Apolo y Hermes

Fátima Gordillo

Mercurio es el planeta más pequeño y cercano al Sol de todo el Sistema Solar. Su órbita, además, es la más excéntrica, con una inclinación de sólo 7º respecto al plano, lo que tiene como efecto que se produzca en el planeta un curioso fenómeno conocido como “doble amanecer”, así como que, periódicamente, pueda verse desde la Tierra el tránsito del planeta por delante del Sol. Esto último viene a suceder entre 13 y 16 veces por siglo, en intervalos de 3, 7, 10 y 13 años: el último se produjo el 11 de noviembre de 2019, y el próximo tendrá lugar el 13 de noviembre de 2032. Existe también un singular fenómeno óptico que se produce en los tránsitos de Mercurio por delante del Sol vistos desde la Tierra, y es que, cuando el planeta acaba de entrar por completo dentro de la circunferencia del Sol, y justo antes de comenzar a salir, se observa por unos segundos lo que se conoce como “la gota negra”. Aun así, es posible ver el planeta sin necesidad de que transite por delante de nuestra estrella, pero sólo salvo situaciones excepcionales, de manera muy fugaz y en una posición muy cercana al horizonte. Su plano es tan similar al de la Tierra y el Sol, que desde aquí nos parece que Mercurio acompaña al Sol en sus salidas y puestas, por lo que sólo es brevemente visible al amanecer y al atardecer, cuando el brillo del astro rey no lo oculta.

La excentricidad de su órbita es una de las diversas y curiosas anomalías de este planeta respecto al resto de componentes del Sistema Solar, hasta el punto de que Einstein propuso resolver el problema de la precesión anómala de la órbita de Mercurio, como uno de los tres hechos experimentales que podrían confirmar su Teoría General de la Relatividad; y lo resolvió.

Las particularidades de este pequeño planeta son tales, que alguien que viviera allí cumpliría dos años cada día, necesitaría tres vueltas sobre su eje para completar una jornada, y todas las mañanas vería salir el sol dos veces. Desde muy antiguo, esta peculiar relación de proximidad astronómica entre Mercurio y el Sol tuvo su paralelismo en los mitos y los símbolos de diversas culturas.

 En Grecia, cuando veían el planeta al atardecer le llamaban Hermes, y cuando era visible en los momentos previos al amanecer le llamaban Apolo. Sin embargo, para profundizar en la cercana relación entre los dioses Hermes y Apolo, comenzaremos por analizar los elementos míticos y simbólicos de cada cual y los puntos de contacto entre ambos.

Apolo y Hermes a través del mito

«[…] y el próvido Zeus se alegró y los juntó en amistad. Hermes amó constantemente al Letoída, como le ama todavía, desde que entregara como prenda la deliciosa cítara al que hiere de lejos […] y Apolo Letoída asintió, en concordia y amistad, a que ningún otro dios ni hombre descendiente de Zeus le sería más querido entre los inmortales […]» Himno homérico

Cuando Hermes nació en una sobria cueva de Cilene, Apolo ya era considerado el hijo predilecto de Zeus y el más importante después de su padre, temido entre dioses y hombres, incluso por la sola mención de su nombre. Era el más poderoso, bello y brillante, llamado “Febo” por su pureza y “el que hiere de lejos” por sus implacables castigos y su carácter distante. Platón, en el Cratilo, afirma que el nombre del dios expresa a la perfección sus cuatro atributos principales: la música, la adivinación, la medicina y el arte de lanzar flechas, puesto que todo ello requiere de armonía, ¿ qué otra cosa tiene la virtud de purificar cuerpo y alma?, ¿qué, si no la armonía, permite alcanzar la exactitud y la verdad? La misma armonía con la que rige el canto es con la que restaura el saludable equilibrio tras la enfermedad, orienta la expiación de los crímenes, regula los movimientos del cielo y revela la voluntad de Zeus a través de su oráculo. La errante e inhóspita isla de Asteria acogió a Leto cuando ningún otro lugar osó enfrentarse a los designios de Hera. Allí, a los pies del monte Cinto, abrazada a la única palmera de la isla, símbolo de la tierra celeste, la dulce Leto dio a luz a Artemisa y luego, ayudada por su hija, al brillante Apolo, por lo que la isla pasó a llamarse Delos, la brillante. Ambos serán arqueros formidables, amantes de la pureza, castigadores implacables y garantes (cada cual en su ámbito) del orden y la virtud, la una como emblema de la naturaleza agreste, amante de las montañas y los animales salvajes, esquiva y lunar; el otro desde el resplandeciente Olimpo y los hermosos templos de piedras labradas, lejano y solar. No fue la leche de Leto la que alimentó a Apolo, sino el néctar y la ambrosía que le dio la mismísima Temis, señora de la Ley eterna y la Justicia, inventora de los ritos, las leyes y los oráculos en los que también instruyó a Apolo antes de que tomara posesión de Delfos, usurpando o, quizá heredando, el anterior dominio sobre la isla de su abuela Febe, que antes estuvo en manos de la misma Temis y, antes, en las de Gea, madre de todos. El mito quiere que, nada más nacer, Zeus regalara a su preferido una vara de oro y un carro tirado por cisnes, con los que se dirigirá al norte, al mítico país de los hiperbóreos.

Después, su sino le condujo a buscar un lugar donde establecer su oráculo. Será en Pito, lugar emblemático de la peñascosa villa de Delfos, junto al monte Parnaso. Pero antes de asentarse en Delfos, quiso el dios levantar su templo en una fresca región beocia bajo el cuidado de la ninfa Telfusa, quien temiendo ver eclipsado su culto frente al resplandeciente Apolo, engañó a este para que se dirigiera a Pito, lugar asolado por una terrible y monstruosa dragona, al servicio de Hera, que custodiaba la antigua gruta oracular de Gea. La gloria de Apolo se hizo grande al matar de un disparo de su arco a tan terrible bestia, al mismo tiempo que se daba cuenta del engaño de Telfusa y castigaba su mal gesto ocultando las cristalinas aguas de sus corrientes y erigiendo un altar propio junto a la fuente.

