María Angustias Carrillo de Albornoz
“El pensamiento, cuanto más puro, tiene su número, su medida y su música.”
“Prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”
“La mujer camina en su evolución, adquiere personalidad día por día, anda y se esfuerza, aborda de frente los problemas, da la cara a la vida.”
“La filosofía es una preparación para la muerte, y el filósofo el hombre que está maduro para ella”
Hoy me propuse buscar frases de personajes importantes –una de mis distracciones favoritas cuando me canso de llevar un rato en el ordenador y me apetece cambiar de tercio-, y he encontrado estas de María Zambrano que he seleccionado porque me han parecido muy sugerentes para hablar de ella.
Música, poesía y filosofía fueron los pilares en la vida de María (sin olvidar el amor que siempre sintió por su hermana pequeña Araceli y la atracción que las dos sentían por los gatos, de los que siempre estaban rodeadas). Yo pienso que a María lo que más le hubiera gustado es estudiar música, llegar a ser una gran pianista y dedicar su vida a dar conciertos como hizo Clara Schumann, a la que tanto admiraba. Desde que era pequeña sintió la vocación musical, según ella misma cuenta en su obra “Delirio y destino”, pero su padre se opuso por no considerar la música una “ocupación seria” para ganarse la vida. Le argumentaba que él no tenía rentas para dejarle y que tocar el piano no le iba a dar lo suficiente para poder vivir dignamente. Al final, la joven María se tuvo que decantar por la filosofía, que también le atraía, pero no poder dedicarse a la música como deseaba le provocó una de sus primeras crisis espirituales. Estoy convencida de que su ilusión hubiera sido ser pianista y andar dando recitales y conciertos viajando libremente por el mundo.
Yo, que llevo casi toda mi vida viviendo en Granada, a veces me preguntaba, cuando pasaba por delante de la Farmacia Zambrano, si su nombre tendría algo que ver con el de la famosa veleña y, al cabo del tiempo, he comprobado que así es efectivamente. María pudo haber sido granadina si su padre, Diego Zambrano, no hubiera tenido que irse destinado como maestro nacional a Vélez-Málaga, al aprobar las oposiciones y conocer a la también maestra allí destinada Araceli Alarcón. Se enamoraron, se casaron… y María nació en Vélez-Málaga.
Un poco de historia de Granada
La Farmacia Zambrano, la más antigua y artística del centro de Granada -que ahora se ha trasladado al oeste de la ciudad-, estaba situada en el nº 24 de la calle Reyes Católicos y mantenía el aspecto de cuando se instaló en los bajos de este céntrico edificio en 1896. Yo entraba a menudo a comprar juanolas o caramelillos de miel y limón cuando volvía del colegio y, mientras esperaba que me despacharan, me gustaba contemplar la exquisita estantería de madera de caoba donde se exhibía una valiosa colección decimonónica de botamen -los frascos donde se conservaban antiguamente los medicamentos-, y un original techo forrado de un lienzo que simulaba una pintura al fresco.


Esta farmacia ya figuraba abierta en 1733 con el nombre de “La Botica del Carbón”, por estar situada frente al “Corral del Carbón”, la única alhóndiga nazarí de la península que se conserva actualmente en toda su integridad. La farmacia era la sucesora de la de Juan López Rubio, un inteligente joven onubense que vino a estudiar la carrera a Granada formando parte de la cuarta promoción de la Facultad de Farmacia. Aquí se casó con Teresa de Palacios y Toro, familia de los banqueros Rodríguez-Acosta, y se introdujo en el mundo de los negocios. Él fue uno de los promotores del comercio del azúcar en Granada y formó parte de los que promovieron la construcción de la Gran Vía de Colón en 1895.
El Corral del Carbón, llamado en árabe “al-fudaq al-yadida” (Alhóndiga Nueva), había sido construido en la primera mitad del s. XIV por Yusuf I , en plena época nazarí, al objeto de que sirviera como almacén y punto de venta del trigo, además de posada para los mercaderes que lo traían a Granada. En el siglo XVII fue también corral de vecinos, usándose las habitaciones de la planta baja como almacén para el carbón, de donde le sobrevino su nombre actual. Hoy en día, su amplio patio se utiliza como escenario para teatros y festivales, conciertos y conferencias.

