Mª Dolores Fernández-Fígares
Introducción
Comenzaré planteando el marco teórico de mi análisis, para después aplicar los conceptos al imaginario de la ciudad de Jaén, como un esbozo inicial del mundo de los símbolos jiennenses.
Son muy abundantes los estudios sobre la ciudad, desde el punto de vista arqueológico, artístico, histórico, político, geográfico, urbanístico, tanto de carácter general, como específicamente dedicados a aspectos concretos o episodios determinados. No son tan numerosos los trabajos desde la Antropología y menos aún los que se refieran a algo tan complejo como los símbolos.
Nuestra perspectiva debe partir de la Historia y de los hechos culturales compartidos, pues, como dice Castoriadis, “El ser humano existe solo (en y a través de) la sociedad y la sociedad es siempre histórica. La sociedad como tal es una forma, cada sociedad dada es una forma particular e incluso singular. La forma se vincula a la organización, es decir, al orden, o si ustedes quieren, al orden/desorden”.((C. Castoriadis: “El campo de lo social histórico”. Conferencias, 1986, en Nerio Tello: “Cornelius Castoriadis y el imaginario radical”. Campo de ideas, Madrid, 2003))
Acudimos también a Castoriadis y a su concepto de “Imaginario social”, para encontrar base paradigmática de nuestra reflexión sobre los símbolos de Jaén. En relación con el Imaginario, se han acuñado términos como “representaciones sociales”((Serge Moscovici: “La influencia social inconsciente”. Anthropos. Barcelona, 1991)) Se trata de construcciones simbólicas de la realidad: la imagen y el objeto se cargan de un significado compartido por los grupos sociales y llegan a tener una autonomía, una independencia incluso de sus primitivas formulaciones.
Nuestro autor destaca la importancia de las representaciones sociales, cargadas de significaciones, hasta el punto de que la institución de la sociedad se corresponde con la materialización del magma de significaciones imaginarias sociales. Si existe unidad en el cuerpo social es porque su mundo de significaciones se mantiene vivo, porque instituyen un modo de ser donde se interrelacionan los individuos y las cosas. Las redes de significados compartidos, esas urdimbres de significaciones sociales son las que mantienen la unión de las sociedades, es un acuerdo tácito sobre “lo que las cosas son para nosotros”.
Castoriadis es un buen guía, pero podríamos citar a todos aquellos pensadores que desafiaron a las ciencias sociales tradicionales, reivindicaron el poder de la imaginación y se plantearon que, más allá de las meras tradiciones y de las realidades tangibles, encaminadas a satisfacer las necesidades de los grupos humanos, hay “algo más”, que configura las relaciones de los individuos y los grupos con su entorno.
Durkheim también se refirió a las “representaciones colectivas”, que las identificó como más viables en las sociedades llamadas simples, donde se da con mayor facilidad la conciencia colectiva y prepondera la “solidaridad mecánica”, basada en la semejanza entre individuos.
De representaciones sociales hablamos, entonces, para aproximarnos al universo de lo simbólico de una ciudad: admitimos que hay acuerdos sobre lo que son determinadas cosas, que aportan significado a nuestra vida social y colectiva.
A lo largo del tiempo, los símbolos cambian de contenido, pues las culturas que los construyen e interpretan también lo hacen, podríamos decir que se “reinventan”, o que se vacían.
Marc Augé recurre a un término, acuñado por Pierre Nora y que resulta muy eficaz para enmarcar nuestra incursión en el universo simbólico de la ciudad: el de “los lugares de la Memoria”,((Marc Augé: “Hacia una Antropología de los mundos contemporáneos”. Gedisa, Barcelona, 1995)) en cierta manera opuestos, o complementarios, a los lugares de la historia y que define como aquellos espacios donde transcurre la vida colectiva, que actualizan el pasado de manera perenne y lo convierten en un presente eterno. En ellos se “condensa” el sentido social, intensificando la relación entre significante y significado. De Marc Augé tomamos el desafío de insertar en la Antropología contemporánea nuestra reflexión sobre los “lugares” de Jaén. Define Augé el concepto de “lugar”, al que adjudica tres categorías definitorias: de identidad “en el sentido de que cierto número de individuos pueden reconocerse en él y definirse en virtud de él”, de relación “en el sentido de que cierto número de individuos, siempre los mismos, pueden entender en él la relación que los une unos a otros” y de historia “en el sentido de que
los ocupantes del lugar pueden encontrar en él los diversos trazos de antiguos edificios y establecimientos, el signo de una filiación”.((Marc Augé, ibidem.)) Lo que llamamos lugar, desde este punto de vista, simboliza la relación de cada uno de sus ocupantes consigo mismo, con los demás ocupantes y con su historia común. El término lugar se opone al de “no lugar”, que se encuentra desprovisto de las características antes citadas, partiendo de la base de que lo que abunda en las ciudades contemporáneas son los “no lugares”, cada vez más impersonales, y menos reconocibles e identificables. La ciudad de Jaén es un lugar de fuerte carga semántica, pero también se ha visto y se ve sometida a los procesos de pérdida de significados, que afectan a las ciudades de la posmodernidad, que se conciben como combinaciones entre pasado y presente.
