Los misterios de la Alhambra

Francisco Martín Ruiz

Antes de penetrar en la Alhambra para gozar de sus bellezas y conocer sus secretos y misterios que en su interior encierra y de los que vamos a poder desvelar algunos, conozcamos sus orígenes y la razón de ser de esta Alhambra. Dice un sabio árabe que para que una ciudad prospere debe reunir estas cinco condiciones:
Agua corriente.
Tierras fértiles para la siembra.
Un bosque cercano que proporcione leña.
Murallas sólidas
Y un jefe que mantenga la paz y seguridad de los caminos y castigue a los revoltosos.

Estas palabras que hacia el año 1300 escribiera Ibn Abizar, historiador del Occidente islámico, aunque referidas a Fez, como elogio a su asentamiento, son igualmente válidas para Granada y su Alhambra, pues la Alhambra fue ciudad completa, ciudad noble, ciudad palatina.

Enclavada en un lugar estratégico, de envidiable y difícil acceso, como una Acrópolis musulmana, contenía fortaleza (Alcazaba), palacios reales (Alcázar) y Medina con mezquita, baños públicos, casa de moneda, cementerio real o Rauda, almacenes, talleres, y zocos con sus callejas repletas de cortesanos, armeros, soldados, comerciantes, alfareros, curtidores, etc., encargados de satisfacer las necesidades de una corte suntuosa.

Circundaba todo el recinto más de 2 Kilómetros de doble muralla y entre ellas un camino de ronda para la vigilancia con sus 32 torres vigías, algunas de ellas tan enormes y de tan difícil construcción que se elevan desde la profundidad del barranco.

El inicio de la construcción de la Alhambra se remonta a Mohammad ben Yusuf Nars, por sobrenombre Alhamar, monarca fundador de la dinastía Nars o Nazarí, quien transformó esa colina, la Sabica, entonces seca y árida, carente de agua, en el excelso paraíso que aún hoy sigue siendo, sólo por el poder alquímico del agua que este rey hizo traer aquí.

Así es como nos lo relata un historiador árabe: “Este año de 1238 Ben Alhamar subió desde Granada a la Alhambra. Inspeccionó aquellos lugares, eligió el sitio y trazó los cimientos del castillo. Antes de que terminara el año ya estaban levantadas altas construcciones defensivas a las que llevó el agua del río (El Darro) construyendo una acequia y elevando un azud”.
Así se comenzó la construcción de la Alhambra, en la Alcazaba donde, en una de sus torres, la del Homenaje, habitó Alhamar, dándose aquí esas cinco condiciones para que naciera una ciudad que se llamaría “Madinat Alhambra” o “Ciudad Roja”y para que prosperase de tal modo que desde ella se gobernó durante más de dos siglos y medio, no sólo Granada y su provincia sino todo un reino con ciudades tan importantes como Málaga, Almería o Algeciras.

Fue así como se creo la Alhambra, mansión de Marte, de Hermes y de Venus, donde la guerra, la sabiduría y el amor tuvieron sus aposentos: En la Alcazaba, Marte, dios de los combates; en el palacio de Comares, Hermes, el más misterioso de los dioses, con su divina sabiduría creadora, la diplomacia y su mensaje religioso y espiritual y en el Palacio de los Leones, Venus, la diosa del amor y la belleza, portadora de luz de nuestra Tierra, tanto en el sentido físico como el místico, luz terrestre y divino al mismo tiempo.

¡Oh Alhambra! Triple mansión musulmana para dioses de una civilización mediterránea que empezando en Egipto se continuará en Grecia y Roma para seguir con los árabes que en la Edad Media la recogieron y nos la trajeron a nuestra Península, el país más occidental del mundo entonces conocido.

Es así como en este pequeño Reino Nazarí de Granada, se pudieran recoger e integrar los conocimientos y el saber de otras civilizaciones , entonces perdidas u olvidadas, cuyos significados más profundos están empapados de un pasado común que enlaza directamente con la antigüedad. Lo más conmovedor y casi enigmático es que unos reyes de una dinastía en un reino que estaba a punto de desaparecer, llegaron a crear un monumento tan impregnado de recuerdos literarios y simbólicos como la Alhambra y que este monumento sobreviviese mientras que las otras obras maestras que de manera real o imaginaria le sirvieran de modelo desaparecieron en su totalidad.

