Síntesis del diálogo Fedro o de la belleza de Platón

Irene Melfi

Introducción

Este diálogo tiene la peculiaridad de que yuxtapone el discurso largo al diálogo breve, propiamente Socrático. Es uno de los que más dificultades presenta para su catalogación, así como uno de los de mayor madurez y cohesión doctrinal de Platón.

Es un diálogo tan rico que no es fácil determinar cuál es la cuestión de la que trata, pero si hay algo claro, el tema del amor, que también lo trata en el Banquete, el tema del alma, que lo vincula a la República y al Fedón y el tema de la retórica son fundamentales.

Así, a primera vista parece ser el tema del amor el que más destaca, ya que el discurso de Lisias que lee Fedro a Sócrates en un paseo que dan por las afueras de la ciudad, dejando atrás el ágora donde siempre se reúnen, como los dos discursos del mismo Sócrates, versan sobre el amor, aunque desde muy diferentes puntos de vista. Sin embargo, este tema del amor podría ser accidental, como para dar pie a una ultérrima conclusión acerca de la retórica. Para el historiador y profesor en la Sorbona, León Robin, nacido en 1866 muerto en 1947, son dos elementos que van indisolublemente unidos, amor y retórica, y dice:” Hay una solidaridad orgánica entre el elemento amor y el elemento retórico que ninguno de los dos puede hacerse independientemente del otro”. ( Obras completas de Platón. Editorial Aguilar, Madrid 1998 pág. 848)

Esto se ve claramente en la última parte del diálogo, donde Platón dice de la retórica que es un arte permanentemente unido a la verdad y asigna al amor el papel metódico que lo une a la retórica.

Análisis de la obra

En el discurso de Lisias que lee Fedro, habla de qué ocurre cuando los enamorados se mueven por los deseos, y así dice en 232 a: “…Muchos de los enamorados hacen del cuerpo el objeto de sus deseos antes de conocer el carácter y estar familiarizados con las demás peculiaridades de sus amados, de suerte que aún no saben si querrán persistir en su amistad cuando cese su deseo. En cambio, tratándose de los que no aman y que ya han sido amigos antes de entablar estas relaciones, no es probable que por el bien que han experimentado disminuya su amistad.” (Obra citada pág. 856)

Cuando Fedro termina de leer el discurso de Lisias, Sócrates queda fuera de sí, pues al mirar a Fedro lo veía irradiar felicidad al leer, y siente rebosar su corazón pensando que también él podría hacer un discurso semejante.

A insistencia de Fedro, Sócrates se cubre la cabeza, invoca a las musas y comienza su primer discurso donde comienza tratando de definir que es el amor, y así dice en 237 b.:” Puesto que tú y yo nos enfrentamos con la cuestión de saber si es con el que ama o con el que no ama con quien debe trabarse amistad, definamos primero que es el amor y en que consiste la fuerza que posee y con esa definición a la vista y refiriéndonos a ella, investiguemos si proporciona utilidad o daño.”( Obra citada pág. 859)

Añade que en cada uno hay dos formas de motivos para la acción, una innata, que son los deseos que nos arrastran, cuando nos gobiernan los deseos y los placeres nos dominan se le llama intemperancia. Por otro lado, está la opinión adquirida, esto es una opinión razonada, que nos induce a ser mejores, entonces se llama templanza. Pone ejemplos de la una y la otra: El que se deja llevar por la comida como deseo que prevalece sobre la razón, le llama glotonería, lo mismo hace con el que se deja dominar por el deseo de la bebida. Por otro lado, cuando la opinión razonada que tiende al bien, que lleva el placer producido por la belleza, habla de Eros o la fuerza del amor.

Dice entonces en 239 a. que “el que está dominado por el deseo y es esclavo del placer forzosamente se procurará un amado que le agrade lo más posible. Ahora bien, a un enfermo le es grato lo que no se le opone, mientras que lo que es mejor que él o igual le es antipático. Por consiguiente, un enamorado no soportará que el objeto de su amor le sobrepase o iguale, sino que se esforzará por rebajarle cada vez más, ahora bien, el ignorante es inferior al sabio; el cobarde al valiente”…y continúa diciendo “ »Cuando estos males, y aún más, existen en la mente del amado, ya sean adquiridos, ya connaturales, el enamorado …….necesariamente, pues, es celoso y aparta a su amado de otras muchas relaciones, incluso útiles, que harían de él un hombre en el más alto grado, y es causa de gran daño, y del mayor de todos, puesto que le priva de lo que le haría alcanzar el más alto nivel de espíritu. Esto no es sino la divina filosofía de la que forzosa­mente el enamorado alejará a su amor, te­miendo ser desdeñado. Por lo demás, se las arreglará de modo que todo lo ignore y de todo aparte los ojos para no mirar sino a su amante. En estas condiciones, el amado proporcionará, sin duda, gran placer a este, pero se hará mucho daño a sí mismo. Por consiguiente, por lo que se refiere a la inteligencia, el hombre enamorado no ofrece ninguna utilidad ni como tutor ni como compañero.” (Obra citada pág. 860)

En este primer discurso habla también del daño que hace el adulador como que es “una bestia horrible”.