Como garante del orden y la justicia, Apolo acudió después a Tesalia para purificarse por la muerte del monstruo, al fértil valle de Tempe, muy cerca de los montes Olimpo y Osa. En los tiempos venideros, los habitantes de Delfos recogerían tradicionalmente de este valle las ramas de laurel para elaborar las coronas de los triunfadores en los Juegos Píticos.

Además de las facetas de arquero, músico, médico y adivino, Apolo cuenta también con un importante simbolismo de fertilidad, aunque no fue lo más relevante de su culto. Como dios Sol está evidentemente relacionado con la vida, el ciclo de las estaciones, la agricultura y el cuidado del ganado. Apolo-Sol es, en este caso, un buen pastor, y así fue representado por los primeros cristianos como Christo-Sol. Cuidó primorosamente del ganado del rey Admeto al ser castigado por Zeus por asaetar a los cíclopes, furioso tras conocer que Zeus había fulminado con el potente rayo a su hijo Asclepio. También cuidaba de los rebaños divinos, “las vacas inmortales de los bienaventurados dioses”, y fue estando ocupado en esta tarea cuando Apolo conoció a su hermano recién nacido, Hermes.

Dice Homero que Hermes, habiendo nacido al alba, “al mediodía pulsaba la cítara y por la tarde robaba las vacas del flechador Apolo”. Un recién nacido de excepcional ingenio y desvergüenza, cuyo primer pensamiento fue llevarse el rebaño del dios Sol y su primer acto crear la lira con el caparazón de una tortuga. «Como un pensamiento cruza veloz por la mente de un hombre agitado por frecuentes inquietudes, o como se mueven los rayos que lanzan los ojos, así cuidaba el glorioso Hermes que fuesen simultáneas la palabra y su ejecución», dice el himno. La habilidad del dios “pequeñito” para idear y crear es veloz y acertada, como los dardos del flechador. Hermes ha visto en su mente en lo que puede convertirse el duro caparazón de la tortuga, sabe qué necesita para lograrlo y cómo hacerlo, y no pierde ni un segundo en aplicar sus manos infantiles en la tarea para estar cantando al compás de la cítara, poco después, sobre los ilícitos amoríos de Zeus con su madre. Para él no es más que un juego con el que encuentra divertimento, y el juego ahora le llevaba a dejar la cálida melodía del instrumento en su cuna y lanzarse a robar las vacas de su hermano.

Como ladrón, Hermes no es tosco ni brutal, no usa de la violencia, sino que gusta desplegar la inventiva de su pensamiento, demostrar sus artes de engañador, introducirse en la mente de sus oponentes para adelantarse a sus deducciones. Así es, con tretas, una asombrosa fuerza y hábiles argucias como consigue llevarse hasta sus establos las vacas de Febo; “practica el arte de encender fuego” con unas ramas de laurel, el árbol consagrado a Apolo, derriba y mata con sus manos a dos de las magníficas vacas robadas, prepara sus carnes para el holocausto y tiende sus pieles sobre una roca. Sin embargo, en lugar de ceder a su deseo por probar aquellas carnes, lo contiene alegremente y deja que todo ello fuera consumido por el fuego “como era debido”, esparció la ceniza y al amanecer regresó a su gruta, entrando por el ojo de la cerradura, con gran sigilo y disimulando sus andanzas mientras volvía a envolverse con sus pañales.

Apolo no es un dios dado a dejar pasar los agravios. Mató a la serpiente que persiguió a su madre, asaeteó a Oto y Efialtes por intentar violar a Hera y a Artemisa, a todos los hijos de Niobe, despellejó vivo a Marsias, desató epidemias de peste, castigó la osadía de Éurito por desafiarle al arco y mató sin dudar a los cíclopes, que proporcionaron a Zeus el rayo que fulminó a su hijo Asclepio. ¿Qué no haría con el atrevido ladrón de sus vacas? Maya teme la reacción del Letoída, pero Hermes no alberga el más mínimo temor. Su intención es convivir con los inmortales, recibir ofrendas, disponer de bienes, hacer valer sus artes para conseguir que Zeus le conceda los mismos honores que a Apolo y, si no, robarlos. Su determinación es total.

Hermes es tan hábil con la palabra como con el pensamiento, y lejos de avivar la furia de su hermano, conforme Apolo va descubriendo las tretas del ladrón, más se sorprende y admira. Apolo ya lo sabe, la verdad y el orden son su dominio, y no le pueden ser ocultados. Amenaza al niñito con arrojarle al Tártaro, pero el pequeño Hermes, aún a sabiendas de que sus mentiras son evidentes, reniega de toda acusación con tal descaro y elocuencia que Apolo no puede más que sonreírse de su bribonería. Sin embargo, el orden debe restablecerse, el delito debe purgarse, las vacas tienen que ser devueltas. Ambos hermanos acaban compareciendo ante el mismo Zeus en la cima del Olimpo y relatando cada cual, Febo con exactitud y Hermes con engaños, guiñando los ojos y sujetándose los pañales, lo sucedido con las vacas. Tampoco Zeus Tonante es capaz de no encontrar divertidos los embustes del pequeño, y asombrosa la proeza del robo y el sacrificio de las dos vacas. Así que ordena que ambos se pongan de acuerdo para encontrar el rebaño.

El dios del orden, Apolo, aún espera un castigo para el pequeño criminal, y este consigue apaciguarlo entregándole el instrumento que creó con la tortuga. La lira de siete cuerdas, emblema de la pura armonía es, quizá, el más acertado de los regalos para Apolo. La melodía que brota de las hábiles manos de Hermes arrancan de Febo una canción sobre el comienzo del mundo y de los dioses, y todo el Olimpo celebra la hermosa melodía, que acompaña al unísono la voz del pequeño dios. Sin usar las flechas, Hermes también sabe acertar. Sin decir la verdad, el pequeño dios es, también, capaz de conducir hasta ella. Apolo, con el pecho inflamado por la música, le dice a Hermes: «¡Matador de vacas, maquinador hábil, compañero celoso del festín! Tú haces cosas que valen tanto como cincuenta vacas.» Y así es, pues la cítara presenta al mismo tiempo tres valiosas cualidades para Apolo:

«Sirve para el deleite, para el amor y para coger el dulce sueño.»