El siguiente enigma es: Quien construyó la Alhambra y cómo se construyó. Según la leyenda de Washington Irving la Alhambra la construyó un sabio árabe que vino de Egipto donde había aprendido los usos mágicos del libro de Toth, el Hermes de los griegos. Con toda certeza el arquitecto o los arquitectos que la construyeron no lo conocemos; pero, lo que es cierto es que además de arquitecto tuvo que ser un conocedor de la sabiduría antigua, un filósofo, un sabio, pues todas estas acepciones las contiene el término árabe “alarif”, el mismo que entra a formar parte de la palabra “Generalife”: Genat-Alarif – El Jardín del arquitecto, el Paraíso del arquitecto-, porque el Paraíso para el Islam es un jardín y ese “arquitecto”, además de constructor debe ser un filósofo, un sabio, pues qué si no fue el Generalife sino un lugar de meditación, propio de un filósofo o de un sabio, pues el Generalife se hizo para la contemplación, para el éxtasis sereno de los sentidos que en la filosofía árabe lleva a la meditación filosófica y a la vivencia divina.

La Alhambra, como todo ente vivo, entraña muchos problemas y enigmas y está sujeta a muchas interpretaciones. Por más que se la estudie, por más que se llegue a conocer de ella, nos plantea inquietudes, siempre interrogantes. Este monumento siempre nos ofrece la inquietud de que lo que creemos que podemos llegar a conocer de él nunca será suficiente. De su verdadera identidad nos queda aún mucho que desvelar. Pese a tantos años de ser mirada y estudiada permanece hermética y misteriosa.

La Alhambra es obra de varios reyes que la fueron aumentando por adiciones, no formando un conjunto regular; pero, sí armónico. En esto reside otro de sus encantos. Entre los más importantes reyes que mandaron construirla están Alhamar, Yusuf I y Mohamed V.

Mohammad I, era más conocido como Alhamar (el Rojo o el Pelirrojo), llamado así por la coloración roja de su barba y de su pelo, lo que hace pensar que la palabra Alhambra proviene del nombre “Alhamar”, quien fue su fundador y que la Alhambra, aunque suele llamársele “Castillo rojo” , por la tonalidad de sus muros y torres, lo cierto es que, en su época, estos muros y torres, según Ibn al- Jatib eran de color blanco, según consta en la siguiente cita:

“Rodean los muros de aquella población (la Alhambra) dilatados jardines, propios del sultán, y arboledas frondosísimas, y brillando como astros, a través de su verde espesura, las blancas almenas.” “Ya que una pared blanca – como entendió Leonardo da Vinci- es el mejor espejo de luz y de color”.

El motivo de llamar a la Alhambra “la Roja” es por la cantidad de fuegos que teñían de rojo las encaladas paredes blancas, ya que eran muchas las obras que se realizaron y por las noches, para alumbrar a los obreros, se encendían fuegos que daban color y nombre al lugar.

A Alhamar, fundador de la dinastía, corresponde la gloria de haber iniciado la construcción del monumento inmortal que, entre sus sucesores, Yusuf I y Mohamed V, engrandecieron.
La conquista castellana de Córdoba en 1236 y el posterior asedio a Jaén obligaron a Alhamar a pactar en esta ciudad con Fernando III, considerándose feudatario de Castilla con todos sus territorios a él sometidos y reconocimiento de la frontera propia, tregua por veinte años, servicio de vasallaje y obligación de acudir a Cortes. Así el pacto de Jaén de 1246 fue el acta de nacimiento del emirato granadino o nazarí, un pequeño reino que, estando acosado por dos grandes poderes, el de los castellanos por el norte y el de los benimeríes por el sur, tuvo una larga existencia, llegando a perpetuarse 260 años, lo que supone ser una de las dinastías que más tiempo reinó en toda la historia de España.

Pero la Alhambra, aunque fue construida en el ocaso de su poder político, cuando los musulmanes sólo ocupaban este diminuto reino periférico y, aún así, como vasallos de los cristianos que avanzaban desde el Norte, es un paraje de gracia, de plenitud que no sugiere idea alguna de decadencia, sino de equilibrio espiritual.