Continúa diciendo: 242 b. “Es preciso, por tanto, muchacho, tener esto en cuenta, y saber que la amistad del enamorado no se origina en la benevolen­cia, sino que, como el deseo de alimento, tiene por fin la saciedad: como el lobo ama al cordero, así quieren los enamorados a los muchachos.» (Obra citada pág. 861)

Terminado el discurso, Sócrates dialoga con Fedro reconociendo que, si el amor es algo divino, lo que expresaron en el discurso de Lisias que leyó Fedro, y en el primer discurso de Sócrates, ambos pecaban contra el amor, pues eran palabras nada sanas ni verdaderas. Por eso Sócrates se ve necesitado de purificarse componiendo una palinodia, o retractación pública, como hizo Estesícoro, no ya en verso sino con un nuevo discurso.

Es aquí entonces donde comienza lo importante del diálogo de Platón, pero he querido referir esta primera parte porque, como veremos con la retórica del final, hace alusión a esto.

Segundo discurso de Sócrates

Podríamos decir que el segundo discurso de Sócrates contiene el tema capital, sin embargo, van surgiendo a lo largo del mismo, otros temas de inusual importancia, como por ejemplo el de la manía, o locura que se ve como posesión divina, que sería la adivinación, mantiké, la locura amorosa como un don divino. Así lo refiere en 243 e.:

“No dicen verdad esas palabras que, en pre­sencia de un enamorado, afirman que se debe favorecer preferentemente al que no ama, y precisamente porque aquel está loco y este en su sano juicio. En efecto, si fuera verdad, sin más que la locura es un mal, tendrían razón. Pero los bienes más grandes nos vienen por la locura, que sin duda nos es concedida por un don divino, y así la profetisa de Delfos y las sacerdotisas de Dodona, en sus arrebatos de locura, obraron muchos beneficios, priva­dos y públicos, para Grecia, y, por el contrario, en sus momentos de cordura pocos o ninguno “. (Obra citada pág. 863)

Presenta Sócrates a cada momento argumentos para llevar a comprender el origen divino de esta locura, así dice en 243 a: “He aquí un testimonio digno de aducirse: los antiguos que pusieron nombres a las cosas, no consideraban la locura (manía) como algo vergonzoso ni como un oprobio, pues de ser así no habrían enlazado ese nombre a la más hermosa de las artes, la que juzga el porvenir, llamándola maniké, adivinación. Por el con­trario, le dieron ese nombre juzgando que la locura, es una cosa hermosa siempre que tiene origen divino. Según el testimonio de los antiguos, es más hermosa la locura que procede de la divinidad que la cordura, que tiene su origen en los hombres”. (Obra citada pág. 863)

Y continúa el discurso diciendo la fuerza que posee la purificación por medio de la oración y el servicio a los dioses. Así lo refiere Sócrates en 245c.

: ”Incluso las enfermedades y pruebas más horribles que, a consecuencia de antiguas ofensas y sin que se sepa de dónde vienen, afligen a algunas familias, encontró la locura profética una liberación, al producirse en los que a ellas estaban condenados, recurriendo a oraciones y servicios en honor de los dioses; y por este medio llegó a descubrir purifica­ciones y ritos de iniciación, e hizo indemne, para el presente y el futuro, al que participaba de ella, encontrando una liberación de los males presentes para aquel que rectamente enloqueciera y alcanzara la posesión.” (Obra citada pág. 863)

Completará esta parte hablando de la más sublime de las locuras que procede de las musas y son las que educan a la posteridad.

“La tercera forma de posesión y de locura, la que procede de las Musas, al ocupar un alma tierna y pura, la despierta y lanza a transpor­tes báquicos que se expresan en odas y en todas las formas de la poesía, y, celebrando miles de gestas antiguas, educa a la posteridad. Pero cualquiera que, sin la locura de las Musas, accede a las puertas de la Poesía confiando en que su habilidad bastará para hacerle poeta, ese es él mismo un fracasado, de la misma ma­nera que la poesía de los locos eclipsa a la de los sensatos.”