Pero de lo que hoy quería escribir no es de la “botica” ni del “Corral del Carbón”, sino de la figura de María Zambrano y la vinculación que tuvo su familia con Granada.
María Zambrano fue una de las pensadoras más viajeras y originales del siglo XX. Hija y nieta de maestros, María tuvo, como su padre, una preocupación constante por la educación de los españoles, convencidos ambos de que sólo la educación salvaría al pueblo. De la importancia fundamental del papel de los maestros al referirse a los modestos estudios de su padre, afirmaría que «el momento histórico de España exigía de los mejores ser maestros nacionales». Discípula de Ortega y Gasset y de Xavier Zubiri, desarrolló un pensamiento fecundo y de gran profundidad, capaz de unir la razón con el sentimiento. La larga experiencia del exilio durante más de cuarenta años se refleja en el carácter fronterizo de su obra, que dificulta cualquier tentativa de calificación previa. El legado de María se puede hallar justamente en el desafío teórico que su escritura deja al lector gracias a su capacidad de abrirse a una infinidad de posibilidades, todas ellas generadoras de sentido. A través de su método particular que sustituye los límites de los conceptos utilizando bellas imágenes y metáforas, nos muestra la posibilidad de un pensamiento que, uniendo filosofía y religión, música y poesía, es capaz de expresar en palabras el verdadero sentido de la vida.
Fue en 1876 cuando Juan López Rubio -el joven onubense que vino a estudiar Farmacia a Granada- adquirió la “Botica del Carbón” al terminar la carrera. Veinte años antes habían tenido lugar las obras del embovedado sobre el Darro, que ocultó el paso de este río por el centro de la ciudad y constituye un elemento de gran valor desde el punto de vista histórico y arquitectónico. El “Embovedado” comienza en la Plaza Nueva, junto a la iglesia de San Gil y Santa Ana y termina en el Paseo del Violón, en la desembocadura del Darro en el Genil, atravesando oculto todo el centro de la ciudad.

Tras quedar cubierto el río, la nueva calle vio cómo todos los edificios que hasta entonces le daban la espalda, comenzaban ahora a ofrecer sus mejores fachadas a la recién estrenada vía. El edificio de la farmacia había sido construido por el maestro de obras Giménez Arévalo, que era amigo del farmacéutico y también socio suyo en los negocios, como también más tarde en la construcción de la Gran Vía de Colón, paralela a la Calle Elvira.
Pequeña biografía
Veamos ahora quién era María Zambrano y la relación que tuvo su familia con Granada. Aquí vivía su tío Diego Zambrano, que trabajaba en la farmacia de Juan López Rubio como mancebo. Buscando su amparo, el abuelo de María se instaló con toda la familia paterna en Granada y, años más tarde, aquél joven mancebo que era muy inteligente y trabajador, estudiando en sus ratos libres, cursó la carrera y adquirió la farmacia, quedando para siempre su nombre ligado a Granada.

María nació en Vélez-Málaga, el 22 abril 1904, siendo la hija mayor de Araceli Alarcón Delgado (1878-1945), y Blas José Zambrano García de Carabantes (1874-1939). Ambos eran maestros nacionales que, al acabar la carrera, fueron destinados a la Escuela Graduada de Vélez-Málaga. Allí se instalaron para vivir, se conocieron y enamoraron mientras ejercían su magisterio, contrajeron matrimonio y nació su primera hija, María. De naturaleza física débil y enfermiza, la niña estuvo luchando entre la vida y la muerte desde sus primeros días de vida y, si bien había nacido el 22 abril, la fecha de su nacimiento fue erróneamente registrada como 25 de abril, ya que su padre, viendo la precaria situación de salud de la pequeña, estuvo más atento a que su hija sobreviviera que a inscribirla en el juzgado.
De su primera infancia, María recuerda la luz de la tarde cayendo sobre el patio de su casa natal de Vélez-Málaga cuando, en brazos de su padre, él mismo le ofrece un limón que enseguida se le escapa rodando. Este recuerdo, corroborado por una foto de don Blas con la niña en brazos, se transformará en el símbolo de esa absoluta obediencia hacia el padre a la que ella siguió fiel durante toda su vida.

