Manuel Ruiz
Recientemente se ha dado a conocer un descubrimiento que ha ocasionado revuelo entre los amantes del patrimonio jiennense(( De Jaén, España.)) y que traemos a la sección de “Noticias Científicas” , antes de que se produzca en el mundo académico, puesto que está pendiente de su publicación en una revista científica.
Se trata del hallazgo de lo que parece ser un calendario solar de hace 4500 años, y que ha sido realizado por los arqueólogos Narciso Zafra, Francisco Gómez y Manuel Serrano, de la Universidad de Jaén, y el arqueoastrónomo César Esteban, de la Universidad de La Laguna.
Este calendario solar se encuentra en un abrigo rocoso, denominado cueva del Toril, en el valle de Otiñar, a unos trece kilómetros al sur de la ciudad de Jaén. Este abrigo se halla en una pared casi vertical, al inicio de un barranco, y en sus paredes hay de manera más o menos conspicua docenas de círculos y semicírculos concéntricos, tallados en la roca.
El hallazgo de los científicos ha consistido en descubrir la relación de algunos de estos petroglifos con las luces y sombras que se proyectan en la cueva del Toril en los equinoccios y solsticios, y en particular, en la sombra que se proyecta en el Solsticio de Invierno sobre un conjunto de cinco semicírculos concéntricos. Los científicos consideran que ese grabado permite identificar, no solamente el día más corto del año, sino que permite ir siguiendo la proximidad de esa fecha con hasta diez días de antelación.
Dado que la cueva del Toril contiene numerosos petroglifos circulares, y que tuvo numerosas estalagtitas y estalagmitas (ya perdidas), no es descabellado pensar que podemos estar ante un lugar que permitía determinar días singulares a lo largo de todo el año.
Se sabe que el valle de Otiñar albergó una población en el neolítico, con un poblado fuertemente amurallado, dólmenes, y puntos de extracción de sílex. ¿Qué función podría tener este sistema de calendario? Los investigadores no lo han aclarado, y habrá que esperar a la publicación científica para saber si dicen algo al respecto, aunque Manuel Serrano, en el día en que dio a conocer el hallazgo in situ, el mismo 21 de diciembre, ya adelantó intenciones al referirse a una búsqueda de sincronía entre los ciclos del ser humano y los del cielo.
Lo que es indudable es que estamos ante un descubrimiento singular, seguramente relacionado con el universo sagrado de este pueblo, entendiendo por sagrado aquello que proporciona sentido.
Todo cobra sentido cuando tomamos conciencia. Durante miles de años, la sombra del Solsticio de Invierno ha recorrido las paredes de la cueva del Toril, ignorada por todos. Pero el pasado 21 de diciembre volvió a ser interpretada, al menos con el corazón. Varios cientos de personas pudimos (allí estuvimos los colaboradores del Instituto Mª Dolores Fernández-Fígares y quien escribe estas líneas) pasar la vista por el Toril con una imaginación diferente. Y es que lo importante no es lo que el ojo ve, sino la puerta que abre en la imaginación.
El mayor enemigo del ser humano es el tiempo que transcurre, ante el cual uno puede luchar, o esconderse, o lo más civilizado, hacerse su aliado mediante el calendario. Ponerle nombre a los días. En el fondo, no hay ninguna diferencia entre los humanos. Y de nuevo se activó el calendario varias veces milenario, porque interpretar es dar sentido.