Luego, pasa a describir la naturaleza del alma y demuestra que los dioses buscan la felicidad de quienes enloquecen por amor, y la naturaleza del alma que es inmortal, lo es porque aquello que se mueve a sí mismo es inmortal y además es fuente de principio de movimiento para todo lo demás que se mueve. Este principio es ingente, no engendrado y que de él mismo se engendra todo lo que viene a ser, por tanto, también el alma es imperecedera.

Y dice en 245 c. “Una vez puesta de manifiesto la inmortali­dad de lo que se mueve a sí mismo, nadie tendrá reparo en decir que en esto consiste la esencia del alma y su misma noción. Todo cuerpo, en efecto, que recibe de fuera su mo­vimiento es inanimado, mientras que el que lo tiene dentro y lo recibe de sí mismo es anima­do, porque es esta la naturaleza del alma. Y si esto es así, si lo que se mueve a sí mismo no es otra cosa que el alma, necesariamente será el alma ingénita e inmortal.” (Obra citada pág. 864)

Para comprender mejor la naturaleza del alma presenta el mito del carro tirado por dos caballos y el auriga. Y aquí aparece la el tema de las ideas, que se encuentran en un lugar supra celeste, y en donde el alma las contempla desligándose del cuerpo. Aquí podríamos hacer una analogía con el paradigma de la línea que se encuentra en Eutidemo, donde Platón presenta la idea del Bien en el extremo superior de una línea vertical y llega al mundo de la doxa en el extremo inferior. Y dice en 245 c.:

“Sobre su inmortalidad, pues, basta con lo dicho. Acerca de su idea debe decirse lo siguiente: descubrir cómo es el alma sería cosa de una investigación en todos los sentidos y totalmente divina, además de larga; pero decir a qué es semejante puede ser el objeto de una investigación humana y más breve; pro­cedamos, por consiguiente, así. Es, pues, semejante el alma, a cierta fuerza natural que man­tiene unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los caballos y auriga de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de bue­nos elementos; En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía una pareja de caballos; el uno es hermoso, bueno y constituido de elementos de la misma índole; el otro está constituido de elementos contrarios y es él mismo contrario. En consecuencia, en nosotros resulta necesariamente dura y difícil la conducción.” (Obra citada pág. 864)

Alude luego a como Zeus en la mitología guía su carro alado en 247 a.:

“y La fuerza del ala consiste, naturalmente, en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose por donde habita la raza de los dioses, y así es, en cierto modo, de todo lo relacionado con el cuerpo, lo que en más alto grado participa de lo divino. Ahora bien: lo divino es hermoso sabio, bueno, y todo lo que es de esta índole; esto es, pues, lo que más alimenta y hace crecer las alas; en cambio, lo vergonzoso, lo malo, y todas las demás cosas contrarias a aquellas, las consume y las hace perecer. Pues bien: el gran jefe del cielo, Zeus, dirigiendo su carro alado, marcha el primero, ordenándolo todo y cuidándolo.”

Y continúa: “Tal es, pues, la vida de los dioses. En cuanto a las demás almas, la que mejor sigue a los dioses levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior y es llevada con ellos en la revo­lución circular, turbada por los caballos y contemplando a duras penas las realidades: otra, unas veces levanta y otras baja la cabeza, y, por causa de la violencia de los caballos ve unas realidades y otras no. Las demás, aspiran­do todas a subir, intentan seguir a los dioses; pero, siendo incapaces de ello, se hunden al ser llevadas en la circunvalación, pisoteándose y echándose las unas encima de las otras, e intentando la una colocarse delante de la otra. Así, pues, se produce un tumulto, una lucha y un sudor extremos en que, por impericia de los aurigas, muchas quedan cojas y muchas se estropean las alas. En una palabra, todas ellas, pasando muchos trabajos, se retiran sin haber sido iniciadas en la contemplación de la reali­dad, y una vez que se han retirado de allí, se alimentan de opinión. La razón de este gran celo por ver la llanura de la Verdad es que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es precisamente el de aquella pradera, y la naturaleza de las alas por las que el alma adquiere su ligereza se nutre precisamente de él. “ (Obra citada pág. 864)

En 248 e. nos habla Sócrates de la ley de Adraste: haciendo una escala de niveles de las almas según el grado de divinidad a la que hayan llegado. (Obra citada pág. 865)

