Fernando Schwarz – D. I. Instituto Hermes
“La forma moderna de vivir aturde la conciencia y debilita la voluntad, porque estimula al exceso los sentidos y habitúa la personalidad a prestar atención constantemente a los llamados del mundo exterior.”[1]Beatriz Diez Canseco – Entrevista en Paris, noviembre 2007. En efecto, ninguna disciplina interior es propuesta para discernir entre las vanidades e ilusiones que se presentan y lo que es esencial y renovador. La práctica filosófica cotidiana nos obliga a enfrentarnos, en nosotros mismos, con la dependencia, la mecanicidad, el confort, la sumisión, la cobardía y la ignorancia. Estas son las trabas más frecuentes que se anteponen a nuestra evolución cotidiana o cuando queremos ser nosotros mismos.
Una de las claves para llegar a sí mismo, comprender su propia identidad, desarrollar una vida en plena conciencia, consiste en la práctica de la dignidad. No se trata de la búsqueda del reconocimiento de nuestros méritos, sino del respeto de nuestra propia esencia y del compromiso de actuar en la vida en función de ella.
La palabra dignidad proviene del latín, dignitas. Está asociada al valor personal, al mérito, a la virtud, condición, rango, honor. Se la asocia también a la idea de la belleza majestuosa, a la magnificencia.
La falsa dignidad
Cuando mencionamos aquellos que ocupan altas funciones en un régimen político, se habla a menudo de “dignatarios del régimen”, y se entiende por dignidad un rango en la jerarquía social que todo el mundo reconoce. Ser digno se confunde con el hecho de representar algo frente a los demás. Por extensión, el hecho de representar algo frente a sí mismo. Los hombres tienen su presunción y vanidad, la necesidad de decirse que son alguien y no un don nadie.
Ya en la época romana y más tarde, la aspiración a lograr su dignitas, su dignidad, consistía más en obtener aquello que uno considera merecer como persona -en el sentido del rango que debe ocupar en la sociedad- que de encontrarla dentro de sí. Platón nos alerta sobre esta conducta, recordándonos que puede conducir a una forma de gobierno desviado, que es la timocracia o la búsqueda de los honores.
Esta forma de abordar la dignidad, la hace depender excesivamente del reconocimiento social y de las circunstancias, sin tener en cuenta el interior del individuo. Y así, en nombre de la sacrosanta dignidad de unos y de otros, se cometieron los peores crímenes, debido al orgullo herido, a los celos, al egoísmo y a la avidez. Esta búsqueda de la dignidad social a través del reconocimiento y el ejercicio del poder, lleva en general a la carrera por los honores, al fasto y a la apariencia. Es una dignidad de imagen donde la moda y el pensamiento consensuado dictan lo que es conveniente y digno.
Todo el mundo considera hoy que nuestro mundo se ha transformado en una sociedad de espectáculo, donde la forma prevalece sobre el fondo. Lo importante ya no es lo que uno dice o piensa, sino la manera en que las cosas se dicen y los valores se esfuman. Pero en realidad, hemos ido más lejos, porque ahora hemos entrado, gracias al mundo virtual, en la era del simulacro. “La realidad importa poco, lo que cuenta es todo el resto, todo lo que rodea aquello que podríamos haber vivido, si no hubiésemos tenido esta vida banal, previsible…”[2]Frederic Beigbeder, Au secours, pardon, Ed. Grasset, 2007. Es increíble la cantidad de paraísos virtuales que abundan en la Red, con sus villas impecables, amores perfectos, donde se puede hacer todo lo que uno sueña, donde se puede hacer todo sin vivirlo verdaderamente, sin esfuerzo. La vida real no existe más, tampoco la responsabilidad ni el compromiso. Cada cual se construye su identidad virtual, su falsa dignidad.
Es curioso que una civilización que ha luchado durante décadas por la dignidad del hombre, por el respeto de las culturas, por el compromiso con la naturaleza, haya finalmente perdido su propia dignidad, impotente para realizar las reformas individuales y colectivas. Se escapa en la fantasía como si después de ella viniese, simplemente, el diluvio.
En busca de la dignidad
Pero la necesidad de recobrar la dignidad humana es irreprimible dentro del hombre y desde principios del siglo XXI nuevas corrientes se alzan en su búsqueda, rechazando las falsas propuestas del siglo pasado. A través del voluntariado social, humanitario, cultural, miles de jóvenes y menos jóvenes se han lanzado a la práctica y al desarrollo de su propia dignidad aportándoles una nueva dignidad a los hombres y mujeres que ayudan con sus acciones.
Este compromiso con la realidad, tiene un valor filosófico inestimable y nos permite reapropiarnos el sentido filosófico de la dignidad. El concepto de la dignidad y su práctica es un excelente motor para desarrollar una reforma de nuestra visión de la vida inspirada en las sabidurías y las filosofías humanistas.[3]El humanismo destaca que si no se supone que el hombre es libre, no lo será jamás.
