Mercurio en la Primavera de Botticelli

Isabelle Ohmann

La pintura

El titulo “La Primavera” retomado desde el siglo XVI, corresponde a una pintura que parece representar y festejar la llegada de la primavera. En el centro de un bosque de naranjos, en una pradera, aparece Venus la diosa del amor. Este decorado simboliza sin duda el jardín sagrado de la diosa que la mitología sitúa en la isla de Chipre.

La pintura se lee de derecha a izquierda.

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En la primera parte de la pintura a la derecha, Botticelli ha retomado un cuento de Ovidio, poeta latino: en el jardín de las Hespérides, el dios del viento, Céfiro habría sido víctima de una violenta pasión al mirar a la ninfa Cloris y la habría perseguido y tomado por la fuerza como mujer. Después de haberse arrepentido de su ardor la habría cambia do en Flora, la reina de la Primavera eterna, y le ofreció el reino de las flores. Flora es desde entonces la diosa de la juventud y de la floración, protectora de la agricultura y de la fecundidad femenina. Ella está sembrando flores sobre la tierra, mostrando de esta manera su poder de fecundación.

Venus en el centro, la soberana de este bosque, se mantiene un poco hacia atrás, como si quisiera dejar paso a su séquito. Por encima de la diosa, los naranjos se cierran en un semicírculo como una aureola alrededor de la diosa y su hijo Eros lanza sus flechas de amor, con los ojos vendados.

A la izquierda aparecen las tres Gracias, acompañadas por Venus, danzando una ronda encantadora.

Mercurio, el mensajero de los dioses, cierra la pintura a la izquierda. Le da la espalda a la composición, como si quisiera aislarse. En su mano derecha lleva el caduceo para alejar las nubes amenazadoras impidiéndoles penetrar en el jardín de Venus. Mercurio personifica al protector de un jardín en el que no hay nubes y adonde reina eternamente la paz. El coraje de Mercurio en su función de guardián del bosque esta ilustrado por la presencia de una espada en su cadera izquierda.

El jardín simboliza la paz y la primavera eternas. Hay que destacar que el bosque y la materia son sinónimos en latín (sylva) y que por lo tanto no se trata aquí del nacimiento de Venus sino de su encarnación en la materia. El jardín de Venus es entonces el jardín del mundo.

Sin embargo la pintura refleja un simbolismo más sutil que una simple representación primaveral del jardín del amor de Venus. Simboliza el camino del alma hacia lo divino: la llegada del alma al jardín del mundo y su vía de perfeccionamiento desde el amor sensible hacia el amor puro que conduce a la contemplación de las verdades eternas.

El simbolismo

La pintura esta compuesta de dos partes que se armonizan alrededor del eje representado por Venus. Estas dos partes ilustran el doble rostro de Venus, símbolo de la dualidad del alma: Venus Pandemos que los placeres terrestres atraen, y Venus Urania que aspira a la felicidad celeste.

Estas dos caras del amor, celeste y profano, están representadas por los dos trípticos de la pintura que describe las metamorfosis del amor que se despliegan en el jardín de Venus. Ficino y los platónicos concebían el amor como una dualidad compuesta de un deseo físico terrestre y de una aspiración espiritual que tendía hacia Dios. Describían el camino humano ideal como el esfuerzo constante para pasar de la pasión sensual al deseo espiritualizado de conocimiento y de luz en la unión con Dios.

Céfiro, Cloris y Flora

Dios del viento, Céfiro penetra violentamente en el jardín, hasta el punto que los árboles mismos se pliegan. Hincha poderosamente sus mejillas para lanzar soplos cálidos. Persigue a la ninfa vestida de velos transparentes, que le mira espantada. Simboliza la pasión desenfrenada. Botticelli ha representado la metamorfosis de la ninfa Cloris en Flora como un cambio de la naturaleza: la ingenua Cloris ha sido transformada en belleza victoriosa, fruto de la unión de la pasión y de la pureza.

Tomando otra clave, según el Orfismo el alma entra en el universo, llevada por los vientos. Céfiro, el tenebroso, se introduce en el jardín del mundo haciendo entrar el alma/Cloris, la estrella celeste, aunque también parece retenerla, de la misma manera que el amor apasionado retrasa el camino hacia el mundo celeste.

Flora, el alma-flor representa la belleza terrestre, que no es únicamente bella ella misma, sino que, sembrando sus rosas, embellece también al mundo. Flora representa la segunda Venus, la Venus terrestre o Venus Pandemos. Es la madre de la vida.