¿No parece otro enigma el que, ante tales adversidades, este reino, no sólo pudo subsistir durante tanto tiempo, sino desarrollar una cultura y una forma de vida única e irrepetible que vino a legar a la humanidad su más preciado tesoro en la Alhambra?

Dispongámonos a recorrer sus estancias palatinas y conozcamos algunos de los valores que este lugar encierra y que sólo revela a aquéllos que saben mirar en su interior.
Antes de entrar por la Puerta de la Justicia, tan impregnada de carácter áulico y simbólico, detengámonos ante ella, donde está bien inscrito y visible ese hálito de misterio que envuelve toda la Alhambra. El enigma está aquí, en la mano y en la llave y en su mutua relación. Aunque llamada “Mano de Fátima” por estar asociada a la hija del profeta, es un talismán mucho más antiguo, cuyo origen parece remontarse al Neolítico. La mano abierta al firmamento conjura los maleficios de las estrellas, así como la barbarie de los hombres, manteniendo así el monumento inmune hasta la consumación de los tiempos.

Se sana por imposición de mano. También la imposición de mano transmite la bendición -la “baraka”- que el sultán impartía a su heredero en la Sala de la Barca. Todo ello responde al carácter de signo defensivo de buena suerte contra el “mal de ojo”. Y para defenderse de éste nada mejor y con más valor para los musulmanes que el número 5 y, por consecuencia, la mano, por contener ésta este número de dedos. El número 5 tiene pues para los musulmanes un valor profiláctico o de defensa, por lo que es muy constante en esta cultura: cinco son los preceptos básicos del Islam, cinco fueron los parientes de Mahoma, cinco son las veces que al día deben orar… La llave, que aparece esculpida en el segundo arco de entrada parece que es distintiva de los reyes nazaríes, pues la portaban éstos en sus estandartes.

La relación que existe entre la mano y la llave adquiere un carácter de leyenda, Según Washington Irving esta leyenda es patente, siendo “mágico amuleto”, del que depende el halo de la Alhambra. Este privilegio durará hasta que la mano coja la llave del arco interior y entonces la fortaleza saltará en mil pedazos. Lo que sí parece innegable es que una influencia misteriosa protege la Alhambra, pues ¿No es un misterio que estos palacios, en gran parte tan frágiles, construidos con materiales tan débiles y sencillos se mantenga en pie?

Para un iniciado el significado de la mano y la llave tiene un significado más universal y profundo que el propio legendario. La mano simboliza en las escuelas herméticas la materia; la llave es la representante del espíritu, y entonces la materia debe acomodarse al espíritu para crear un foco de conocimiento y de sabiduría.

Tras pasar esta grandiosa puerta, y antes de pasar al interior de los palacios, nada nos hace sospechar que tras esos sus pobres muros de ladrillos rojizos, se esconde tanta riqueza, tanta belleza y tanto misterio. Este aspecto de pobreza y sencillez exterior, ocultando la riqueza, obedece al siguiente principio del Islam: “No enseñes lo que tienes. Es más importante ser que aparentar. Si eres rico será por la voluntad de Dios; pero, no hagas sentir envidia a tu vecino”.

En el Mexuar el Cuarto Dorado es una de las partes más enigmáticas de todo el conjunto monumental. Al fondo del Patio dos entradas idénticas plantean una encrucijada extraña: “Mi puerta es una encrucijada de caminos”.
Estamos ante la gran fachada del Palacio de Comares. En ella podemos leer algunas de las mejores y más bellas composiciones de la poesía arábigo-andaluza, porque en la Alhambra los versos se moldean en estuco, se tallan en madera o se esculpen en mármol:

Mi posición es la de la corona”
“Al abrirse mis puertas imaginan las regiones de Occidente hallarse en Oriente”
“Te asemejas a la luz de la aurora en el horizonte”
“El camino de Este envidia al del Oeste”

Siguiendo esta indicación tomamos el camino por la puerta de la izquierda, donde nos espera un Patio portentoso, el de los Arrayanes. Se entra a él por un estrecho pasaje, como en toda las entradas de las casas, palacios y fortalezas árabes, en forma de zig-zag o de recodo . La finalidad de estas entradas en bifurcación no obedecen sólo a servir de protección defensiva, sino también de ocultación doméstica, con motivo de preservar la intimidad. Este carácter de recogimiento para preservar la intimidad se pone de manifiesto en esta sura del Corán; “Tu casa es un santuario, un lugar sagrado, y peca quien intenta penetrarlo aún con la mirada”.