En abril de 1906 doña Araceli obtiene una plaza como maestra en una escuela elemental de niñas en Madrid, y María pasa momentáneamente al cuidado de los familiares de su madre en Bélmez de la Moraleda, un pequeño pueblo de Jaén donde vivía su abuelo materno Francisco Alarcón. Este era un teólogo ilustrado y heterodoxo, comerciante de uvas con Inglaterra y especulador de minas, que al final terminó arruinado. Estando allí, la pequeña sufrió un colapso, una cierta catalepsia de varias horas, lo que hizo pensar a todos que había muerto. María tendrá presente toda la vida este episodio de su primera infancia ocurrido precisamente el 16 de julio de 1906, festividad de la Virgen del Carmen. Ella recuerda cómo al “despertar”, le dieron a besar el escapulario que le habían colocado sobre la mortaja. Este suceso la dejó marcada de por vida y será luego fundamental en el desarrollo de su obra.
En 1909 el padre de María es nombrado regente en el Colegio de San Esteban de Segovia, por lo que la familia se traslada a esta ciudad, donde la niña va creciendo y cursa el bachillerato en el Instituto Nacional (entonces eran muy pocas las mujeres que estudiaban). Existe otro episodio significativo de esta época, que María recordará en su vejez y merece ser destacado, y es la visita al Santuario de la Fuencisla en Segovia, donde yacen los restos de San Juan de la Cruz. Gregoria, la mujer que cuidaba de ella, fue la encargada de acompañarla mientras le iba leyendo los versos del santo español, haciendo nacer ahí su primer acercamiento a la mística y a la poesía, que tanto influirían luego en ella.
Uno de los acontecimientos más importantes para María fue el nacimiento de su hermana Araceli el 21 de abril de 1911. Era la víspera de su séptimo cumpleaños y fue como si le regalaran un juguete. Ella lo comentaría más tarde diciendo: “fue la alegría más grande de mi vida”. Las dos hermanas estuvieron siempre muy unidas, protegiéndose y ayudándose mutuamente hasta el final de sus días.
En 1914, al iniciarse la primera Guerra Mundial y con solamente 10 años, María publica su primer artículo titulado “Europa y la Paz”, fruto de sus lecturas en la biblioteca paterna, que contiene ya el germen de su futura concepción espiritual y trágica de Europa. Durante la adolescencia, amplía su universo literario con su primo Miguel Pizarro, que acababa de terminar su licenciatura en Filosofía. Miguel fue su primer y gran amor, al que conoció en Segovia a la edad de 13 años, y a través de él fue descubriendo a Nietzsche, a Goethe, Schiller y Schopenhauer, la poesía del “Siglo de Oro” y el sufismo medieval. Miguel le regaló el libro de “La quintessence de la philosophie” de Ibn-Arabî, con una Introducción de Louis Massignon, teólogo católico y profundo conocedor de la mística islámica, que tanta influencia tuvo en el pensamiento de nuestra filósofa. Pero ocurrió que durante el verano de 1923, disfrutando de unas vacaciones en las playas de Estoril, Don Blas zanja por “incestuosos” los vehementes amores de los primos y a Miguel lo envían un tiempo a Japón, dejando a María sumida en la impotencia y el dolor de esta prohibición. Es entonces probablemente cuando conoce a Gregorio del Campo, el novio alférez de artillería que fue fusilado en 1936 durante la guerra civil española y con el que la joven tuvo un hijo que murió pocas horas después de nacer. Conocer este acontecimiento, al que María hará referencia en un escrito bajo el titulo “Los sueños. Enterrar el pasado” citando su frustrada maternidad, nos permite una lectura de su obra más profunda y completa por las referencias implícitas a esta prematura pérdida que la dejó marcada para siempre.