Puesto que hablamos de la ciudad, en el marco de la Antropología Urbana, conviene recordar las palabras de González Alcantud:”La ciudad, bien es sabido, no es sólo una trama urbanística. Su doble, “el alma de la ciudad”, lo constituye el magma de lo social y cultural, ser semoviente plagado de secretos, dédalos, adarves, rincones oscurecidos, que el hermeneuta tiene que traer a la luz de la plaza pública, al terreno propio de la ciencia”.((González Alcantud: “La ciudad vórtice. Lo local, lugar fuerte de la memoria en tiempos de enrancia”. Anthropos. Barcelona, 2005))
Mar Augé manifiesta en parecido sentido: “La ciudad es un mundo. Es un mundo, en un primer sentido porque es un lugar, es un espacio simbolizado, con sus puntos de referencia, sus monumentos, su fuerza de evocación, es decir, todo aquello que comparten quienes se dicen de una determinada ciudad… La ciudad es plural a la vez,
porque está compuesta de múltiples barrios y porque existe singularmente en la imaginación y los recuerdos de cada uno de aquellos que la habitan o frecuentan”.((M.Augé, obra citada.))
Reflexionando sobre la facilidad con que encontramos antecedentes milenarios a costumbres actuales, González Alcantud admite que resulta improbable que una
costumbre que tiene su origen hace cien años responda a modelos de hace milenios y que más bien “podríamos concebir que existen regularidades paradigmáticas también dentro de la cultura popular, que funcionan como mónadas transmisoras de significado”.((J.A. González Alcantud: “Políticas del sentido. Los combates por la significación en laposmodernidad”.Anthropos. Barcelona, 2000.)) Esta cita que alude al carácter estructural de algunas manifestaciones culturales, de ahí su perduración en el tiempo, nos ayuda a comprender que los símbolos jiennenses hayan sabido encontrar el camino para perpetuarse y llegar hasta nosotros con toda la vitalidad de sus enigmas aún no resueltos y sus potencialidades intactas.
Las referencias al pasado forman parte de la construcción cultural de las identidades y las representaciones que las sociedades hacen de su pretérito actúan como generadores de prestigio. La antigüedad de la ciudad, lo que la ciudad “ha sido” en el pasado remoto es un “lugar fuerte de la memoria” que en ocasiones se utiliza como vía de nostalgia, ante el desencanto del presente.(( Marc Augé, obra citada.))
En esa línea se expresa el profesor Galera: “Es el ritmo desigual de la Historia, sucesión de tiempos largos y tiempos cortos; dilataciones y contracciones de ese
corazón infatigable que es el locus, el lugar, siempre sagrado, que nuestros antepasados milenarios eligieron un día para asentarse y crear así un espacio mágico
de civilización que desde entonces no ha sido abandonado”.((Pedro Galera Andreu: Prólogo en Carmen Pérez Miñano: “La imagen de la ciudad de Jaén. Literatura y
Plástica”. Ayuntamiento de Jaén, 2003. Ver también de Aurelio Valladares Reguero: “La provincia de Jaén en los libros de viajes”. Ayuntamiento de Jaén, Universidad de Jaén, 2002.))
Desde el punto de vista antropológico, debemos referirnos a la importancia del papel de la gestión de la memoria local, con su componente genealógico y ancestral y las indudables implicaciones y relaciones de esa gestión con el poder, sea desde una posición que podríamos llamar oficial, o bien desde un contrapoder, o interpretación heterodoxa de los datos que aporta la historia y la observación.