”Toda alma que, habiendo estado en el cortejo de un dios, haya visto algo de lo verdadero, queda exenta de pruebas hasta la siguiente revolución, y, si puede hacerlo siempre, queda siempre in­demne; pero cuando, por haber sido incapaz de seguirle, no ha visto la verdad y, víctima de cualquier vicisitud, se ha llenado de olvido y de maldad, con lo que se ha vuelto pesada, y una vez que se ha hecho pesada, ha perdido las alas y ha caído a tierra, entonces es ley que esta alma no se implante en ninguna na­turaleza animal en la primera generación, sino que,

la que más ha visto vaya al germen de un hombre destinado a ser amigo de la sabi­duría, o de la belleza, o amigo de las musas y entendido en amor;

la segunda, al de un rey que se somete a las leyes, o guerrero y apto para el mando;

la tercera, al de un político o al de un buen administrador o negociante; la cuarta, al de un gimnasta amigo de las fatigas físicas, o al de alguno destinado a curar los cuerpos:

la quinta, tendrá una vida de adivino o una vida de iniciación;

a la sexta se adaptará bien un versificador o cualquier Otro de los relacionados con la imitación;

a la séptima, el artesano o el trabajador de la tierra;

a la octava, el sofista o el de­magogo,

y a la novena, el tirano.”

La belleza

Queda ahora tratar el tema de la belleza. La justicia, la templanza y todas las cosas preciosas para el alma no poseen ningún resplandor en sus imágenes de este mundo, por lo que solo unos pocos pueden contemplarlos recurriendo a imágenes, la belleza en cambio se puede ver en todo su esplendor pues brilla entre aquellas realidades y es la única capaz de despertar Amor.

Vuelve luego al ejemplo del auriga y los dos caballos expresando que el alma tiene tres partes y así dice en 253 e.: “Ahora bien- el que es conquistado lo es del modo siguiente: al principio de este mito di­vidimos toda alma en tres partes; a dos de ellas dimos forma de caballo, y a la tercera, de auriga. Conservemos aún esta imagen. De esos dos caballos, el uno—dijimos—es bueno; el otro, no. En qué consiste, empero, la virtud del bueno y la maldad del malo, es cosa que no hemos explicado y hemos de decir ahora. Pues bien: el que de ellos tiene mejor condición es de figura recta y erguida, tiene el cuello alto, ligeramente curvo, el color blanco y los ojos negros; es amante de la gloria con mode­ración y de la opinión verdadera, y, sin necesi­dad de golpes, se deja conducir por una orden simplemente, o por una palabra. El otro, por el contrario, es contrahecho, pesado, confor­mado de cualquier manera, de cuello robusto y corto, frente achatada, color negro, ojos grises, sanguíneo, compañero del exceso y de la soberbia, de orejas peludas, sordo, y obedece a duras penas a un látigo con pinchos. Así, pues, cuando el auriga, contemplando la visión amorosa y  habiendo calentado toda su alma con esta percepción, está casi lleno de cosquilleo y los pinchazos del deseo, el caballo que le es dócil, dominado entonces, como siempre, por el respeto, se retiene a sí mismo de echarse sobre el amado; pero el otro, sin preocuparse ya ni de los pinchos del auriga ni del látigo, se lanza a saltos violentos, dando todo el tra­bajo imaginable a su compañero de yugo y al auriga y forzándolos a ir hacia el amado y a recordarle las delicias del amor. Ellos al prin­cipio resisten, llenos de indignación, a lo que consideran una violencia abominable e ilícita; pero acaban, cuando el mal no tiene ya límites, por dejarse llevar, por ceder y consentir hacer lo que se les mande.