Venus

2En vez de ser la encarnación del amor carnal, Venus, en cuanto eje de la pintura, simboliza el ideal humanista del amor espiritual que, a través de la ascesis del alma permite su elevación hacia las cumbres de la inteligencia pura. Tal Diotima, en el Banquete de Platón, ella enseña el camino de la belleza y del amor celestes.

Según Platón, la comunión entre los mortales y los dioses se realiza gracias a la mediación del Amor. Este Amor esta personificado por Venus que define así el sistema universal de interdependencia que rige la circulación de los dones divinos. Venus esta en el centro de un proceso que reúne a los dioses y a los hombres, en un rit mo en tres tiempos: la emanación, que es la creación, la conversión o rapto, que produce un éxtasis regenerante de donde surge el Amor, y la reintegración o perfeccionamiento, que permite volver al cielo y reunirse con los dioses.

Como escribía Pico de la Mirandola en el Commento, “Elevándose de perfección en perfección, el hombre alcanza ese nivel donde toda su alma esta unida al intelecto, y donde el hombre transformado en ángel, ardiendo de este amor angelical, como lo haría una materia quemada por el fuego y transformada en llama, purificada de todas las impurezas del cuerpo terrestre y metamorfoseada en llama espiritual por el poderoso amor, volando hasta el cielo inteligible, ella (el alma) descansa entre los brazos de su padre primordial y encuentra la felicidad”.

Como lo señala Jorge Livraga, Botticelli representa una Venus “que domina el pasado, el presente y el futuro. Es el eje central. Es el Amor de los platónicos que domina todo lo que es manifestado y se concretiza según las necesidades y el nivel de conciencia de cada uno”.

Venus levanta la mano hacia las tres Gracias haciendo un signo de moderación. Diosa de la concordia y de la armonía, Venus esta representada en el neoplatonismo del Renacimiento, como una diosa bienhechora, pacifica y moderada. Parece como si estuviera embarazada, llena de la armonía del mundo.

Las tres Gracias

Pico de la Mirándola sugiere que “la unidad de Venus se despliega en la Trinidad de las Gracias”. Las tres Gracias representan por lo tanto los tres tiempos y las tres caras del amor. Según la llave cristiana, las tres gracias representan las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad. En la clave neoplatónica simbólica, este tríptico se presenta como: Pulcritud-Amor (Castitas)- Voluptas, la Belleza, el Amor (casto), el Placer. Según Ficino “el amor comienza por la belleza y se termina en placer”. Pero en el itinerario que satisface al Alma, el arte es sólo el primer nivel, el del placer de la belleza, y la felicidad de la contemplación es el último nivel, el éxtasis del amor sagrado.

La primera Gracia es la Belleza

En el arte del Renacimiento, el lugar de la Belleza es central, poseyendo un rol casi místico. Los artistas y poetas tienen la facultad de ver la Belleza y por ello de excitar el amor de la sabiduría. Es gracias a la experiencia de la Belleza, reflejo de Dios, que logramos elevarnos hasta la visión de lo divino. “La belleza del mundo es el esplendor de la cara de Dios” dice Ficino. Según la enseñanza platónica, el filósofo debe extraer de la belleza sensible lo que favorece el ardor del amor superior.

Según Ficino, el Bien se sitúa en el centro de una esfera cuya superficie es la Belleza; son dos aspectos de una misma realidad, la perfección interior y la perfección exterior. Pico de la Mirandola subordinará la Belleza al Bien, como la estética esta subordinada a la ética. La Belleza es también, según la enseñanza platónica contenida en el Fedro la única representación que puede despertar en nuestra alma la reminiscencia de las bellezas celestes que ha contemplado antes de entrar en el mundo. Es por ello que para los filósofos del Renacimiento, la Belleza es espiritual.

La gracia del centro es el Amor

Se identifica también a la Castidad. Es el amor puro, que nunca ha sido mancillado por el deseo sensual, pues únicamente el amor casto conduce a gozar verdaderamente de la belleza. Se diferencia de las otras Gracias por no llevar ninguna joya.

Nos da la espalda, para subrayar que la conversión hacia las cosas divinas implica alejarse de este mundo para contemplar al “Todo Otro” de la dimensión de lo sagrado. Esta función de mediador del Amor corresponde a la definición que da Platón en el Banquete, es decir que “el Amor es el Deseo desvelado por la Belleza”. Si la Belleza no es la fuente original, el Deseo solo no seria Amor, sino pasión animal; mientras que la Belleza sola sin ningún lazo con la pasión no seria sino una entidad abstracta que no provocaría el Amor. Solamente la fuerza regeneradora del Amor contemplativo puede lograr reunir los contrarios.