Este es el momento en que Apolo reconoce a Hermes como su igual, y se compromete ante él a conducirle glorioso y feliz ante los inmortales, a darle espléndidos regalos a él y a su madre, y a no engañarle jamás. Hermes, a cambio, le promete instruirle en el arte de tocar la lira, y ayudarle a que las vacas, de regreso a sus llanuras, se unan a los toros y engendren en abundancia: «Y así no es preciso, por ávido que seas, que continúes irritado con tan excesiva vehemencia.» Es en este momento cuando queda unido el destino de ambos hermanos, con amor sincero, intercambiando algunas de sus tareas, y haciéndose cómplices de otras muchas.

Únicos y Confundidos

                    «Como dice Vossius:
Todos los teólogos aseguran que Mercurio y el Sol son uno… Era el más elocuente y el más sabio de todos los dioses, lo cual no es de admirar, pues Mercurio se halla tan cerca de la Sabiduría y de la Palabra de Dios [el Sol], que era confundido con ambas.» H.P. Blavatsky

El episodio del robo de las vacas hermana, en el más amplio sentido de la palabra, a ambos dioses. La feliz idea de Hermes con la tortuga convierte a este en el instructor “técnico” del instrumento para Apolo, quien ha hallado en la musical invención un valioso canal de manifestar su espíritu. Zeus, que no descubre ninguna razón de disputa real entre ambos, resuelve una reconciliación que armonice el corazón de los dos. Ellos son, así, los primeros en dar un ejemplo vivo de la armonía por oposición, la resolución benéfica de los conflictos y la posibilidad de unificar lo aparente mente discorde. Es Zeus, el Crónida, el que resuelve el dilema, pues sólo lo más divino y elevado tiene el poder de extinguir las aparentes diferencias bajo la luminosa claridad de su poder. Apolo concede a partir de entonces a Hermes el cuidado de las mismas vacas que había robado y de todos los animales, y se convierte así en el “amigo de los rebaños y donador de la fertilidad”, como dice Otto, así como en protector y patrón de los pastores. ¿Quién mejor que un ladrón para cuidar el rebaño? También le asigna una función entre los inmortales y los hombres, la de mensajero, y le regala la dorada vara de tres hojas, dadora de felicidad y riqueza, para que le proteja de cualquier mal. Hay, sin embargo, una aspiración de Hermes que Apolo no puede concederle; el arte adivinatorio que posee Febo está en sus manos por decreto del mismo Zeus y bajo juramento del flechador de ser el único, de todos los inmortales, en conocer “las prudentes decisiones de Zeus”; por esta razón no está en manos de Apolo otorgar tal don a Hermes, “numen utilísimo de los dioses”, como le llama el flechador. Sin embargo, sí que le revela la existencia de tres ninfas de cabeza enharinada y afán melífero, que fueron en secreto instructoras de juventud de Apolo en el arte adivinatorio.

Ellas pueden, cuando su deseo de miel fresca ha sido justamente saciado, entrar en un furor profético por el que se prestan con benevolencia a decir la verdad, pero, si se las priva de tal alimento, mentirán promoviendo el tumulto entre ellas: «Yo te las doy. Deleita tu ánimo interrogándolas cuidadosamente; y si instruyeras a algún hombre mortal, este escuchará muchas veces tu voz cuando la ocasión se le ofrezca» -le dice Apolo a Hermes. Partiendo de esta situación, podemos ahora analizar con más detenimiento los puntos y forma en que ambos dioses convergen, incluso hasta el punto de aparecer, en ocasiones, confundidos.

Sol y Luna

HPB afirma en Doctrina Secreta que «el simbolismo de las Deidades lunares y solares está mezclado de un modo tan laberíntico, que es casi imposible separar unos de otros signos…» Hermes y Apolo cumplen a la perfección con esta laberíntica confusión. Apolo se muestra como claramente solar. Es, de hecho, identificado con el propio Sol, el Helio griego.

Según Walter Otto, «en una tragedia perdida de Esquilo, las ‘Bacantes’, se dijo que Orfeo veneró a Helios como el más grande de todos los dioses y le dio el nombre de Apolo. Y el mismo poeta ha caracterizado en el Prometeo los rayos del sol con la palabra Febo, que conocemos como el más famoso epíteto de Apolo». En esa representación de su aspecto solar, Apolo mantiene el equilibrio y armonía del cosmos con su lira, mientras que el plectro que usa para tocarla es la luz del sol. Plutarco afirmaba que:

                               «El ojo no puede ejercer sin luz la facultad de ver; e igualmente el ojo profético del alma tiene necesidad de un resorte conveniente que lo anime y lo ponga en acción. Por eso muchos filósofos de los primeros tiempos pensaban que Apolo y el Sol eran un solo y mismo dios».

Por su parte, Hermes domina la noche. Sus correrías, engaños y robos se perpetran a la luz de la luna y, como alter ego de Thot, es “el dios lunar de las primeras dinastías”, como dice HPB, coronado con un atef y el disco lunar, y lleva en la mano el “Ojo de Horus”, el tercer ojo. Este “Ojo de Horus” que porta Thot, llamado outa en el antiguo Egipto, es el emblema del Sol, rey del mundo, pero el vínculo Luna-Sol es aún más estrecho en el outa, ya que el ojo derecho es el que representa al Sol, pero el izquierdo es la Luna. Por otro lado, no podemos olvidar que Apolo es el hermano gemelo de Artemisa, diosa lunar por excelencia que compartirá con Hermes, según Otto, la tarea de ayudar a los caminantes y viajeros que se adentraban en las sendas de la naturaleza salvaje. Según la tradición, Artemisa fue, de los dos, la primera en nacer en la isla Asteria u Ortigia, ayudando a su madre en el nacimiento de su hermano. No fue hasta que Febo fue alumbrado, que el resplandor y el brillo que inundó la isla fue tal que pasó a llamarse Delos, la brillante, crean[1]do así la dual imagen, en el nacimiento de los gemelos, de la oscuridad y la luz, la noche y el día, la luna y el sol.