Así penetramos en el enigma del Patio de los Arrayanes o de la Alberca, de exacta orientación Norte-Sur. Teniendo por medio el estanque, la Torre de Comares que lo preside y sus majestuosos contornos vienen a reflejarse impavidamente en el espejo del agua, recordándonos el principio hermético de correspondencia: “Como es arriba es abajo; como es abajo es arriba”.

La galería Norte de este Patio, con siete arcos sirviendo de pórtico a la grandiosa Sala del Trono y, coronada por la impresionante Torre de Comares, se nos presenta como anuncio de que nos encontramos ante la puerta más reservada del palacio.
Entramos en ella por la Sala de la Barca, cuya denominación se debe a la forma del techo semejante a la del casco de una barca invertida o de la transcripción de la palabra árabe “baraka” (bendición) que figura inscrita en su friso inferior.

Una vez pasada esta sala llegamos al Salón del Trono o de Embajadores, la más amplia y elevada sala de todo el palacio. De 18 metros de altitud está construida en forma de cubo perfecto y se asienta en el interior de la gran torre de Comares.

En este Salón del Trono se sitúa uno de los grandes misterios. Todo está supeditado a la bóveda central que cubre el techo, compuesto por 8.017 piezas de madera de distintas tonalidades que no sólo es de los artesonados más impresionantes del arte hispano-musulmán, sino la representación simbólica de los siete cielos del Paraíso, con sus cuatro ríos representados por las cuatro semidiagonales, hallándose también presente el Árbol del Paraíso islámico, árbol invertido en cuanto a su dirección, pues hunde sus raíces en el cielo más elevado.

Aquí está expresada toda la idea teológica del pensamiento islámico: la esfera celeste hasta llegar al séptimo cielo donde habita Alá. Fue la base de lo que Dante utilizara en la “Divina Comedia”
Pero dejemos que sea una vez más la propia obra artística la que nos hable del misterio de su creación, representación simbólica de la sura 67 del Corán, reproducida bajo la cúpula, alrededor del friso:

En el nombre de Dios Clemente y Misericordioso
Bendito Aquél en cuyas manos está el Reino y que sobre todas las cosas es poderoso.
Él que ha creado la vida y la muerte para ver quien de vosotros es mejor.
Él es el Glorioso y el Clemente.
Él es el que ha creado los siete cielos superpuestos.
Tú no hallarás imperfección alguna en la creación del Misericordioso.
Si elevas los ojos al cielo, vuelve la vista ¿Has observado alguna hendidura?
……..
Epigrafía y simbolismo coinciden en la descripción de un mundo sobrenatural, confirmando la idea de otra vida, como un mensaje que nos da el monumento. Ésta es la clave para comprender la Alhambra: hay otra vida superior, un mundo sobrenatural, un Paraíso, al que el hombre puede aspirar. Y hay un Dios omnipotente, creador del poder. Para gozar de su presencia Dios puso junto a Él el Séptimo Cielo. A esta idea corresponde este gran techo del Salón del Trono, con los siete cielos y, en lo más alto, la alegoría del trono de Dios. En el techo cada estrella es un peldaño que nos lleva a Dios, que está en la cúspide, representado por la estrella más grande . Ésta es de todas las estrellas del techo la única que ostenta el blanco puro en su centro, la estrella clave, dado su especial simbolismo, ya que representa el trono de Dios, mientras las demás representan las siete cielos islámicos, empezando por el 1º o cielo del mundo en la serie más baja del techo.

Situándonos en la galería Sur nos encontramos al fondo, detrás del estanque, con un pórtico de siete arcos. Estos siete arcos por los que se entra a la Sala de la Barca, representan en la tradición egipcia las siete puertas que comunican con el Mar de Nun o Amenti, equivalente a laguna Estigia griega. El techo de la Sala de la Barca es la reproducción de la misma barca invertida en la que Caronte (equivalente al Anubis egipcio) embarca las almas para llevarlas al Paraíso que aquí aparece representado en el techo del Salón del Trono en cuya parte central y más elevada mora la divinidad, Alá o Amón-Ra.