La tercera gracia es el Placer

El placer no es la voluptuosidad sensual, sino al contrario, representa la alegría interior, último objetivo del filósofo, que debe conquistar gracias a la contemplación del “Todo Otro”. Esta alegría filosófica (la eudaimonía de los antiguos) es el bien supremo.

La ronda “graciosa” de las tres Gracias que conforman un nudo estudiado, una simetría equilibrada entre las tres hermanas, es el símbolo de la armonía. Representa el gran misterio de la concordia que va más allá de la dualidad debido a la presencia de un “tercio incluido”. La Belleza es el fruto de esta concordia, que nace de la danza cíclica de las tres jóvenes mujeres.

Cupido

Cupido es el hijo de la Venus celeste. En De Amore Ficino escribe “Como el alma es la madre del Amor, Venus es idéntica al alma, y Amor es la energía del alma”. Es apuntando al Amor/Castidad que Eros lanza sus flechas.

En la mística del Renacimiento, Eros/Cupido es el instrumento que ayuda a recorrer los peldaños inteligibles que separan a Dios de sus criaturas. Con su flecha en llamas, Cupido inspirará al amor casto (pero inconsciente) un deseo, despertará la voluntad adormecida del alma y la lanzará hacia su búsqueda consciente. Será un furor heroico que terminara en una fusión estática entre el cazador y el objeto de su caza, según una imagen utilizada por Ficino y retomada mas tarde por Giordano Bruno.

“Orfeo dice que el amor “no tiene ojos” porque se sitúa mas allá del intelecto” afirma Pico de la Mirándola. Para conocer la naturaleza divina del alma inmortal escondida en lo más profundo de si mismo, hay que desarrollar la visión interior, que los artistas del Renacimiento simbolizaban por la ceguera física. Es la conversión de la mirada, preconizada por el Corpus Hermeticum. Esta visión interior esta representada por Cupido cuyos ojos están vendados.

Mercurio

3 Situado al final de la pintura, Mercurio anuncia el objetivo último del viaje de amor. Con su caduceo blandido hacia el cielo, invita a la visión extática que se obtiene de la unión con el espíritu. Tradicionalmente Mercurio es el que guía y acompaña las tres Gracias. “La inteligencia sucede al placer, que es el bien supremo mas autentico y duradero”, dice Pico de la Mirándola. Pues son los sentimientos superiores, como la autentica alegría, que permiten el nacimiento de la sabiduría, es decir de la inteligencia que guía la personalidad humana.

Ficino presenta a Mercurio como el dios ingenioso del intelecto “que recuerda al espíritu las cosas celestes gracias a la fuerza de la razón”; Así,
por la fuerza iluminadora de la contemplación intelectual, Mercurio aleja las nubes del pensamiento: Mercurio con su varita, atraviesa las nubes y disipa los trastornos mentales engendrados por las turbias pasiones y las “necias opiniones”.

Mercurio es también el mistagogo, el que permite penetrar en los conocimientos secretos o herméticos. Con su varita juega con las nubes, y se contenta con rozarlas porque son los velos benéficos a través de los que el esplendor de la verdad trascendente puede, sin destruirlo, alcanzar al espectador. Desvelar los misterios es quitar los velos preservando su opacidad, de manera que la verdad pueda penetrar sin deslumbrar.

Mostrando la luz divina escondida detrás de las nubes y volviéndole la espalda al mundo para contemplar el mas allá, Mercurio continua la acción que las Gracias han iniciado con su danza. Es el guía del espíritu, simbolizado por las llamas invertidas que figuran en su toga.

La composición es un verdadero ciclo en el que Mercurio y Céfiro se reúnen. Volver la espalda al mundo y apartarse de él como Mercurio y reunirse al mundo con la impetuosidad de Céfiro, estas son las dos fuerzas complementarias del amor, del cual Venus es la guardiana y Cupido su agente.

Aliento y espíritu son una sola y única cosa, el aliento primaveral de Céfiro (que en su aspecto salvaje también puede identificarse con un sátiro o Pan, especie de Mercurio terrestre) y el espíritu de Mercurio representan dos fases de un proceso recurrente: el que desciende en la tierra bajo la forma del soplo de la pasión, vuelve al cielo en el espíritu de la contemplación.