A partir de aquí, todo se mezcla como el agua y la leche, y sólo la habilidad del Kalahamsa puede discernir con claridad cuáles son las claves correctas bajo las que hay que interpretar cada cosa. Así, explica HPB en Doctrina Secreta que en Egipto la Luna era al mismo tiempo el “Ojo de Horus” y el “Ojo de Osiris”, el Sol, y que de la misma manera, el Cinocéfalo vinculado a Thot y jeroglífico del planeta Mer[1]curio era, por turnos, símbolo del Sol y de la Luna: «Mercurio tiene que estar siempre cerca de Isis, como su ministro; pues sin Mercurio, ni Isis ni Osiris pueden llevar a cabo cosa alguna en la Gran Obra» -recoge Blavastky de la tradición de los filósofos alquimistas. «El ojo no puede ejercer sin luz la facultad de ver; e igualmente el ojo profético del alma tiene necesidad de un resorte conveniente que lo anime y lo ponga en acción. Por eso muchos filósofos de los primeros tiempos pensaban que Apolo y el Sol eran un solo y mismo dios.» 9 { hermesinstitut.org } { Boletin 56 } – 01/2022 I gualmente, sobre esta persisten[1]te relación entre la Luna y el Sol, sigue comentando HPB al hablar del Abraxas gnóstico, equivalente al Horus egipcio, que «era el Sol bajo un aspecto, y la Luna o el Genio Lunar en otro, esa Deidad Generadora a quien los gnósticos saludaban como “Tú que presiden los Misterios del Padre y del Hijo, que brillas durante la noche, teniendo el ‘segundo rango’, el primer Señor de la Muerte.”».

Igualmente cita un fragmento del Anugita, en el Mahabharata, en el que el brahmán le dice a su esposa: “Yo he percibido por medio del Yo la sede que está en el Yo -(la sede) donde mora el brahmán libre de los pares de opuestos; y la Luna, juntamente con el fuego [o el sol], sosteniendo a (todos los seres (como) propulsor del principio intelectual”, y añade que, en esta tradición hindú se considera que la Mente, o Manas, es de naturaleza doble, y es la Luna la deidad asociada con Manas en su parte inferior, mientras que el Sol lo es de su parte superior.

Volviendo a Hermes y Apolo, sin salir de Doctrina Secreta, y en relación a los astros, Hermes-Mercurio sería el hijo de Cœlus y Lux, esto es, del Firmamento y de la Luz o el Sol, siendo como es de la progenie de Zeus-Júpiter y Maya. Es, así, el “Mensajero” de su padre Zeus-Júpiter, el mesías del Sol. Plutarco, por su parte, relata lo siguiente en Por qué la pitia ya no da en verso los oráculos:

                           «[…] si es que, como pretendéis vosotros, Apolo y el sol no son divinidades distintas, sino un solo y mismo dios. -¿Y tú -ha dicho Sarapión?- ¿No opinas tú lo mismo? ¿Crees acaso que el sol es distinto de Apolo? -Tanto como la luna lo es del sol -le he respondido-. Sólo que la luna no oculta ni a menudo ni a todo el mundo el sol, mientras que el sol impide a todos los hombres reconocer a Apolo, apartando su inteligencia, seducida por los sentidos, de la realidad a la mera apariencia.»

Otto menciona a Pushan, un dios védico semejante a Hermes que, además de pastor de vacas y conocedor de los caminos, “es el mensajero del sol con naves áureas en el mar y en el aire.”

Oráculos y Misterios

Apolo es el único, de todos los inmortales, en conocer “las prudentes decisiones de Zeus”, y el único que transmite la voluntad de Zeus a los hombres a través de su oráculo. Apolo representa, sin duda, la claridad, y Hermes es, esencialmente, un dios de la sabiduría, pero como dice el Zohar, «Tened presente que tanto el mundo superior como el mundo inferior están dispuestos en la misma balanza: abajo se halla Israel y arriba los ángeles. Estos son espíritus, y cuando bajan a la Tierra se revisten de un nuevo aspecto, ya que el mundo material no puede soportar el impacto de todo lo que es inmaterial. Cuanto más los misterios contenidos en las Sagradas Escrituras, con cuya ayuda fueron creados todos los mundos, no pueden descender en otro aspecto diferente del suyo. Precisamente el sentido literal es su aspecto externo: ¡Y pobre de quien lo confunda con su propia esencia! Tal individuo no tendrá parte en el mundo venidero.» Ni Apolo ni Hermes pueden transmitir a los mortales el conocimiento superior si no es a través de oráculos y símbolos que deben ser interpretados, pues son esencias revestidas con numerosos velos. Su apariencia puede conducir a la esencia, pero no son la esencia en sí. Como dijo Heráclito, «el señor cuyo oráculo se encuentra en Delfos ni dice ni esconde, sino que da signos».

Recordemos como Plutarco, sacerdote de Delfos, hablaba de como “el ojo profético del alma” necesita de “un resorte conveniente que lo anime y lo ponga en acción”, por eso la relación desde antiguo de Apolo con el Sol, y es evidente que, por esa misma relación con la luz y la claridad, domina el arte de la adivinación:

                             «El Sol agita, desarrolla y pone en movimiento el órgano de la visión, y Apolo excita en el alma la facultad adivinatoria».

Y no es esa la única cualidad atribuida a Apolo en su vínculo con los oráculos. Sigue Plutarco relatando en Sobre la misteriosa ‘E’ que hay en Delfos, cómo Amonio defendía que el dios “no es menos filósofo que adivino”, explicando esta relación por medio de los nombres que se le dan: «Apolo es Pitio (Indagador) para los que empiezan a instruirse y a buscar la verdad; que es Delio (Claro) y Faneo (Luminoso) para aquellos a quienes una parte de la verdad ya aparece y comienza a ser luminosa; que es Ismenio (Conocedor) para aquellos que poseen el conocimiento, y que es Lesquenorio (Conversador) para aquellos que tienen dominio activo de la dialéctica y sacan provecho de la conversación filosófica».