La dignidad humana, desde el punto de vista filosófico, se entiende bajo otros principios. El filósofo francés Bertrand Vergely nos recuerda que existe en el hombre algo que no tiene precio, porque está más allá de todo precio y al mismo tiempo da su precio a todo lo que tiene precio. Este algo no evoca otra cosa que el plano del espíritu. El espíritu no es algo precioso simplemente porque nos permite comprender la realidad y liberarnos de ella, sino porque ver las cosas a través del espíritu, las ennoblece elevándolas en vez de rebajarlas, es decir, instalándolas en lo que tienen de dignas, de excelentes. La vida moral, que es la práctica de la filosofía en lo cotidiano, tiene como sentido hacernos vivir esta verdad.
Los filósofos griegos nos habían advertido que la filosofía no tenía ningún valor si solo se limitaba a un discurso. A través de la adquisición de un saber vivir, el sabio actualiza la potencia de la que es capaz un ser humano para acceder al bien. Dispone de la mayor fuerza que se pueda poseer, que los filósofos griegos asimilaran a la virtud. Y la práctica de la virtud no es otra cosa que el desarrollo de las dignidades del hombre. El término griego para indicar la palabra virtud es areté, la excelencia. Una fuerza y una energía capaz de engendrar un movimiento, una buena acción, una acción excelente. La virtud conduce a la acción que produce dignidad. Las virtudes cardinales que los griegos habían distinguido son el coraje, la prudencia, la temperancia y la justicia. Ellas son el pedestal de la sabiduría. Representan siempre actos que nos llevan a trascender nuestros instintos, nuestro confort, nuestra inercia, nuestra mecanicidad y nuestra cobardía.
Sócrates -nos recuerda Platón- decía: “No digo que los bienes no morales de los cuales he hablado (dinero, reputación, prestigio), no tienen ningún valor, pero que su valor es ampliamente inferior al del bien más preciado en la vida, la perfección del alma…”[4] In Gregory Vlastos, Socrate, ironie et philosophie morale, Ed Aubier, p. 303.
Las virtudes componen los bienes constitutivos de la felicidad que es el Bien último. No están condicionadas por nada exterior. Son bienes morales que tienen su fuente en la vida interior de
cada ser. Nos aportan dignidad porque nadie nos las puede quitar, y es por ello que son la verdadera felicidad, la eudaimonia.[5]Ver La voie du bonheur, la philosophie vivante de Socrate, F. Schwarz, Ed des 3 Monts.
La dignidad del hombre
En el siglo XV, inspirado por los autores clásicos, pero también por la Cábala, la Biblia y el Hermetismo, el filósofo italiano Pico de la Mirandola redacta un célebre discurso “De hominis
dignitate” o “De la dignidad del hombre”. Allí nos recuerda que, a diferencia de las otras criaturas terrestres, el hombre, para realizar su condición humana, debe saber elegir entre el animal y el ángel. Es el ejercicio de su libertad interior que garantiza su dignidad. La naturaleza humana, al contener todas las naturalezas, obliga a la conciencia a una elección que ninguna condición o herencia puede determinar.
“Si ven arrastrarse un hombre sobre el suelo, librado a su vientre, no es un hombre lo que veis, sino un tronco. Si ven un hombre que tiene la vista nublada por las vanas fantasmagorías de su
imaginación (…), un esclavo de sus sentidos, es un animal el que veis y no un hombre. Si veis un filosofo discernir todas las cosas según la recta razón, veneradle: es un ser celeste y no terrestre; si veis un ser contemplativo retirarse sin preocuparse de su cuerpo en el santuario de su espíritu, no se trata de un ser terrestre ni de un ser celeste, sino de una divinidad envuelta en carne humana. ¿Pero hacia dónde tiende todo esto? A hacernos comprender que nos corresponde, puesto que nuestra condición nativa nos permite ser lo que queremos, de velar por encima de todo a que no se nos acuse, de haber ignorado nuestra alta responsabilidad, transformándonos en animales de carga o privados de razón. (…) Que una suerte de ambición sagrada invada nuestro espíritu y nos vuelva insatisfechos de la mediocridad. Nosotros aspiramos a las cimas, trabajamos con todas nuestras fuerzas para llegar a ellas. ”[6]Pico de la Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre.
Es Kant quien teoriza de manera muy precisa el principio de la dignidad humana. “Obra de manera de tratar a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de otro, siempre como un fin y nunca solo como un medio.”[7]Ver Diccionario de filosofía, Nicola Abbagnano, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1963. Este enunciado del segundo imperativo categórico establece, en efecto, que todo ser humano (o como dice Kant “todo ser racional”), como fin en sí mismo posee un valor que no es relativo sino intrínseco. Este valor en cuestión, que no se puede cuantificar, es la dignidad.