En estos años conoce también a León Felipe, Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón y Federico García Lorca. En 1924 completa sus estudios de Filosofía en la Universidad Central de Madrid, a donde se trasladaba con frecuencia desde Segovia, y allí conoce a Ortega y Gasset, al que posteriormente reconocerá como su maestro, asistiendo también a las clases de Xavier Zubiri. En estos años empiezan las lecturas directas de la “Ética” de Spinoza, de la “Crítica de la razón pura” de Kant y numerosos ensayos de Bergson. En 1927 inicia los estudios de doctorado y sufre la primera y más profunda crisis de su vocación filosófica. Asistiendo a las clases -tan diferentes- de Ortega y Zubiri, la joven tiene la sensación de encontrarse entre dos polos opuestos: por un lado, la excesiva claridad de Ortega, que en ese momento explicaba las categorías kantianas, y por el otro la obscuridad del pensamiento de Zubiri. Tuvo entonces una revelación fulgurante: mirando la luz que se filtraba por las cortinas del aula, entrevió una “penumbra tocada de alegría que se fue abriendo como una flor al discernido sentir”, convenciéndola de que quizás no tenía por qué dejar de estudiar filosofía.
Cuando su primo Miguel regresa de Japón, su relación sentimental ya no se consolida nuevamente, pero gracias a él, María lee a Tanizaki y se acerca a la espiritualidad japonesa. La joven se empieza a concentrar ahora en actividades más intelectuales y políticas, y participa en las reuniones de la Federación Universitaria Española (FUE) y de la “Revista de Occidente”. Entra en contacto con algunas jóvenes intelectuales madrileñas, entre las cuales están Rosa Chacel, María Teresa León, Concha Méndez y Maruja Mallo. En 1928 empieza a escribir en los diarios madrileños “Libertad” y “El liberal”, y en este último publica sus primeros artículos sobre el tema de la mujer en la sección “Aire Libre”. Participa en diversos actos públicos y es durante una de estas conferencias en el Ateneo de Valladolid, cuando sufre otro desfallecimiento. El novio de su hermana Araceli, Carlos Díez Fernández, que era médico, le diagnostica una tuberculosis, y María tendrá que guardar un periodo de total reposo y aislamiento desde el otoño de 1928 hasta la primavera de 1929. En este estado de total soledad, es cuando inicia sus primeras reflexiones sobre el “sentir originario”.
El 20 de enero de 1930 vive la caída de la dictadura de Primo de Rivera y se aleja por primera vez de su maestro Ortega, como testimonia una carta donde critica duramente su artículo “Organización de la decencia nacional”. En 1930-31 es nombrada profesora ayudante de la asignatura de Historia de la Filosofía en la Universidad Central e inicia su nunca acabada tesis doctoral, de la que ha quedado sólo un artículo titulado “La salvación del individuo en Spinoza”. El 14 de abril de 1931 asiste en la Puerta del Sol a la proclamación de la Segunda República Española, un acontecimiento que recordará luego en varios escritos posteriores.
1932 es uno de los años más críticos, donde su salud vuelve a resentirse. En ese año firma, animada por Ortega, el “Manifiesto del Frente Español”, donde María se rebela contra la dictadura del marxismo y del capitalismo a la vez, proclamando la “defensa de los valores universales del espíritu frente a los materialismos que amenazan destruirlos”. No obstante, percibe casi enseguida las tensiones dentro del Frente Español (F.E.), y el peligro de que la Falange Española pudiera usar sus siglas, pero como tenía poder para hacerlo, ella misma lo disuelve. Después de esta crisis, retorna nuevamente a la escritura, que fue siempre, siempre su mejor refugio.
En 1936, cuando en España estalla la Guerra civil, María Zambrano es ya una voz reconocida y a sus 22 años es la autora de importantes ensayos. El 14 de septiembre de ese mismo año se casa con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, que es designado como secretario de la Embajada de España en Chile. Desde su pequeña oficina en la embajada María organiza eventos en favor de la República y publica tres obras: “Los intelectuales en el drama de España”, “Antología de Federico García Lorca” y “Romancero de la guerra española”. La estancia de María en Chile no durará mucho, y el 19 junio 1937, al ser llamado su marido a filas, los dos regresan a España, donde él se incorpora al ejército republicano y ella colabora como “Consejera de la República” y “Consejera Nacional de la Infancia Evacuada”. Escribe para “Hora de España” y se integra en su Consejo de Redacción, donde refuerza su amistad con Emilio Prados.