Apolo es justo, preciso, claro y luminoso. Él es el conocedor de la verdad. En el himno, Homero hace decir estas palabras al flechador: « Y tú, hermano, el de la áurea varita, no me mandes que revele cuántos divinales proyectos medita el largovidente Zeus. De los hombres dañaré a unos y protegeré a otros, recorriendo las múltiples familias de los míseros humanos. Se aprovechará de mi vaticinio, el que venga guiado por la voz y el vuelo de las aves agoreras: ese se aprovechará de mi vaticinio, pues no le engañaré. Pero el que, fiándose de aves que gritan en vano, quiera escudriñar irracionalmente mi vaticinio y entenderlo más que los sempiternos dioses, afirmo que ese habrá hecho el viaje en balde, aunque yo le acepte sus dones».

Eran las aves agoreras las dedicadas a proclamar los augurios o presagios justos y correctos, una palabra, “augurio”, así como “augur”, que proviene de la raíz indoeuropea aug- que significa aumentar y crecer, de donde viene “autor” bajo el significado de “quien hace crecer”. Es pues, Apolo, el “autor” del conocimiento para los que se acercan en busca sincera de la verdad, pero indiferente a las intenciones torcidas de los que se acercan a su oráculo sin ver[dadero deseo de aumentar en su saber. Las profecías del oráculo, ya advierte Homero, eludirán al que quiera “escudriñar irracionalmente el vaticinio”, y Plutarco señala la cercana relación entre la adivinación délfica y la filosofía. Hay un sentido que puede entreverse en el porqué de las respuestas, ya que éstas corresponderán siempre con la realidad de los asuntos naturales y humanos. Quizá por esa razón se guardaba un registro de los vaticinios de la Pitia, así como de las Sibilas, ya que, en cualquier otro momento, viviendo una ciudad o una persona una situación similar, el vaticinio del pasado podía aplicarse al presente. Dice Plutarco:

                            «Por tanto, puesto que la filosofía es la búsqueda de la verdad, y puesto que la verdad resplandece por medio de la luz de la demostración, y puesto que el principio básico de la demostración es la proposición condicional, con razón el elemento que expresa y produce tal proposición fue consagrado por los sabios al dios que más ama la verdad. El dios, además, es adivino, y el arte adivinatoria se centra en el futuro a partir del presente o del pasado, pues nada puede suceder sin que tenga una causa, ni nada puede preverse sin que tenga una razón. Y puesto que todas las cosas que suceden en el presente siguen y están conectadas con las pasadas, también todas las cosas futuras seguirán a las presentes y estarán relacionadas con ellas, siguiendo una sucesión que va del comienzo al final.»

«Así es como, aunque los oráculos hoy nos parezcan cuestiones ininteligibles y aleatorias, guardaban un sentido de correspondencia con las realidades naturales y estaban en sintonía con la verdad de las cosas. Los famosos lemas de Delfos “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses” y “Nada en exceso”, podrían haber sido más que suficiente para que los consultantes encontraran una respuesta a sus cuitas sin necesidad de consultar a la Pitia, sólo con aplicar el sentido filosófico del Apolo Pitio como “Escudriñador”.

Mientras que el conocimiento que ofrece Apolo es indagador, analítico y mental, propio de los filósofos en un sentido más literal, el conocimiento de Hermes es el que se encuentra en los centros mistéricos, en las iniciaciones y en la magia. El sol baña e ilumina a todos por igual, no perjudica a nadie en particular salvo a los que rehúyen su luz y calor, ni beneficia más que a los que saben aprovechar sus dones, pero está para todos, como el oráculo. Cualquiera, desde un rey a un simple artesano, podían acercarse al oráculo a realizar su consulta, y a todos se les ofrecía una predicción sobre la que pensar y extraer un consejo que les ayudase en un momento crítico y concreto de sus vidas, bien para una expiación individual o para orientar los destinos de un pueblo. Cuando el diurno carro del sol se hundía en el horizonte, se convertía en el “Sol nocturno”, recorría las brumas de la oscuridad y las tinieblas, venciendo cada noche a los monstruos y engendros que la pueblan, para salir  victorioso y renovado con el nuevo día. Era el mismo sol, pero ya no era el mismo sol. Este era el sol de los misterios, que incluso en medio de la oscura noche prestaba su brillo a la luna para orientar a los hombres hacia otro tipo de conocimiento: el de la vida y la muerte, la muerte y la “resurrección”, la vida una y otros tantos de los que se enseñaban a través de los pequeños y grandes misterios. Apolo es el pastor del día, de la claridad y las palabras oraculares, el Rey-sol de todos los hombres. Hermes-Mercurio es el pastor de la noche, el de la magia y las iniciaciones, sus puertas se abren sólo para unos pocos, para aquellos, quizá, que supieron entender los preceptos sagrados de Delfos: “Conócete a ti mismo” y “Nada en exceso”. Por eso podemos decir que Apolo ilumina a las almas, pero Hermes es su conductor.

Karl Kerényi vincula a Hermes con el culto a los misteriosos Cabiros o Kabiris a través de los Misterios de Samotracia, donde se adoraba a los grandes dioses cósmicos, según HPB en un número de tres y cuatro o siete (en ocasiones los Siete grandes dioses cósmicos y los 49 Fuegos sagrados) representando así los principios masculino y femenino. Los Cabiros nombrados en Samotracia eran cuatro: Axieros, Axiokersa, Axiokersos y Kadmos o Kasmilos, que correspondían sucesivamente a Deméter, Perséfone, Hades y Hermes. Este Cabiro Hermes adorado en Samotracia no era, explica HPB, el Hermes itifálico, sino “el de la leyenda sagrada” que sólo se explicaba durante los Misterios Samotracianos. El número de los Cabiros podía variar según la interpretación que se le diera, así, se decía que en realidad había sólo dos Cabiros, esotéricamente presentados por los Dióscuros, Cástor y Pólux, personificaciones geodésicas de los polos terrestres, astronómicamente del polo terrestre y el polo de los cielos, y también del hombre físico y espiritual, y asociados por ello a Hermes-Mercurio. Samotracia fue, según Kerényi, el lugar donde se gestaron unidos el mito y la representación de la Herma. Sobre el significado de ambos nombres, Hermes y Herma, Kerényi dice que Hermes es el nombre que se le da a “un montón de piedras”, mientras que Herma sería el nombre de una única piedra suelta. Si existe o no una relación de estas “piedras”, física, simbólica o ambas, con los antiguos emplazamientos mega[1]líticos, sería tema de otro trabajo.