En este intento de identificar las estructuras simbólicas de Jaén, partimos de la abundante información existente sobre la ciudad, producida en el pasado y en el
presente. Parto de dos ejes fundamentales, dos coordenadas que enmarcan toda construcción cultural: el espacio y el tiempo que, en el caso de Jaén nos ofrecen especial sentido. El eje espacial nos muestra los patrones de orientación, las morfologías, las imágenes proyectadas y percibidas; el eje temporal, por medio del calendario festivo, se refiere a los acontecimientos cíclicos que prescribe. La historia, con sus episodios, es el hilo conductor que pone en relación a los dos ejes, el tercero incluido en el juego de polaridades.
No puedo hacer una relación exhaustiva de todos los elementos que podríamos insertar en cada una de las categorías analíticas. He seleccionado aquellas que parecen condensar el significado y la memoria colectiva de manera eficaz y han encontrado el camino de la reformulación y la reinvención, atravesando los cambios sociales y culturales de gran calado, que ha ido experimentando la vida ciudadana en su dilatada Historia.
1. La posición en el paisaje y la orientación en el espacio
El eje de orientación de la ciudad es solsticial, un eje Norte-Sur, con una ligera desviación Este-Oeste. Ante la muralla natural que la flanquea por el Sur, Jaén ha optado decididamente por la proyección hacia el Norte, donde busca su expansión y
modernidad. El Suroeste representa la frontera, natural y política, el Nordeste la expansión y el encuentro con la modernidad.
Las murallas, que tanto han condicionado el trazado de la ciudad antigua, han establecido una dialéctica entre la línea recta y la línea curva: la línea recta marca el ciclo de la modernidad, la expansión urbana: los ejes hacia el Norte, los bulevares.
Mientras que la línea curva está asociada a la historia remota, como siempre se ha dicho de la ciudad medieval, siguiendo el trazado de sus murallas, recostada en el cerro.
Los últimos hallazgos que la potente Arqueología jiennense ha sacado a la luz confirman la impronta de la línea curva, en este caso circular, como un sello. Estas ruinas circulares, que diría Borges, parecen señalar el comienzo de la dialéctica morfológica de Jaén, entre la línea recta y la línea curva en sus trazados, antiguos y modernos. Cinco círculos concéntricos de murallas, con
fosos defensivos que canalizaban el agua, daban forma circular a la ciudad, que estuvo habitada desde el tercer milenio antes de nuestra era hasta los siglos XII y XIII. Como ya han apuntado algunos, esa morfología recuerda la ciudad de Atlantis, que Platón describe en su diálogo Critias.
Esta dialéctica entre lo circular y lo rectilíneo ha encontrado su camino hasta hoy día y vuelve aparecer en los anillos y rotondas que marcan las nuevas vías de comunicación trazadas por la modernidad.
El estudio de las culturas por parte de observadores externos a ellas es uno de los principios de la Antropología, que se ha demostrado efectivo. De ahí que demos importancia a los testimonios que nos llegan de los viajeros que, en todas las épocas, han recogido sus impresiones.
Como bien cita Carmen Pérez Miñano, en su documentado estudio sobre la imagen de Jaén en la Literatura y el Arte, son muy numerosas las referencias a Jaén como una ciudad fortificada, rodeada de altas murallas y bien pertrechadas torres, ya desde la época de Alfonso X el Sabio, que lo dejó consignado en una breve referencia, donde se repite varias veces la palabra “fuerte”: “es villa real y de gran pueblo y bien fortalecida y bien encastillada, de muy fuerte y de muy tenida cerca y bien asentada y de muchas y muy fuertes torres y de muchas y buenas aguas y muy frías dentro de la villa…”((Primera Crónica General. Publicada por Menéndez Pidal, Madrid, 1906)) Lo dijo también Abu-l-Fida a finales del siglo XIII: “Jaén se halla en el apogeo de la fuerza y la fortificación (…)Es ciudad de las más grandes de Al Andalus y la que con más fortalezas cuenta”. ((Geographie d’Abul Feda. Traducción de M. Reinaud. Paris 1848. Citada por Pérez Miñano, obra citada.))