Al mismo tiempo la planta de todo el conjunto de este Palacio de Comares recoge la Cruz Ansata o “Llave de la Vida” egipcia con el cabezal representado en el Salón del Trono; el travesaño perpendicular en la Sala de la Barca y el tronco de ella, en la nave del estanque.
¿No parece ahora verosímil que todo esto hiciera pensar a Washington Invirng que el sabio árabe que construyó la Alhambra vino de Egipto, donde aprendió los usos mágicos del libro de Toth?
Nos encontramos aquí con que la construcción de este palacio no sólo obedece a la función de servicio administrativo que evidentemente tenía, sino también a otro fin no menos importante: el de plasmar en él la sabiduría de un pueblo para herencia de los que venían después, transmitiendo así al mundo los conocimientos de la sabiduría de la antigüedad.

Pasemos ahora al Palacio de los Leones. Si el Palacio de Comares guardaba un carácter de residencia semi pública, el Palacio de los Leones fue construido por Mohamed V, hijo de Yusuf I para su disfrute particular, lugar donde transcurría la vida privada del Sultán y su familia. Comares es oficial, ceremonial, majestuoso. El Palacio de los Leones con su patio, alrededor del cual se congregan las salas y estancias, es íntimo recóndito, lugar de recreo. Si el Palacio de Comares representa la mente y la corona- mansión de Hermes -, el de los Leones es el corazón de La Alhambra , la mansión de Venus.

Es en el Palacio de los Leones donde nos encontramos con la más preciosa joya de la Alhambra; pero también con el mayor de los enigmas. Nos encontramos aquí, no sólo la síntesis final del arte hispano-musulmán, sino un verdadero compendio feliz de las tres culturas que con tres religiones distintas convivieron en la Península en la Edad Media. Los cristianos le dieron la idea básica de un patio de inspiración claustral, claustro cisterciense y lúdico; de los judíos, los doce leones de la fuente, símbolo de las doce tribus de Israel; y los artistas hispano-árabes fueron los artífices de esta maravilla de la arquitectura etérea de la luz, del movimiento y de la ingravidez que constituyen las qubbas y salones de este palacio de ensueño.

Un bello poema del judío malagueño Ibn Gabirol apoya la teoría de que estos leones proceden de un palacio del siglo XI que el visir judío y poeta Samuel Ibn Nagrela poseía por estos alrededores:

Hay un copioso estanque que semejante
al mar de Salomón.
Pero que no descansa sobre toros;
tal es el ademán de los leones,
que están sobre el brocal, cual si estuvieran
rugiendo los cachorros por la presa;
y como manantiales derraman sus entrañas
vertiendo por sus bocas caudales como ríos.

Estos doce leones soportan sobre sus espaldas una taza en cuyos bordes puede leerse una bella qasida de Ib Zamrak que explica muchos detalles sobre el Patio:

Bendito Aquél que dio al “Imán” Muhammad
ideas que embellecen sus mansiones,
pues ¿No tiene este jardín maravillas
que iguales Dios no quiso en hermosura?

De los doce leones dos de ellos están marcados con sendos triángulos equiláteros en su frente que componen la mal llamada estrella de David o “Sello de Salomón”. Los dos templetes o baldasquinos pétreos, enfrentados en los lados Este y Oeste del Patio, como tiendas de campaña, pertenecen a la imagen del Jardín del Paraíso, ya que el Corán habla de altos baldasquinos -zafraf- o tiendas de campaña.

Estamos ante un simbolismo múltiple y universal que aquí en este Patio se plasma con todos sus mensajes divinos. En torno a la simbólica fuente se despliega un bosque de 124 estilizadas columnas de mármol de Macael, gráciles como troncos de palmeras que recuerdan la imagen del palmeral del oasis árabe.

Todos los soportes del Patio de los Leones están formados por estos esbeltísimos fustes, de mayor fragilidad que los utilizados hasta entonces, con sus capiteles cúbicos, en su tiempo dorados que, al decir de Ibn Al-Jatib “extasían la mirada y distraen el pensamiento”.