A los Cabiros, como deidades bienhechoras de los hombres, se les atribuía la invención del fuego, el arte de trabajar el hierro, la invención de las letras, las leyes, la legislatura, la arquitectura, la agricultura, los diversos modos de la magia y el uso medicinal de las plantas, por esto, dice HPB, se considera a Hermes, Orfeo, Cadmo y Asclepio serían, en realidad, nombres genéricos otorgados a los miembros de las cofradías iniciáticas que guardaban sus misterios. En los misterios de Samotracia, Hermes era representado como Crióforo o portador del carnero, y es en esta condición, cuenta Kerényi, que el dios engendra al niño divino de los misterios que, «[…] sin ser puramente el sol, se asemeja al sol naciente, y como hijo del padre carnero, también es el cordero o carne[1]ro que Hermes acarrea y lleva consigo en su rondar.» Igualmente, en el siglo II d.C. había en Gytherion un templo dedicado a Amón, el dios sol egipcio con cabeza de carnero, y junto a él «una imagen de culto atestiguaba que Apolo Carneios había sido venerado allí».

Armonía y mediación

Podemos definir lo armónico como la capacidad de poder establecer un concierto, un acuerdo entre elementos de diversa naturaleza, pero que se conjugan de manera proporcionada y justa, en un solo conjunto, sin perder sus identidades. La mediación, si bien está en relación con la armonía, representa un acuerdo entre dos partes antagónicas. Ambos elementos forman parte de la naturaleza expresada a través de Hermes y Apolo, siendo la armonía el ámbito dominado por Apolo, y la mediación el de Hermes y, sin embargo, estos límites no están totalmente acotados. S in duda, una de las primeras relaciones que podemos establecer aquí es la de la lira, inventada por Hermes y regalada a Apolo, como parte de la “mediación” entre ambos tras el robo de las vacas. A cambio, Apolo entrega a su hermano la vara dorada que le diera Zeus, germen del caduceo y “rama de purificadora paz”, como se denomina en el himno órfico a Hermes.

La virtud principal de la armonía, representada en Apolo, es la Unidad. No se refiere, sin embargo, a una unidad que disuelve las partes, sino la que resuelve. La lira, como símbolo, es un compendio de muchas y diversas cosas: el caparazón de la tortuga, la piel de buey y las tripas de oveja que se citan en el himno homérico, y juntas, bajo la dirección de la mente una del dios, suenan las diversas notas con una sola melodía. En esa armonía está la potencia y voluntad de lo espiritual, pues lo material tiende, por su propia ley, al caos que lo inició, y la vida consiste en poner orden y ley en ese caos. Es por esto que dice Plutarco: «[…] en la medida en que el Dios, de un modo u otro, se encuentra presente en el universo, lo mantiene unido en su esencia e impide que la debilidad propia de lo corporal lo arrastre a la destrucción.» Así fue como, cuando Hermes pulsó la lira frente a Febo Apolo, este «[…]sonrió gozoso, pues el grato sonido de la voz divina había penetrado en su mente […]»

Mientras Apolo mantiene el orden armónico en los distintos planos de la existencia, Hermes hace el papel de conector entre ellos. Según las leyes herméticas “Como es arriba es abajo”. La creación implica, desde el primer momento, que del Uno surge el Dos, por eso también dice “Todo es doble, todo tiene dos polos, todo tiene su par de opuestos”. Sin embargo, el uno y el dos se resuelven en el tres, gracias al elemento armonizador. Ese elemento armonizador es la vara que Apolo regala a Hermes y que, según la tradición, el pequeño dios clavó en el suelo cuando vio a dos serpientes disputando.

Al hacerlo, ambas se enroscaron sobre la vara, coronada por dos alas que representan el espíritu solar, lo elevado y divino que es, a fin de cuentas, lo único que tiene el poder de armonizar los opuestos en apariencia. «La sabiduría misteriosa, por cualquier medio que fuera comunicada, siempre está relacionada con una singular elevación del espíritu. Y esta nos hace recordar la poesía y la música. ¿No estaría la música de Apolo en el centro de sus múltiples perfecciones? ¿No sería el manantial de dónde brotan? Otros dioses también gozan de la música, pero en Apolo toda la naturaleza parece ser musical», dice Otto. Así que Apolo es la unidad, y Hermes el camino hacia ella, el que levanta la bruma de apariencia que separa los contrarios y permite verlos como un hilo que enhebra, arriba y abajo, las dos partes de una tela. Hasta tal punto es así, que Apolo y Hermes son los únicos dioses que no intervienen, según la Ilíada de Homero, en las disputas de la guerra de Troya.

Hermes usa el caduceo para guiar a las almas a través del velo que separa los mundos. Sobre su significado profundo dice HPB: «La serpiente ha sido siempre el símbolo del Adepto y de sus poderes de inmortalidad y conocimiento divino. Mercurio, en su carácter psicopómpico, conduciendo y guiando las almas de los muertos al Hades con su Caduceo, y hasta despertándolas a la vida con él, es una sencilla y transparente alegoría.» Y es que, en sí misma, la serpiente ya es un símbolo de doble y opuesto significado, pues hace referencia al doble poder de las cosas. El conocimiento puede usarse tanto para el bien como para el mal, una idea presente también en el oráculo de Delfos, donde se decía, referido a la imagen de Apolo como flechador que hiere de lejos y dios sanador, que “Quien hiere también cura”; de la misma manera, Otto recuerda que «quien quiera este mundo de ganancias y el favor de su dios Hermes, tiene que conformarse también con las pérdidas; una cosa no existe sin la otra.» Por eso es igualmente frecuente encontrar en los mitos a la serpiente como emblema del mal que nace de la ignorancia, como en la Apap egipcia, o como símbolo del despertar espiritual, el ureus de los faraones. Quizá por eso hay cierto aspecto de infantil inocencia en los robos y descaros del dios porque, como el Agatodæmon, el espíritu benéfico, Logos o Sabiduría divina, “está dotado del conocimiento del bien y del mal”, como dice HPB, pues sin esta sabiduría, el discernimiento es imposible.