» Y así llegan junto al amado y contemplan su visión resplandeciente. Cuando el auriga la ve, su recuerdo se transporta a la naturaleza de la hermosura, y la contempla de nuevo acompañada de la templanza en su santo pe­destal, y, una vez que la ha visto, el temor y la veneración le echan hacia atrás, viéndose forzado a la vez a tirar de las riendas con tal fuerza que ambos caballos se sientan sobre sus grupas, el uno de grado, porque no ofrece resistencia; pero el soberbio, muy a su pesar. Alejados ya, el primero, de vergüenza y estupor, cubre de sudor el alma entera; pero el otro, al cesar el dolor producido por el freno y por la caída, apenas ha recobrado el aliento, se pone a injuriar con ira y a proferir innumera­bles insultos contra el auriga y su compañero Je yugo, que, según él, por cobardía y falta de valor, han abandonado su puesto y faltado a su compromiso, y, al intentar obligarlos de nuevo a avanzar contra su voluntad, accede a duras penas cuando le dicen que lo deje para otra vez. Pero cuando llega el tiempo convenido y ellos fingen no acordarse, se lo recuerda, les hace violencia, relincha, tira de tilos y los obliga así de nuevo a acercarse al amado para repetirle las mismas palabras, y cuando ya están cerca, se inclina hacia él, extiende su cola, muerde el freno y tira desver­gonzadamente. El auriga, empero, que vuelve a experimentar con mayor fuerza todavía el mismo sentimiento, como si retrocediera ante la barrera, tira hacia atrás con mayor fuerza todavía del freno sujeto a los dientes del caballo soberbio, ensangrentando su lengua mal ha­lada y sus mandíbulas y, haciéndole clavar patas y grupas en tierra, ‘lo entrega al dolor’ Pero cuando, después de haber sufrido muchas veces el mismo trato, el caballo malo renuncia a su intemperancia, sigue con sumisión a la prudencia del auriga, y cada vez que ve al muchacho hermoso, perece de terror, y así es como entonces el alma entera del amante sigue al amado con temor y reverencia.” (Obra citada pág. 869)

Llegamos pues al arte de la oratoria y como está unida a la verdad permanentemente, criticando la retórica, que solo intenta persuadir. Y así dice Laconio en 260 e.” No hay verdadero arte de hablar que no esté unido a la verdad, ni lo habrá jamás”. (Obra citada pág. 873)

Ahora nos acercamos a la retórica como arte de conducir a las almas, la psychogogia o cura de almas y alude a los sofistas cuando hace consideraciones sobre la seudo retórica que persuade y la retórica de la verdad. Dice Sócrates una vez terminado el segundo discurso, mientras dialoga con Fedro en 260 d.: “En resumi­das cuentas, la retórica sería un cierto arte de conducir las almas mediante discursos, no solo en los tribunales y en las demás reuniones públicas, sino también en las particulares, tanto sobre asuntos grandes como sobre pe­queños, y cuyo empleo justo en nada sería más honorable cuando se aplicara a asuntos serios que cuando se aplicara a asuntos sin importancia.” (Obra citada pág. 874)

Y continúa viendo la suerte que han tenido de haber pronunciado los discursos que ofrecen el ejemplo de como el que conoce la verdad puede, jugando con las palabras extraviar al oyente, continúa diciendo en 263 b. :” Por consiguiente, el que se pro­pone adquirir el arte de la retórica debe en primer lugar tener hecha una división metó­dica de estas cosas y haber recogido ciertas características de ambas clases de cuestiones: aquella en la cual la multitud tiene necesaria­mente ideas vagas y aquella en que no.” (Obra citada pág. 875)

Enumera luego de una forma bella las partes que debe tener un discurso en 265b: (Obra citada pág. 876) En primer lugar, el «preámbulo» que debe pronunciarse al principio del discurso, a los refina­mientos del arte. En segundo lugar, una «expo­sición», y, tras ella, los «testimonios»; en tercer lugar, los «indicios»; en cuarto, las «proba­bilidades»; a más de la «prueba» creo, y el «suplemento de la prueba», según dice al menos el mejor artista de la palabra, ese hombre de Bizancio.” Y con este método describe y clasifica los géneros de discursos y de almas y enseñará porque causa un alma es persuadida por discursos de tal naturaleza, y otras almas no.

Para finalizar diré algo de los discursos escritos en el mito del rey Thamus en Egipto el dios Theuth o Toth, nuestro querido Hermes. Toth inventor de la escritura persuade al rey em 275 a.: «Este conoci­miento, ¡oh rey! —dijo Theuth—, hará más sabios a los egipcios y vigorizará su memoria: es el elixir de la memoria y de la sabiduría lo que con él se ha descubierto.» Pero el rey respondió: «¡Oh ingeniosísimo Theuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte, y otra ser capaz de comprender qué daño o provecho encierra para los que de ella han de servirse, y así tú, que eres el padre de los carac­teres de la escritura, por benevolencia hacia ellos, les has atribuido facultades contrarias a las que poseen.” (Obra citada pág. 882).

Aludiendo que las almas de los que aprenden, perderán la memoria porque se fiarán de lo escrito.

Y con poco más, Fedro y Sócrates emprenden el camino de regreso habiendo hecho Sócrates una oración al dios Pan pidiéndole que considere como rico al sabio. Espero que con esta síntesis de Fedro, donde he puesto mucho de Platón y muy poco mío, seamos un poco más ricos, o sea un poco más sabios.