A comienzos de 1938 María se traslada a Barcelona, donde muere su padre el 29 de octubre 1938 y Antonio Machado, que era muy amigo de Don Blas, le dedica un artículo parcialmente publicado en el número XXIII de “Hora de España”. A finales de enero de 1939, al poco de capitular Barcelona, María decide exiliarse y abandona la ciudad. Junto a ella, están su madre, su hermana y sus primos José y Rafael Tomero, que entonces eran pequeños.
El exilio
María Zambrano vivió en el exilio desde 1939 a 1984. Fueron los años más difíciles de su vida, pero también los más prolíficos. Ese desgarro, intensamente sufrido, le trajo la necesaria distancia para pensar auténticamente sin quedarse atada al pensamiento de sus maestros. Transcurridos los primeros días, se reúne con su marido y ambos marchan a París. Poco después, viaja a México invitada por “La Casa de España” y durante un año imparte clases de Filosofía en la “Universidad de Hidalgo” de Morelia donde, además de impartir cursos de nivel medio superior, publica “Pensamiento y poesía en la vida española” y “Filosofía y poesía”. La actividad docente en esta Universidad es obstaculizada por las excesivas horas de trabajo y por la obligatoriedad de seguir una línea marxista, a la que Zambrano no quiere adherirse.
Hacia finales de 1939 acepta dar unas conferencias en La Habana sobre “Séneca y el estoicismo”, pero en la isla cubana se enferma y, en condiciones de salud muy precarias, es llamada nuevamente por la Universidad de Morelia, aunque decide no viajar a México y quedarse en La Habana, donde da clases en la Universidad y en el “Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas”. Desde allí, se traslada con frecuencia a Puerto Rico, donde imparte cursos y seminarios, y en 1943 es nombrada profesora en la “Universidad de Río Piedras”. En este mismo año publica “La confesión, género literario y método”, uno de sus libros más significativos.
En agosto 1946 María Zambrano recibe la noticia de la grave enfermedad de su madre que se encuentra en París. Tras una larga espera para el visado y la obtención de una plaza para coger el primer vuelo, cuando llega a la capital francesa no solamente descubre que su madre ya había sido enterrada, sino que se entera también de las torturas que su hermana Araceli había sufrido por la Gestapo a causa de la vinculación con su compañero Manuel Muñoz. Decide entonces no separarse más de ella y las dos hermanas se van a vivir juntas a un apartamento de la Rue de l’Université. En marzo de 1947, su marido Alfonso Rodríguez Aldave llega a París y es el momento en que la pareja decide separarse.

María y Araceli entablan amistad con algunos intelectuales franceses como Albert Camus y René Chart, y con frecuencia visitan el “Café de Flore”, donde María conoce a Sartre y a Simone de Beauvoir, con quienes no congenia. Conoce también al pintor español Luis Fernández, al matrimonio Baltasar Lobo y a Mercedes Guillén, lo que le permite visitar a Pablo Picasso en su estudio parisino. En 1948 las dos hermanas vuelven a Cuba y en 1949 se establecen en México, donde a María le habían ofrecido la cátedra de Metafísica, vacante tras la muerte de García Baca. Ella renuncia a esta oferta y se trasladan nuevamente a La Habana, donde permanecen hasta finales de 1949. Regresan de nuevo a Europa, primero a Roma, donde se quedarán hasta enero de 1950, y posteriormente a París, donde conoce a Emil M. Cioran. En 1951 Araceli y María viajan nuevamente a La Habana y antes de llegar a la isla hacen etapa a La Guaira, puerto cercano a Caracas, como testimonia en “De regreso al nuevo mundo”, el último de sus escritos, recogido en “Delirio y destino”, un texto autobiográfico que data de 1952.