Pero si existe alguna coincidencia en los testimonios sobre la forma de la ciudad, no cabe duda que se cifra en la del lagarto recostado en la falda del cerro de Santa Catalina. Otros han visto otras formas, como Richard Ford, por ejemplo: “Jaén ha sido comparada con un dragón, un cancerbero vigilante”. Cabe deducir que la figura del lagarto es una adaptación popular de la figura del dragón, tan presente en la iconografía medieval. La originalidad de Jaén es que acomode la forma de su trazado a tal figura, tal como expresaba en 1794 el Deán Martínez de Mazas: “se extiende la población desde el Mediodía hacia el Norte, haciendo alguna vuelta en forma de gargantilla, para abrazar la peña. Su figura es irregular y se presenta en la de un Dragón, cuya cabeza es el barrio de Santa Ana mirando al Sur en donde está la puerta de Granada y la cola se extiende hasta la puerta de Martos ; lo demás del pecho y del vientre es lo más ancho y poblado de la parroquia de San Idelfonso”.(( Dean Martínez de Maza: “Retrato al natural de la ciudad de Jaén”. 1794))
Otros autores marcan la coincidencia de la cabeza del monstruo –sea lagarto o dragón- con la plaza de Santa María, donde se concentran los poderes rectores de la ciudad, el cuello se iniciaría en la calle Maestra, el vientre en la plaza de la Audiencia, lugar de actividad artesana y en cuanto a la cola, empezaría en el convento de Santa Catalina y se extendería por la vieja zona agrícola y labradora.
Esta figura que confiere la forma a la ciudad fue quedando desdibujada, a medida que fue creciendo, siempre desde Mediodía hacia el Norte. Los autores atestiguan que en el siglo XVII ya se había borrado ese perfil sobre el cual hubo tanto consenso. Podríamos aventurar una nueva morfología o encontrar los trazos reptilianos en la manera de configurarse la ampliación del casco urbano.
Sin embargo, al igual que otros muchos dragones míticos, el de Jaén tuvo existencia “real”, al menos para la leyenda que nos cuenta que tenía asustados a los vecinos, desde su guarida de la fuente de la Magdalena, hasta que un preso lo mató y obtuvo a cambio su libertad, prodigiosa figura de antihéroe.
Es muy amplia la nómina de lugares que tienen asociada una leyenda similar que encontramos en tantas mitologías: Marduk, Cadmo, San Jorge, San Miguel y tantos otros, que tienen sus versiones populares en presos que encuentran su libertad librando a los vecinos de la amenaza permanente de los dragones, o como en Jaén, del amenazante lagarto de la Magdalena, o Malena.
Desde la perspectiva que estamos enfocando, lo destacable es que el mito o leyenda se haya desplazado a la imagen misma de la ciudad y continúe reinventándose.
Complementaria a la figura del dragón, que representa a las fuerzas del Caos y encontramos vencido por tantos héroes que representan la inteligencia y sabiduría, en Jaén tenemos la figura femenina de Santa Catalina de Alejandría, que sujeta al dragón por una cadena, según un modelo icónico tan frecuente en el mundo medieval tardío, como imagen del poder de la inteligencia, asociada a la belleza. Santa Catalina, protectora de la ciudad, símbolo de la Filosofía, era, según la tradición,
una princesa de origen oriental, que murió en el siglo IV en Alejandría, virgen y mártir de la iglesia primitiva, y fue uno de los santos más venerados desde el siglo XIII. Celebra su fiesta, tanto en la Iglesia Latina como en las distintas iglesias Orientales, el 25 de noviembre.
Su culto, cuyo primer vestigio es una pintura del siglo VIII encontrada en Roma, se difundió sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo X. Popular en el siglo siguiente, especialmente en Francia, se propagó en el siglo XII por muchas partes de Europa, entre otras cosas por obra de los cruzados. Así, Santa Catalina de Alejandría era una de las patronas de las Órdenes Militares de Caballería y fue ésta la encargada de anunciar a Fernando III el Santo la caída de la ciudad de Jaén, precisamente el día de su onomástica, un 25 de noviembre de 1245, según la tradición, tras la que le erigió una capilla en 1246 en el castillo. En el siglo XIII las órdenes monásticas más antiguas empezaron a celebrar la fiesta de Santa Catalina, costumbre documentada también entre los frailes mendicantes desde su fundación. Sus atributos iconográficos más comunes son: una rueda rota con
púas aceradas en recuerdo de su tormento; la espada con la que fue decapitada; un libro, en referencia a su sabiduría, porque su gran cultura e inteligencia la llevaron a defender su fe cristiana hasta la muerte; una corona, que alude a su estirpe real; y una palma, atributo común de los santos mártires, que simboliza su victoria en la fe.
La Universidad de París la proclamó su patrona. Hoy es protectora de los estudiantes, filósofos, prisioneros, jóvenes casaderas y de cuantos se relacionan por su oficio con las ruedas: carreteros, molineros, etc.
Aquí encontramos una aplicación práctica del imaginario simbólico, pues Santa Catalina fue la advocación bajo la cual se instituyó un Colegio, en el convento de la
orden de Santo Domingo y que al principio del siglo XVI pasó a ser Estudio General, germen de su futura Universidad.