Apolo y Hermes comparten la serpiente como símbolo, pero con distintas funciones. Apolo se expresa como sanador a través de su hijo Asclepio, el médico divino, alrededor de cuya vara se enrosca una única serpiente, pues es la verdad única la que prevalece en la sanación: el orden, el restablecimiento del equilibrio, el “nada en exceso” y, por supuesto, la puesta en práctica de la hermética ley de Causalidad, que exige la compensación, la restauración del equilibrio, principio fundamental de las purificaciones délficas. Sin embargo, Hermes muestra el sendero al tiempo que advierte de los peligros del mismo con sus dos serpientes enroscadas. Su significado es el mismo del árbol sephirotal, donde Jakim y Boaz representan las dos serpientes enroscadas en la columna que preside Keter: el Equilibrio; así como los 22 senderos que representan las letras del alfabeto hebreo. Sobre eso dice el Sefer Yetzirah: «Se trata de senderos estrechos y el hombre que está al principio de un sendero no ve el lugar por el que está caminando, por esa razón no se dice “caminos”, porque los caminos son amplios y reconocibles, y el hombre que se encuentra en una encrucijada ve por la visión de sus ojos este lugar y camina, lo que no ocurre con los senderos, mucho más estrechos. Y a propósito de este tema está escrito: “Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por las sendas antiguas” a fin de recordarnos que la visión está en los caminos y la pregunta en los senderos.» Hermes es el que ejerce como guía de todos los caminos y todos los Hermes usa el caduceo para guiar a las almas a través del velo que separa los mundos  caminantes. Todo el que viaja, el que se mueve entre dos puntos, desde lo conocido a lo desconocido, desde lo material a lo espiritual, desde la vida a la muerte y desde la muerte a la vida, desde lo profano a lo sagrado, precisa de un guía, una protección ante los riesgos de perderse y tomar el camino que no es. Hermes disipa con el caduceo las nubes que ocultan el sol, y orienta a los caminantes hasta su benéfico destino.

Magia y Ley

Magia y ley son otro de los puntos donde los caminos de Hermes y Apolo se cruzan. Es a Thot-Hermes a quien se atribuye tradicionalmente la invención de la magia, entendida como el conocimiento de las leyes naturales y, por tanto, el poder de actuar conforme a dichas leyes para beneficio de la humanidad, un poder con el que es posible gobernar las influencias exteriores para hacer el bien. Sin embargo, como la serpiente que también se usa para representar la magia y a los magos, existe un doble aspecto en ella: la magia negra o hechicería, y la magia blanca, natural o divina. La única diferencia entre ambas está en la intención. Así que la magia negra será toda aquella que use el conocimiento de la naturaleza para fines egoístas, sin pudor siquiera para torcer o violar las leyes a las que debería servir, mientras que la magia blanca es la que emplea el conocimiento para bien de la humanidad, y trata de protegerlo de usos perversos. Ahí es donde intervienen las escuelas de misterios a las que nos referíamos anteriormente.

Thot-Hermes, como Asclepio, Orfeo y otros tantos fueron, como explicara Blavastky, nombres genéricos de cofradías iniciáticas, donde los sacerdotes iniciados que velaban por el conocimiento eran llamados “Serpientes de Sabiduría”, relacionados astronómicamente con el Sol y, espiritualmente con la Sabiduría, esto es, con Mercurio. El conocimiento es la capacidad de “ver” y entender lo que se ve, pero no se puede ver en la oscuridad, sólo la luz tiene la facultad de, como decía Plutarco, activar la facultad de ver en el ojo. Para nosotros, toda luz proviene del Sol.

Como hemos mencionado ya, la Magia no es un poder contra Natura, sino que actúa a favor de la misma, por lo que precisa de la debida instrucción acerca de las leyes que gobiernan el universo, y a las que nada, ni siquiera los dioses, pueden sustraerse. Es Apolo, precisamente, como dios Sol, quien representa la ley, el orden y la organización de todo lo que existe en el cosmos manifestado. Ahora bien, incluso Febo-Apolo, dios también de la Verdad, la Unidad y la Pureza debe someterse a una cruda realidad, para que la perfección sea tal, debe salir de la imperfección de la manifestación.

El dios distante, el que hiere de lejos, es parte de la dualidad. El sol que brilla en el cielo de día es el mismo que causa la noche con su ausencia en la otra parte del mundo. Ha nacido como gemelo de Artemisa, una femenina luna y tiene, como el Sol-Horus en Egipto, una contraparte en Seth. Es parte de la ley que todo lo manifestado es dual, y será dual mientras dure la manifestación. Por eso dice HPB: «[…] no hay Luz ni Tinieblas en los reinos de la Verdad. El Bien y el Mal son gemelos, la progenie del Espacio y del Tiempo, bajo el dominio de Maya. Separadlos, cortando toda relación, y ambos morirán. Ninguno de los dos existe per se, pues cada uno tiene que ser engendrado y creado por el otro a fin de venir a la existencia; ambos tienen que ser conocidos y apreciados, antes de ser objeto de percepción; de aquí que, en la mente mortal, tengan que estar separados.»