“Lo que concierne las necesidades humanas tiene un precio mercantil, lo que procura una satisfacción poniendo en juego nuestras percepciones tiene un
precio de sentimiento, lo que puede hacer que algo se vuelva un fin en sí, con un valor intrínseco, no tiene simplemente un precio, tiene dignidad”.[8]Kant, Fundamentos de la metafísica de las costumbres. Cada ser humano no tiene ni precio ni equivalente con ningún otro. Lo que tiene un precio puede ser sustituido por cualquier cosa equivalente; lo que es superior a todo precio y que -por tanto- no permite equivalencia alguna; tiene una dignidad. Moralidad y humanidad son las únicas cosas que no tienen precio. Estos conceptos kantianos reaparecen en un muy bello escrito de F. Schiller “De la gracia y la dignidad”: “El dominio de los instintos mediante la fuerza moral es la libertad del espíritu y la expresión de la libertad del espíritu, en el mundo de los fenómenos, (en lo cotidiano), se llama dignidad.”
Se llama autónomo a aquel que es capaz de dirigirse a si mismo según una ley propia fijada desde el interior y no impuesta del exterior. Substancialmente, la dignidad de un ser racional, nos dice Kant, es el hecho de que él “no obedece a ninguna ley que no sea instaurada también por y en él mismo” a la cual se adhiere. Pero esta autonomía del hombre reclama ser consciente si esa ley no es contraria a la ley universal; de lo contrario se cae en la separatividad, el individualismo, la búsqueda de leyes y principios al servicio de los intereses particulares. Para poder actuar con autonomía, primeramente hay que ser capaz de pensar por sí mismo y obedecer a sus propias decisiones; esto es lo que se entiende por libertad del espíritu. El
obedecer a sus pensamientos libremente elegidos, concede la dignidad. El libre arbitrio se refiere a la capacidad que cada cual posee de poder determinarse por sí mismo, decidiendo y siendo fiel a sus decisiones.
Rousseau justamente concebía la libertad no como el hecho de no estar sometido a nada, sino el de darse a si mismo leyes de acción que nos comprometen en nuestra vida. Para practicar la libertad es necesario un compromiso interior que no consiste en satisfacer nuestros caprichos o deseos inmediatos, sino aquello que es justo y bueno.
La vida moral y la práctica de la dignidad
Kant aclara perfectamente que la moralidad no debe confundirse con moralización. No se trata de dar lecciones a los otros o de apostrofarlos en nombre de algún dogma. Se trata de un comportamiento interior que nos obliga a transcendernos respecto de nuestros propios intereses particulares para poder actuar en función del bien o interés universal o colectivo. Kant dice “haz
de tal manera que tu principio de acción pueda ser elevado como una ley universal. Que lo que es bueno para ti, pueda ser bueno para el género humano.”[9]Nicola Abbagnano, op. Citada.
Debemos entender que la moral no trata simplemente de los usos y costumbres, sino que también está en relación con el dominio de los principios que reglan la acción humana. La vida intelectual es insuficiente para evolucionar y no caer preso de la subjetividad y el egocentrismo. La vida moral implica la práctica de cada una de las ideas que aceptamos como constitutivas de la ética. Para poder desarrollarla, necesitamos fuerza moral. Es decir, un esfuerzo para vencer los obstáculos que nos impiden actuar del mismo modo en que pensamos nuestras vidas.
Ética es la parte de la filosofía que trata de las obligaciones del hombre y la moral de las costumbres que pueden implementarlas. Ética y moral son la teoría y la práctica de una filosofía a la manera clásica que eleva al hombre hacia su propia dignidad.
“El aspecto práctico de la filosofía consiste en hacer emerger esos valores interiores que todos poseemos. Esto procura una gran confianza en sí mismo y en los otros y, sobre todo, una inagotable capacidad para resolver las dificultades de la vida.”[10]Delia Steinberg Guzmán, Editorial del Anuario de Nueva Acrópolis 2007.
Las condiciones de la dignidad
Como hemos visto, el concepto de la dignidad está en relación con una serie de principios o ideas filosóficas: la sabiduría que permite vencer la ignorancia, la libertad del espíritu que nos arranca de la sumisión, la fuerza moral que nos libera de la mecanicidad y la inercia, y la autonomía que nos permite ser menos dependientes de las situaciones y circunstancias. Estos principios se encuentran íntimamente relacionados, estimulándose mutuamente, aportándonos un verdadero programa filosófico para la elevación del hombre y la sociedad.
