, una señal de que se estaba saliendo de la oscura Edad Media, durante la cual se habían perdido todos los logros del desaparecido Imperio romano. Con Carlomagno, el Imperio se había renovado, estableciéndose luego como Sacro Imperio Romano Germánico con la dinastía Otoniana y la Hohenstaufen (o gibelinos). Fue el tiempo de las catedrales góticas, cuya arquitectura luminosa devolvió también la luz a la imagen de Dios. El conocimiento filosófico de la Antigüedad volvió de manos de los moros y las cruzadas, iluminando el pensamiento de las mentes más lúcidas de Europa. Los templarios aseguraron las rutas, logrando que se pudiera viajar y comerciar otra vez. Ellos, junto con los cistercienses, difundieron por toda Europa una renovada espiritualidad, así como conocimientos sobre las plantas medicinales, la agricultura, la tecnología de la construcción y muchas otras materias. La dinámica de esta época también se hizo evidente en el hecho de que entre el año 1000 y el 1350 se fundaron alrededor de 3000 nuevas ciudades en el área del Sacro Imperio. «El aire de la ciudad te hace libre», y eso significaba tener también voz en los concejos, un preludio esencial para la reorganización de los sistemas políticos.

Alberto como milagro de su tiempo

Alberto Magno fue uno de los primeros homo universalis, uno de los primeros «renacentistas» de su tiempo. Creó una síntesis de la doctrina cristiana, la filosofía antigua de Platón y Aristóteles, y la filosofía hermética. Al mismo tiempo, se dedicó al estudio de la naturaleza, y hoy en día es considerado por muchos como el fundador de las ciencias naturales modernas. Rompió además el estrecho dogma de la Iglesia medieval, que únicamente permitía que se aplicara la Biblia como autoridad. Alberto, en cambio, decía: «En cuestiones de fe y moral, se debe confiar más en Agustín que en Aristóteles. Cuando se trata de medicina, confío más en Galeno e Hipócrates que en Agustín, y en materia de filosofía natural me fío más de Aristóteles o de cualquier otro experto en la materia».

Como naturalista, Alberto trabajó en las obras completas de Aristóteles y las interpretó para su tiempo. Sobre todo, logró superar las contradicciones entre la cosmovisión cristiano-medieval y la cosmovisión de Aristóteles. Y si no fuera suficiente, Alberto integró en su sistema de enseñanza también las enseñanzas de Platón y de los neoplatónicos, así como la visión del mundo de la filosofía mágico-natural, la cual se venía transmitiendo a través de las obras de Hermes Trismegisto. Por esta razón, Ulrich de Estrasburgo, un discípulo directo de Alberto, lo describió como un ser divino, un milagro de su tiempo y un experto en magia.

El ser humano, un homo divinus

La filosofía hermética, y con ella Alberto Magno, atribuye al hombre una naturaleza divina de la que la mayoría no es consciente. Mediante el desarrollo de su intelecto, que es una imagen de la mente divina, puede recuperar esa su naturaleza divina. Mientras que en la concepción cristiana de la Alta Edad Media solo Dios era poderoso, y el hombre se veía abocado a depender de Él y de la naturaleza, así como de la «salvación a través de Jesús», ahora se empezaba a considerar poderoso al hombre mismo. Lleva en sí una «chispita divina», como lo formularía el sucesor más importante de Alberto, el maestro Eckhart. Esta chispa es el intelecto humano, es decir, la razón humana o la parte superior de la mente. Sería nuestro pensamiento sintético, imaginativo o intuitivo, en el que residen nuestros valores e ideales. Y este intelecto es el vínculo entre Dios y el mundo. Con ayuda de esta razón inquisitiva, el hombre puede y debe explorarse a sí mismo y la naturaleza. Al ejercitar la razón, reflejada en una vida virtuosa, todos los seres humanos podrían tomar conciencia de la verdadera dignidad de uno mismo y ennoblecer la naturaleza. El hombre pasa de ser un objeto, que está a merced de la naturaleza y de Dios, a ser un segundo creador que puede moldearse a sí mismo, a la sociedad y a la naturaleza de manera responsable, promoviendo así la creación o el proceso evolutivo.

El que reflexiona sobre sí mismo y conciencia su núcleo divino escucha la voz de Dios, dice el maestro Eckhart, formulando así una comprensión esotérico-filosófica. No solo Jesús es un Hijo de Dios y salvador de los hombres, sino que todos son hijos de Dios. A través de la introspección pueden ponerse en contacto con este Dios interior y redimirse: «El Padre [Dios] engendra a su Hijo ininterrumpidamente, y digo más aún: «Él me engendra a mí como su hijo y cómo mismo Hijo. Y aún digo más: Él no me engendra como hijo suyo, sino que me engendra como Sí mismo, y a Sí mismo como Su ser y como Su naturaleza». El hombre conquista su verdadero yo a través del ejercicio de la razón «a la luz natural del alma racional»((Maestro Eckhart, Sermones)). El hombre que ha llegado a sí mismo, que se ha concienciado de sí, es, según Heinrich Seuse, un hombre perfecto, un Homo Divinus, como le llaman Alberto, Eckhart y Berthold de Moosburg.