La magia que protege Hermes-Mercurio es también la que emana de esta ley. El dios de los umbrales entiende que no hay diferencias, que son dos caras de la misma moneda, o del mismo tejido que él cruza con su hilo mágico, pero los hombres que quieren acercarse a su conocimiento pueden tomar dos caminos, la elección es de ellos, el de la serpiente dorada que asciende a través de la vara de Apolo, o el de la oscura serpiente descendente que se esconde de la luz del sol. Es la carta nº 7 del Tarot, la que representa la elección de uno de los dos caminos, y donde el arquero solar es el único que puede asistir al indeciso, eliminando la tentación del mal. Aunque bien y mal deban coexistir en la manifestación, igual que luz y oscuridad, en la lucha contra las fuerzas del caos, para los dioses y para los hombres, el Bien es la Luz por encima de la dualidad luz-sombra, y la Luz es lo que permite vislumbrar con claridad el Bien que está por encima de la dualidad bien-mal.

Epílogo

Apenas hemos arañado la cercanía que vincula a Hermes y Apolo. Existen muchos más matices en los puntos que hemos tocado, y otros elementos que apenas hemos mencionado o desarrollado como su asociación con el carnero, o como la idea de fertilidad que se observa, por ejemplo, en los aspectos itifálicos de Hermes o en la profusa descendencia de Apolo que, lejos de limitarse a la fertilidad abundante de los campos y los rebaños, puede apreciarse de manera más profunda en las leyes herméticas del Kybalión, donde la dualidad de los principios (arriba-abajo, semejante-antagónico, flujo-reflujo, causa-efecto, masculino-femenino) no es más que la consecuencia del continuo, constante y vibrante movimiento del universo mental.

Esta fertilidad es, así, la continua generación de las formas desde el momento en que lo Uno “se hace” dos. Por esto mismo dice Platón, por boca de Diotima en El banquete, que el amor no es el amor de lo bello, sino de la generación y la procreación en lo bello, porque «es la generación algo eterno e inmortal en la medida en que puede darse en algo mortal», por lo que «la naturaleza mortal busca, en lo posible, ser eterna e inmortal.

Pero puede serlo solamente con la procreación.» Ahora bien, como perfectamente dictan las leyes, de la misma manera que hay un camino descendente, existe otro ascendente por medio del cual lo dual se resuelve en lo Uno, y la misma generación que procrea en la materia, y hace que los rebaños y los cereales se multipliquen, está en contacto con lo Bello, con lo Bueno, con lo Justo y con lo Verdadero, esto es, adentrarse en el sendero que iluminan los rayos del Sol, «procrea y alumbra lo que desde antaño llevaba en su seno, teniéndolo en su memoria tanto cuando está junto a él como cuando está lejos, y en común con él contribuye a criar lo que han concebido, de modo que una comunidad mucho mayor que la de los hijos mantienen unos con otros tales hombres y una amistad más firme, ya que han tenido en común hijos más bellos y más inmortales.» Otro aspecto que dimana de la procreación es el de pastor. Apolo, custodio primero de las vacas celestes delega este papel a Hermes. Ambos son, así, los que velan por el producto de la generación. ¿No se nombra a sí mismo Pymander como “pastor de hombres” e “Inteligencia soberana”? Así, de la misma manera que el Dumuzi sumerio pastoreaba los rebaños de estrellas en el firmamento, el pastor es también, en este mundo, el guía de las almas a través de la vida y la muerte, pero especialmente a través del camino mistérico que invierte la generación en lo mortal y la transforma en generación hacia lo inmortal.

Podría haberse indagado más sobre la sanación de Apolo a través de su hijo Asclepio, o sobre la música divina por medio de Orfeo, tañedor de la lira de su padre e instituidor de misterios, o de la torva elocuencia hermética, tan necesaria para velar la verdad a los ojos de los indignos y probar el esfuerzo de quienes transitan los tortuosos senderos de secreto; o quizá de ese fuego que encendió Hermes al poco de nacer, un poco de Sol en la Tierra.

Igualmente (y finalizamos ya este trabajo que, en realidad, no tiene final), se podría haber recorrido el mundo en busca de los alter egos de Apolo y Hermes en otros tiempos y en otros lugares, aparentemente ocultos con otros nombres, pero dejando entrever en el camino las familiares y confundidas huellas de los hijos de Zeus.

«Señor, de ojos hechizantes, que conoce la firme decisión, cuya voluntad es inexplorable, que lo sabe todo, Enki, lleno de ilimitado entendimiento, supremo consejero de los Anunna, gran sabio, que fija el conjuro en fórmulas (sabias) y adivina la decisión, que instaura el derecho, que aconseja desde la salida hasta la puesta del sol. ¡Enki, Señor de toda palabra verídica, a ti te alabaré siempre! […] Enlil te prestó su alto nombre, poderoso, terrible, Tú eres el Señor que crea todo, el “segundo Enlil”, él es el único dios del cielo y de la tierra, tú eres su “hermano menor”. Te encargó a ti a destinar, como él, la suerte de arriba y abajo […]»

Bibliografía

– Blavastky, H.P. (2000). Doctrina Secreta. Sirio. Málaga.
– Cirlot, J.E. (1997). Diccionario de símbolos. Siruela. Madrid.
– Eratóstenes (1999). Mitología del firmamento. Alianza Editorial. Madrid.
– Esteban, E. Recursos para visualizar algunas paradojas que se producen en el planeta Mercurio. Revista Eureka sobre enseñanza y divulgación en ciencias, 8 (Núm. Extraordinario), 506-511, 2011.
– Hermes Trimegisto (2019). Los cuatro libros herméticos. Ediciones Abraxas. Barcelona.
– Himnos homéricos (biblioteca.d2g. com)
– Himnos sumerios (2006). Tecnos. Madrid.
– Kerényi, K. (2008). Hermes el conductor de almas. Sextopiso. Madrid.
– Kerényi, K. (2009). El médico divino. Sextopiso. Madrid.
– Otto, W.(2003). Los dioses de Grecia. Siruela. Madrid
– Platón (1871). Cratilo. Edición de Patricio Azcárate. Madrid.
– Platón (2005). El banquete. Alianza Editorial. Madrid
– Plutarco (2007). Sobre los oráculos. José J. de Olañeta. Palma de Mallorca.
– Sefer Yetzirah (2013). Ediciones Obelisco. Barcelona.
– Zohar, El (2012). Ediciones Obelisco. Barcelona.