Sintetizando:
a. El ser humano es un fin en sí. No tiene precio.
b. No obedece más que a las leyes que hace propias desde su interior hacia el exterior. Estas son de orden universal o de interés general y le permiten actuar con autonomía.
c. La vida moral es la condición de esa autonomía y de la dignidad. Para lograrla, hay que dominarse y trascenderse a través del desarrollo de una fuerza moral.
d. La libertad del espíritu aplicada a la existencia cotidiana, nos conduce a nuestra dignidad.
e. Las “dignidades” que desarrollamos son las virtudes que conforman la sabiduría. Esto nos lleva a un teorema:
El filosofo busca la sabiduría, es decir aprender a hacer el bien. Para ello, debe desarrollar ciertas virtudes que conforman sus cualidades intrínsecas y lo llevan a vencerse a sí mismo y esa es su dignidad, porque asume y trasciende su condición humana, luchando contra la cobardía, el vicio, etc.
Esta dignidad le permite ejercer su libertad de espíritu, evitando toda forma de sumisión.
En la práctica, esto se traduce por el desarrollo continuo de una real fuerza moral que le permite hacer frente a las circunstancias y dificultades cotidianas, logrando movilizarse y salir del confort, de la inercia o de la mecanicidad.
Así logra la autonomía, la no dependencia frente a las circunstancias y las situaciones, pudiendo guardar en su interior su corazón alegre y su confianza frente a la vida, intacta.
Este es el corolario del camino de la búsqueda y de la práctica filosófica de la dignidad que consiste, como dirían los orientales, en la práctica de su propia ley de acción, aquella que expresa la propia identidad, lo que no tiene ningún precio.
La dignidad permite reconocer un verdadero ideal
Los seres humanos son seres de conciencia y se realizan como tales dentro de la comunidad humana de conciencias. Si herimos la conciencia de alguien, destruimos de alguna manera su
humanidad. Es la conciencia, como lo demostró Sócrates con su Daimon, que hace vivir realmente a los seres humanos, proyectándolos al plano del espíritu. No es vano querer significar algo respetando su propia dignidad, luchar para que la Humanidad en general pueda valer algo. Es el compromiso esencial, porque tratando de llegar a ese plano de la existencia, la Humanidad encuentra su propia humanidad.
La búsqueda y la práctica de la dignidad transforman al hombre en un idealista. Un idealista es alguien que tiene necesidad de actuar para que el mundo y él mismo puedan transformarse,
mejorarse. Todos sabemos que los ideales nos cambian. Permiten una transformación interior del individuo y también una transformación de la sociedad.
Michel Lacroix nos recuerda que “el alma se tiñe del color de los pensamientos que la ocupan (…) si sus pensamientos se tornan hacia un ideal, el alma se eleva (…) si al contrario, el alma esta privada de ideal, se empobrece”.[11]Michel Lacroix, Avoir un idéal est bien raisonnable? p. 127, Ed. Flammarion. Pero ¿cómo poder elegir un ideal entre la incertidumbre de las valoraciones morales del mundo contemporáneo, acrecentada por las dos Guerras Mundiales y todos los posteriores conflictos terroristas, económicos o interétnicos? Es natural que estemos desconcertados, porque las ideologías, los partidos y los regímenes que de manera explícita o implícita han contravenido al teorema de la dignidad, han demostrado ser
ruinosos para sí mismos y para los demás.
Hoy más que nunca, es el criterio de la dignidad que nos puede permitir decidir sobre la validez de los ideales que pueden convenirnos. Toda propuesta que no promueva la dignidad interior y
exterior del hombre, contiene ya en si el germen de su anti-humanidad.
Se puede decir que la exigencia de la dignidad del ser humano es la clave fundamental que nos permitirá aceptar o no ideales o formas de vida instauradas o propuestas en este siglo XXI. La dignidad permite vencer el miedo al compromiso y a los ideales.
Notas
↑1 | Beatriz Diez Canseco – Entrevista en Paris, noviembre 2007. |
↑2 | Frederic Beigbeder, Au secours, pardon, Ed. Grasset, 2007. |
↑3 | El humanismo destaca que si no se supone que el hombre es libre, no lo será jamás. |
↑4 | In Gregory Vlastos, Socrate, ironie et philosophie morale, Ed Aubier, p. 303. |
↑5 | Ver La voie du bonheur, la philosophie vivante de Socrate, F. Schwarz, Ed des 3 Monts. |
↑6 | Pico de la Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre. |
↑7 | Ver Diccionario de filosofía, Nicola Abbagnano, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1963. |
↑8 | Kant, Fundamentos de la metafísica de las costumbres. |
↑9 | Nicola Abbagnano, op. Citada. |
↑10 | Delia Steinberg Guzmán, Editorial del Anuario de Nueva Acrópolis 2007. |
↑11 | Michel Lacroix, Avoir un idéal est bien raisonnable? p. 127, Ed. Flammarion. |