En 1953 las hermanas Zambrano regresan a Europa e inician su periodo romano. El primer domicilio en la capital italiana es en un apartamento en la Piazza del Popolo, donde María y Araceli vivirán hasta 1959. En estos años conocen diversas figuras intelectuales de la época, entre ellas a Elena Croce, Vittoria Guerini (conocida con el seudónimo de Cristina Campo) y algunas destacadas personalidades españolas, como Ramón Gaya, Jorge Guillén, Diego de Mesa y Rafael Alberti. Este grupo de amigos e intelectuales se reunía habitualmente en el Caffè Rosati, en el mismo edificio donde vivían María y Araceli. En estos años se publica “El hombre y lo divino”, obra editada por primera vez en 1955. A pesar de la riqueza de sus relaciones intelectuales, las Zambrano sufren estrecheces económicas muy importantes y la vida en Roma se les hace insostenible. Entonces, tras cuatro mudanzas a diferentes apartamentos por causa de los numerosos gatos que llevaban consigo, deciden abandonar la capital italiana. El 14 de septiembre de 1964, María y Araceli abandonan Roma y, con la ayuda del primo Rafael Tomero, se instalan en La Pièce, una pequeña localidad en el Jura francés. En esta casa en medio del bosque María trabajará intensamente, cuidando siempre de su hermana, cuyas condiciones físicas y psíquicas se van deteriorando. Araceli muere el 20 de febrero 1972 y María le dedica una de sus obras más significativas: “Claros del bosque”. En 1973, tras la muerte de Araceli, María regresa a Roma, donde recibe la ayuda económica de Timothy Osborne, y en la primavera de ese mismo año viaja a Grecia con éste y su esposa. Los resultados del viaje se verán reflejados en el capítulo “Los templos y la muerte en la antigua Grecia”, publicado en la segunda edición de “El hombre y lo divino”. De 1974 a 1978 vuelve María a residir en La Pièce, como testimonia su larga correspondencia con el filósofo y teólogo Agustín Andreu, cuya amistad se reforzará en estos años.
La vida de María como vemos, es un contínuo “no parar”. El 25 junio de 1981 le es concedido el “Premio Príncipe de Asturias” “por su larga labor filosófica y literaria realizada durante medio siglo”.
En 1983 la salud de María Zambrano se hace cada vez más débil, por lo que empieza a tomar forma su proyecto de regresar definitivamente a España. El lugar escogido al principio es el Convento de las Madres Agustinas de Valdepeñas de Jaén, en Andalucía, pero cuando todo está listo para su regreso, se enferma gravemente. Ciega a causa de las cataratas, con una fuerte anemia y acuciada por la artrosis, es internada en la clínica ginebrina privada de Beaulieu, gracias al apoyo económico de Timothy Osborne. Los médicos que la atienden no le dan esperanza de vida, pero, sorprendentemente, María se recupera y el deseo de regresar a España se hace nuevamente realizable.
El regreso a España
María vuelve a España el día 20 de noviembre de 1984, después de cuarenta y cinco años de ausencia. Para recibirla está el hijo de su amigo Pedro Salinas, Jaime, que es entonces Director General del Libro en el Ministerio de Cultura, además de amigos, familiares y numerosos periodistas. Se instala en Madrid, en la calle Antonio Maura 14, donde sigue con sus trabajos y publicaciones, y su casa se transforma de inmediato en un lugar de encuentro para intelectuales y amigos.

Los reconocimientos institucionales se multiplican en estos años. El 28 de febrero de 1985 es nombrada “Hija predilecta de Andalucía”, y en 1987 recibe el título de “Doctora honoris causa” por la Universidad de Málaga. En ese mismo año, se constituye oficialmente la “Fundación María Zambrano” en el Palacio de Beniel de Vélez-Málaga, y en 1988 es la primera mujer en recibir el prestigioso Premio Miguel de Cervantes.
En 1991 sus condiciones físicas se agravan de nuevo y es ingresada en el “Hospital de la Princesa” de Madrid. Muere el 6 de febrero 1991 y, según su deseo, es amortajada con el hábito de la Orden Tercera Franciscana. Sus restos mortales reposan en el cementerio de Vélez-Málaga -a donde luego fueron trasladados también los de su madre y su hermana-, entre un naranjo y un limonero, y en compañía siempre de numerosos gatos que acuden misteriosamente a su tumba. Una lápida la recuerda, como ella misma quiso en vida, con estas palabras del Cantar de los cantares: “Surge, amica mea, et veni”. Un himno que llama a María Zambrano a una nueva vida más allá del tiempo.