El centro del Patio, surcado por cuatro acequias, imagen simbólica de los cuatro ríos del Paraíso, cuyas aguas nacen en las cuatro fuentes de las cuatro salas inmediatas, saltan sus pedaños, se mezclan con los rebosaderos de los surtidores de los templetes. Como consecuencia la vegetación que se perfilaba en el esbelto rasgo de la palmera, en cuyo lado crecían árboles frutales para revelarse luego al nivel del suelo el verdor del jardín y la policromía de las flores aromáticas. ¿No es esto la imagen de la siguiente cita del Corán? : “Los que hayan creído en Dios y hecho el bien obtendrán el perdón de sus pecados, serán introducidos en los jardines regados por corrientes de agua. Esos hombres permanecerán allí por la voluntad de Dios. Serán saludados con la palabra ”Paz” y su felicidad será eterna.”

Aunque la hipótesis de que el Patio era un jardín parece confirmarlo la poesía de la fuente: “¿No tiene este jardín maravillas que iguales Dios no quiso en hermosura?” existe la hipótesis de que el Patio estaría inicialmente pavimentado con grandes lozas de mármol, si bien tuvo naranjos que le daban sombra y le añadían su encanto vegetal, de tal manera que la imagen de jardín estaba siempre presente.

La Sala de las dos Hermanas, si cabe aún más belleza, supera a todo lo hasta aquí edificado en lujo y riqueza espacial. El interior de la Sala sobrepasa con abundancia de mosaicos y lindas yeserías a todo lo demás de estos palacios. Los bellos motivos de lacería en los alicatados resultan también cercanos a la sensibilidad del hombre islámico que encuentra reflejada en las líneas o lazos que se entrecruzan interminablemente sin llegar a enconcontrar su final, una abstracta expresión religiosa de lo infinito.

La planta cuadrada de la sala se convierte en octógono en la parte alta por medio de unas trompas de mocábares, en los que se apoya el techo que tiene dos ventanas altas en cada plano del octógono. Estos vanos proyectaban la luz sobre los mocábares del techo a través de cristales de colores, produciendo la impresión que describe un verso aquí escrito:
“En este lugar hallará el alma un hermoso sueño”

Estas dobles celosías tamizaban la luz cenital que penetraba por ellas, produciendo el efecto de que la cúpula flotaba sobre el espacio. ¿No es así como esta joya de las joyas Ibn Zamrak nos lo describe en estos versos, escritos en los estucos de una de sus paredes ? :
………
¡Cuánto recreo aquí para los ojos!
Sus anhelos el noble aquí renueva.
Las Pléyades le sirven de amuleto,
la brisa le defiende con su magia.
Sin par luce una cúpula brillante ,
de hermosuras patentes y escondidas.
Rendido la da Géminis la mano;
viene con ella a conversar la Luna.
Incrustrarse los astros allí quieren,
sin más girar en la celeste rueda.
.………
¿Cómo interpretar esotéricamente este autentico laberinto que es la bóveda? Con sus más de cinco mil piezas de estuco podemos distinguir fácilmente por sus franjas concéntricas de cupulinos la representación simbólica de los siete cielos superpuestos del Paraíso musulmán, sobre los que están situado el trono de Dios. Ésta es la clave . Es la parte simbólicamente divina de la Sala. ¿Qué nombre dar a esta realidad fuera del espacio y del tiempo sino el de la presencia de lo divino, de ese mundo de la gracia en sentido, a la vez estético y religioso, el de la alegría sensual más elevada, el del éxtasis místico?

Nos encontramos así en la Alhambra la presencia de lo divino junto a la estética, en la cúspide de su perfección . El sentido estético y el religioso aparecen aquí unidos. Ésta es la clave para cuando nos acerquemos a la Alhambra, no sólo podamos gozar de su belleza, sino para que también podamos comprender el profundo significado de su mensaje. Por eso la Alhambra no es solamente un signo anunciador de la belleza prometida . Nos trae, como tantas obras maestras del arte y de la fe, la buena nueva de que hay otra vida y de que otro mundo es posible.

Quien vea en esta maravilla de la Alhambra, tan sólo una obra del arte, no advertirá la superior belleza del espíritu y el real propósito del mensaje divino; pero, quien sea capaz de interpretar el mensaje que encierra el simbolismo del monumento, comprenderá las elevadas enseñanzas esotéricas que contiene y descubrirá el verdadero conocimiento de los misterios que pueden transformar al ser humano.