Las características del misticismo alemán, entonces, se pueden resumir de la siguiente manera:

Unidad esencial de hombre y Dios.

Énfasis en la experiencia personal: el sacerdote (la Iglesia) no es necesario como mediador entre Dios y el hombre.

Énfasis en la ética práctica.

Uso de la lengua alemana.

Gran participación de las mujeres como filósofas y como laicas.

El laico y el sentido común se valorizan frente a los eruditos.

Un esfuerzo en enseñar y predicar.

Las consecuencias la nueva visión del mundo y del hombre


Mientras que esta «filosofía alemana» apenas tuvo consideración en los centros eruditos de Francia e Italia, alcanzó un efecto increíble entre los laicos de lengua alemana. Especialmente lo hizo a lo largo del Rin, pero también en el norte de Italia, en el sur de Francia, el resto de Alemania, los Países Bajos, Austria, Bohemia y Suiza, engendrando el movimiento de las beguinas y los begardos. Así se llamó en el siglo XIII a los miembros de una comunidad cristiana que no hacían votos religiosos ni tampoco vivían en clausura. Las mujeres beguinas y los hombres begardos llevaban una vida religiosa en comunidad renunciando al matrimonio en las llamadas granjas o Casas Beguinas o Begardas. El objetivo, tanto de hombres como mujeres, que se llamaban a sí mismos hermanos y hermanas, era llevar una vida en seguimiento de Cristo. Con este fin, estudiaban y discutían celosamente las enseñanzas del maestro Eckhart y otros sucesores de Alberto. A diferencia de los monjes y monjas, hacían sus votos por un tiempo limitado, ya que era legítimo retirarse de la comunidad, casarse y construirse una vida civil.


Tanto beguinas como begardos vivían en sus casas bajo la dirección de una maestra o un maestro que era elegido de entre ellos, y generalmente por la duración de un año. Las comunidades eran autosuficientes. Las beguinas trabajaban como parteras, maestras, tejedoras de seda, hilanderas y lavanderas. En el tejido de paños y el bordado de estandartes ganaron gran reputación por la calidad de su trabajo. Cultivaban huertos y horneaban pan. Además de la oración, también se dedicaban a obras de caridad activa, como el cuidado de enfermos y de los que quedaban abandonados, a la labor pastoral y a la educación, regentando por ejemplo escuelas para niñas y muchachas. Algunas místicas conocidas, como Matilde de Magdeburgo y Marguerite Porrette, fueron beguinas.

En 1299 había 88 conventos de beguinas en Colonia, y pocas décadas después llegaron incluso a 169. Los conventos adquirían a menudo el tamaño de asentamientos de aldeas y albergaban hasta 60 beguinas. Colonia tenía más de 30.000 habitantes en la Baja Edad Media, por lo que era la cuarta ciudad más grande de Europa después de París, Gante y Brujas. Extrapolando esto, significa que del 8 al 20% de las mujeres de Colonia eran beguinas((http://www.frauenwissen.at/beginen.php, extraído el 6.2.2017)). Este dato nos da una idea sobre su influencia en la vida cultural, social y económica y permite sacar conclusiones.

Los opositores aparecen en la escena

El concepto de la «dignidad divina» del hombre y el espíritu dinámico de optimismo en el Imperio alemán de aquella época molestaban como una espina en el corazón de otros círculos eclesiásticos. Ya en el siglo XIII, había un grupo de dominicos que no querían ver al hermético, el mago y el sabio en Alberto. Luchaban por presentarlo como precursor de su discípulo Tomás de Aquino –cuya síntesis de la fe religiosa y la razón aristotélica pronto se convirtió, hasta hoy, en la «doctrina de la Iglesia», y lo redujeron a un docto en ciencias naturales. El maestro Eckhart fue acusado ante la Inquisición papal y, después de que Eckhart muriera en Aviñón durante el juicio, algunas de sus enseñanzas fueron posteriormente condenadas como heréticas. No les fue mejor a las beguinas y los begardos. Desde 1307, fueron combatidos y perseguidos por sectores de la Iglesia. Durante décadas, innumerables beguinas y begardos fueron condenados y asesinados como herejes.

Su regreso con el Renacimiento y el humanismo

Así fue cómo el impulso social que emanaba del misticismo alemán fue reprimido o detenido. Pero no así las ideas, que siguieron siendo transmitidas por otros representantes del misticismo alemán, hasta que llegaron a Nicolás de Cusa. Gracias a este último también fecundaron en Pico della Mirandola, que había leído a Alberto Magno y conocía las ideas del misticismo alemán. Su obra Sobre la dignidad del hombre se convirtió en la Carta Magna del Renacimiento.

Bibliografía

Loris Sturlese, Homo Divinus. Philosophische Projekte in Deutschland zwischen Meister

Eckhart und Heinrich Seuse. Stuttgart, Kohlhammer, 2007.

Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre.

Wikipedia: Beginas y begardos.