En nuestro recorrido espacial debemos incluir aquellos lugares, cuya significación estriba en que han estado vinculados a lo sagrado, que han servido para que las
sociedades, a lo largo de la Historia, puedan conectar con su propia realidad trascendente, sobre las circunstancias temporales y el entorno material. Suelen remitir a los orígenes, a los mitos fundacionales.
No disponemos de un relato de los orígenes de Jaén, pero no cabe duda que el pasado remoto jiennense tiene su horizonte en la cultura ibérica. No hay que olvidar que en esta provincia hay 545 sitios arqueológicos, que constituyen el patrimonio inmueble del legado ibérico.
A la espera de que las investigaciones arqueológicas nos aporten más datos al respecto, la cultura ibérica nos proporciona indudables indicios, de todos ellos, los que nos resultan indicativos son los santuarios, cuevas naturales con un manantial asociado, que se elegían sin tener en cuenta las reglas de elección de las ciudades, sino en función de sus condiciones naturales, favorables a la manifestación de lo sagrado.
Este tipo de culto, para el que no había sacerdotes, sino simples “sacristanes”, que estaban al cuidado de los santuarios es, al parecer muy antiguo y se remitiría a tiempos anteriores al mundo ibérico. La cueva y el agua se encuentran incardinadas en la geografía sagrada de Jaén de manera constante, a lo largo del tiempo. Y no sólo por el raudal del barrio de la Magdalena, donde se refugiaba el mítico lagarto, del que ya hemos hablado, sino también por lo que se refiere al emplazamiento del lugar sacro por excelencia de la ciudad: el que ocupa la catedral, en cuyo subsuelo dicta la mitología local que se encontraba una cueva y un manantial.
Es tan fuerte esta relación entre lo sagrado y los fenómenos de la naturaleza que, aún después de las refundaciones posteriores, hoy la idea de santuario asociado a una cueva, un cabezo, un manantial sigue vigente en las tradiciones de numerosos pueblos de la provincia. También relacionadas con los santuarios ibéricos, se encuentran las vías de comunicación, dato importante para destacar la misión que se dio a sí misma Jaén en el tiempo: la de lugar de paso, muy de la época andalusí, cuando el toponímico Geen venía a significar “paso de caravanas”.
La relación de lo sagrado con la naturaleza, propia de los rituales religiosos que han sido identificados por Blázquez como propios del mundo ibérico, donde no hay intermediarios sacerdotales, ni instituciones religiosas que controlen o prescriban los procesos, conecta muy bien estructuralmente con la de la devoción popular que se expresa en la romería a la Ermita, que tan frecuentes ejemplos cuenta en toda la geografía de la provincia y en concreto en la capital. Se busca honrar al Santo, o a la Santa y pedirle favores de manera directa. Los exvotos son la respuesta, la constatación de la eficacia del rito practicado y también se depositan en el lugar sacro, como respuesta.
La intervención de lo maravilloso aparece en el mito fundacional de la Jaén cristiana, en la historia de San Eufrasio y su vuelo a Roma, llevado en volandas por unos enigmáticos duendes, para librar del pecado a un papa disoluto. No debe de ser casual que san Eufrasio pertenezca al grupo de los 7 varones apostólicos, que fueron enviados por San Pedro y San Pablo a evangelizar la península, según la tradición. Cecilio, uno de los compañeros, se estableció en Granada, Isicio o Hesiquio fue a Cazorla en los primeros años de la era cristiana. Cecilio recibió el martirio, según la tradición, después de haber ejercido como primer obispo de la iglesia granadina. Eufrasio tuvo más suerte, pues recibió como regalo nada menos que un lienzo que contenía el rostro de Cristo sufriendo su pasión, cuando la piadosa Verónica enjugó sus heridas con un velo que quedó estampado con la imagen sagrada, en un fenómeno comparable al de la Sábana Santa, que se guarda en Turín. El santo Rostro constituye un potente referente simbólico para la ciudad, que tiene sus momentos estelares y enigmáticos.
Lógicamente, el punto de referencia de lo sagrado en el ámbito urbano de la ciudad cristiana no podría ser otro que la Catedral, uno de los lugares más fuertes de la estructura simbólica de nuestra ciudad y que guarda todo un legado de personajes legendarios, entre los cuales hay que mencionar al obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, insepulto hasta el año 2001, en que al fin logró que sus restos mirasen hacia la Capilla del Santo Rostro, que él mismo había hecho construir.